Podemos parafrasear al proverbio "después de la calma viene la tempestad", y decir "después de la estulticia viene lo nuevo". O quizá sentenciar: "el cretinismo precede, anuncia, el cambio brusco". Cualquiera de estos dichos sería apropiado a la situación que hoy vivimos.
Asombra la tontería del estamento político, gobierno y oposición compiten en una carrera de trivialidades, de falsedades; son magos que perdieron el secreto de sus trucos, reyes desnudos, actores de una ópera sin más libreto que repetir los desordenados parlamentos tironeados de obras perdidas en el tiempo.
El gobierno insiste en mostrar un país maravilloso que sólo existe en sus discursos y televisiones, la perorata es repetida por el eco clientelar. "Este fue el mejor carnaval", dicen con firmeza de vendedor de carros usados; "la inflación no existe", "los carnet y los clap resolverán todos los problemas", "el billete de 100 sale pero se queda", "la culpa es de la guerra económica", "trump no es malo, el malo es obama", "obama mandó a poner preso a Tareck", "Trump mandó a soltar a Leopoldo y hacer elecciones", "el Senado gringo nos ataca", mejor me callo, habrá elecciones el día del carajo.
Y así, de torpeza en torpeza, de banalidad en banalidad van dibujando a su imagen y conveniencia una realidad que sólo ellos perciben.
La oposición no se queda atrás en la competencia de intrascendencias. Se bate entre la necesidad de salir del gobierno y el oportunismo de dejarlo que se desgaste en su incapacidad. La abruma su condición de capitalistas, astutos incapaces de una acción conjunta sin tener un cuchillo en los dientes, sin buscar el lucro propio, todos quieren ser presidentes, no importa si pelean por una botella vacía.
Lo real es una profunda crisis que amenaza el estómago y la cordura de la población, la penuria es mala consejera, la gente se pregunta "hasta dónde, hasta cuándo durará esto". Y al no conseguir respuesta, al sufrir el abuso de los políticos de poca monta, al tener que soportar las mentiras, al no divisar salidas, el desespero se acumula, el peligro de estallido aumenta.
Aunque no lo queramos ver, estamos en una fase terminal de la crisis: las oligarquías continentales se ponen en contra del gobierno, los gringos y los europeos piden salida de la cúpula; aquí adentro, ya lo vimos, el estamento político parece un trompo zarataco: no consigue rumbo, no hay plan, carece de estrategia. La masa espera definiciones, los rumores indican desasosiego.
El deber de los políticos serios (que los hay... creemos) es proponer alternativas a la situación explosiva. De no hacerlo, de seguir en brazos de lo instintivo, de ocuparse sólo de lo intrascendente, la solución espontánea puede ser muy grave.
Empero, ¿cuáles son las salidas?
Las salidas pueden ser hacia el Socialismo o hacia la reafirmación del capitalismo, con innúmeras variantes. El Socialismo puede regresar en manos del gobierno de Maduro; es remoto, el capitalismo lo ha penetrado hasta hacerse hegemónico, allá adentro no se habla de Socialismo, eso es pecado, sólo una formula. Sin embargo, el trópico es maravilloso y ocurren sorpresas, las crisis son oportunidades de rumbos milagrosos.
El capitalismo patrocinado por las oligarquías mundiales puede reafirmar su dominación por un golpe de palacio, y una madrugada amanecemos con nuevo gobierno; o puede arrinconar al gobierno ambiguo en unas elecciones que terminen por ahogar el intento populista en las aguas de su descrédito.