"Quien quiera obrar en todo como bueno, necesariamente fracasará rodeado de malos, por lo que todo príncipe que desee conservar su autoridad aprenderá a poder ser no bueno y después usará o no ese hábito, según dicte la necesidad. [...] Y no puede ser de otro modo, pues los hombres obran el mal, a menos que la necesidad los obligue a obrar bien"
Nicolás Maquiavelo: El Príncipe; Barcelona, Planeta, 1983; cap. XV (p. 72)
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- INTRODUCCIÓN
En la historia de la filosofía política hay, al menos, un lugar común: Nicolás Maquiavelo (1469-1527) es el primer filósofo político moderno. Pero cuando se trata de explicar ese aserto, las interpretaciones se multiplican. Porque Maquiavelo, como Jano, presenta más de un rostro. Para los unos, su innovación es descubrir la autonomía de la política frente a la moral, revelar una racionalidad específica del campo político, sentando así las bases de una ciencia o, al menos, de una técnica del poder. Para los otros, su mérito es contrario: Maquiavelo habría establecido una nueva ética social, diferente de la medieval, acorde con el individualismo moderno. Ambas lecturas pueden fundarse en sus textos. La primera acude sobre todo a El Príncipe, la segunda, a los Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio, pero una y otra pueden referirse a la totalidad de sus escritos .Porque su obra está atravesada por la tensión entre dos discursos, uno sobre el poder real, otro sobre el bien común. En esta entrega no pretendo pronunciarme a favor o en contra de Nicolás Maquiavelo, ni aplaudir, justificar o condenar su postura política y su pensamiento global. Inventor de la mentira, de la traición, de la fría crueldad, de la ambición sin conciencia, de la tiranía sin remordimientos, ha levantado polémicas y sofocado la ira de sus numerosos detractores. Su nombre, en un acto no demasiado lícito, ha pasado a calificar todo acto maldito. Parece como si nada de aquello hubiera existido antes de su aparición. Mejor dicho, antes de la aparición de su obra, puesto que tal opinión no atiende ni a su vida y persona, ni por supuesto a la sociedad y época en que vivió. Más que un juicio rápido y como tal, simplista, Maquiavelo merece otra cosa; ni más ni menos de lo que merecen el resto de pensadores de cualquier época, pero sí lo mismo: que se interprete rectamente su obra. Para ello no podemos desligar a Nicolás Maquiavelo de su tiempo y precipitarnos a su condena. No existe nombre, ni lugar de verdad más notorio para quien pretenda pensar la política que el de Nicolás Maquiavelo En la historia del pensamiento político, Nicolás Maquiavelo es considerado, en general, el padre de la política. Lo anterior no es para menos, pues realmente él logra circunscribir el objeto de la política, o sea, el problema del poder y cómo utilizarlo. Sin embargo, uno de los elementos que más se ha destacado de este autor es su relación, o mejor dicho, su exclusión de la ética en el campo del quehacer político. ¿Cuál es la deuda que tenemos contraída con Nicolás Maquiavelo? ¿Por qué su obra es un patrimonio que generación tras generación vamos transmitiendo como un precioso e irritante legado que es preciso conocer, sopesar y profundizar? ¿Cuál puede ser el motivo de que historiadores, teóricos y politólogos hayan escudriñado a conciencia el fruto puro y hasta terrible de su creación? ¿Cuál es la secreta pasión que empuja a unos hacia el reconocimiento y la admiración y a otros a condenarlo y denigrarlo? ¿Quién que conozca el poder se dejará resistir al imán del hombre libre de los prejuicios que el mismo poder impone? Maquiavelo fue el primero en enfocar la política como aquella pública responsabilidad en la cual las funciones deberían desempeñarse no según los cánones de la moral privada y tradicional. Su particular forma de tratar la política en la era del decaimiento religioso anterior a la Reforma y a la Contrarreforma, es evidentemente laica. El laicismo de su enfoque podría explicarse si traemos a la memoria que, en esa época, ya estaba en total decadencia la idea de una Europa unida por el liderazgo político del emperador romano y la égida espiritual del Papa.
Uno de los rasgos principales de la teoría maquiavélica está vinculado al poder y la importancia del pueblo entendido como fuerza política. Algunos intérpretes, incluso, han considerado este rasgo como definitorio de la posición que Maquiavelo adoptó ante las crisis sociales de su ciudad e, incluso, definitorio de su teoría política. Autores como Spinoza, Rousseau, Marx o Gramsci sostuvieron la identificación del florentino con las causas populares e interpretaron sus análisis en esta clave: su obra es un aviso contra los tiranos, una trampa para los príncipes, una fórmula de educación del pueblo, una manera de ofrecer a los débiles armas contra los fuertes, una herramienta en la lucha contra la hegemonía de los poderosos.
II EL PRÍNCIPE
La mayoría de los lectores de El príncipe esperan que sea un manual útil para los seres despiadados. Pero el libro es mucho más sutil. Aunque Nicolás Maquiavelo abogue a veces por el disimulo y la crueldad, reserva sus encomios para quienes saben cómo y cuándo usar la fuerza y el engaño. Explica como un gobernante fuerte y eficaz puede servir mejor los intereses del estado. Sus consejos no van dirigidos a todo el mundo, sino a los príncipes: los gobernantes cuyas acciones determinan la suerte de sus súbditos. Estas personas, viene a decir, no deben ser escrupulosas. Necesitan actuar con rapidez y eficacia para hacer lo más conveniente. Y lo más conveniente para el estado puede que sea prescindir de la moralidad convencional.
Maquiavelo hizo una gran carrera de hombre de estado en su Florencia natal. Pero en 1513 fue acusado de conspirar contra la poderosa familia Médicis. Fue detenido, torturado y enviado al destierro, y relegado en las inmediaciones de la ciudad después. Parece ser que escribió El Príncipe con el fin de mostrar su aptitud para ser consejero de los nuevos príncipes. Era una especie de tarjeta de presentación que pretendía ayudarle a reincorporarse a la refriega de la vida política. En este sentido, la obra fracasó. Maquiavelo no accedió a la posición a que aspiraba. Publicado por primera vez en 1532, poco después de la muerte de Maquiavelo, El Príncipe ha sido un libro controvertido. Hoy se cita a menudo al tratar de la supuesta inevitabilidad de "ensuciarse las manos" en el mundo de la política, y el adjetivo "maquiavélico" se utiliza, erróneamente, para denotar la taimada prosecución de fines egoístas.
El Príncipe está redactado según el género de los "espejos de príncipes", breves opúsculos destinados a aconsejar e inspirar a los gobernantes. Era característico que propugnaran virtudes como el valor y la compasión. Por el contrario, Maquiavelo aconseja al príncipe venturoso que no necesita saber cómo ser benévolo, sino como actuar con rapidez y a veces, si es necesario, con crueldad. El príncipe venturoso sólo hará honor a su palabra cuando le convenga hacerlo, puesto que, por regla general, le será provechoso parecer honrado. Ha de conducirse como el zorro para detectar y esquivar las trampas que le tienden, pero también ha de parecerse al león para ahuyentar a los lobos que le rodean. El mensaje es que el príncipe necesita saber actuar como los animales: un desafío a la tradición humanística, en la que prevalecía que los príncipes sirvieran de ejemplo moral.
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- LA NATURALEZA HUMANA
Maquiavelo tiene una pobre opinión de la naturaleza humana. Basándose en su personal observación y en su conocimiento de la historia florentina y de los textos clásicos, afirma que lo previsible es que las personas se comporten mal. De carácter mudable, mienten, rehúyen el peligro y son avariciosas. En estas circunstancias el príncipe necesita utilizar el temor para gobernar con eficacia: ser amado no es una fuente fiable de poder, puesto que la gente quebranta los lazos de gratitud cuando le conviene. De poder elegir, lo mejor es ser amado y temido; pero de tener que elegir entre lo uno y lo otro, elíjase ser temido. Maquiavelo estaba interesado en el comportamiento real de las personas, más que en cómo se debían comportar. Lo que le importa señalar es que si el príncipe no se percata de cuán mudables son y siempre han sido en realidad los seres humanos, lo más probable es que haya de lamentarlo. No sirve de nada confiar en que la gente mantendrá sus promesas si la verdad es que probablemente las quebrantará. Y los príncipes no deben sentirse obligados a mantener sus promesas en estas circunstancias: sería temerario. Maquiavelo argumenta que el príncipe venturoso debe seguir un código mu distinto del que defiende la moral tradicional, tanto si es de raíz clásica como si es cristiana. Las apariencias lo son todo para el príncipe. La gente reacciona a las características superficiales y rara vez, si hay alguna, percibe al príncipe como es en realidad. En consecuencia, el príncipe debe manipular su apariencia, aun cuando él sea muy distinto debajo de la máscara.
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- VIRTU
El concepto clave para comprender El Príncipe es, en italiano, virtú. Aunque procede de la palabra latina virtud (virtus), para Maquiavelo no tiene un significado moral. Virtud significa impulso libre, energía, valor, denuedo, capacidad para las grandes hazañas. A todo lo largo del libro el objetivo de Maquiavelo es explicar cómo pone el príncipe de manifiesto esta cualidad de virtú. La virtú es la capacidad de actuar con rapidez y eficacia a la hora de ejecutar todo aquello que garantice la seguridad y la constante prosperidad del estado. Esto puede implicar hacer falsas promesas, asesinar a quienes constituyan una amenaza e incluso, si es necesario, masacrar a los propios partidarios.
La virtú aumentará sus posibilidades de éxito como gobernante, pero ni siquiera el gobernante virtuoso (el que demuestra virtú) triunfará necesariamente. Maquiavelo cree que buena parte de nuestra vida está regida por el azar, sobre el que no tenemos ningún control: por muy bien preparado que esté, el infortunio siempre puede desbaratar los planes del príncipe. La fortuna es como un río que inunda sus riberas: una vez que se ha desbordado, nadie puede controlarlo. Pero eso no nos impide tomar medidas antes de que el río crezca, de modo que los daños resulten menos graves. Los acontecimientos azarosos causan mayores males cuando no se han tomado precauciones. No obstante, Maquiavelo cree que la fortuna favorece a los jóvenes y a los audaces. En una inquietante metáfora, la fortuna es una mujer y responde a los avances del joven que la zahiere. La virtú es la cualidad viril que utiliza para someterla.
El modelo de príncipe que demostraba tener virtú era, para Maquiavelo, César Borgia. Audacia fue engañar a los Orsini para que concurrieran a Sinigaglia, donde los mandó matar. No obstante la maniobra que más parece apreciar Maquiavelo en Borgia es la que llevó a cabo contra uno de sus secuaces. Una vez que Borgia se hubo apoderado de la Romaña, designó para gobernarla a un cruel verdugo, Remiro de Orco, quien rápidamente pacificó la región mediante la fuerza. Borgia decidió que estas crueldades aumentaran hasta ser intolerables y, con objeto de contrarrestar el odio que suscitaban contra él, mando asesinar a Renato de Orco y que su cadáver, cortado por la mitad, quedara expuesto en una plaza pública. Con este brutal espectáculo apaciguo y anonado a los habitantes de la Romaña. Maquiavelo aplaude la medida la medida de Borgia, un uso habilidoso de la crueldad. A la actitud de Borgia contrapone la del despiadado tirano Agatocles, que era poco más que un bandido y cuyas acciones nunca demostraron virtud.
Agatocles se convirtió en rey de Siracusa gracias a un crimen: asesinó a los senadores y a los ciudadanos más ricos de Siracusa y sencillamente se apoderó del poder. Gobernó y defendió el país, pero lo hizo de un modo cruel y falto de humanidad. A ojos de Maquiavelo no debe confundirse su actitud con la virtú. ¿Qué diferencia a Borgia de Agatocles? Maquiavelo no es del todo claro sobre qué los diferencia; no obstante, he aquí la interpretación más plausible. Los dos utilizan la crueldad de forma eficaz y rentable. Sin embargo, las acciones de Borgia, de haber alcanzado sus objetivos, hubieran dado lugar a una situación que habría sido buena para el interés general (pese a estar casi siempre movido por el deseo de poder). Por el contrario, Agatocles fue un tirano brutal cuyas acciones causaron la desgracia en Siracusa; sus acciones eran criminales. De ahí que Borgia demostrase virtú, y Agatocles no.
La condena de las acciones de Agatocles debe acallar a quienes sostienen que Maquiavelo se limita a aprobar la inmoralidad. Es cierto que aprueba algunas acciones que la moral tradicional calificaría de "inmorales", como el trato que dio Borgia a Remiro de Orco; y desde luego es cierto que no muestra ningún respeto por nada de lo que actualmente entendemos como los más elementales derechos humanos. Incluso parece complacerse en las descripciones de matanzas. No obstante, hay acciones que desaprueba, cual la de Agatocles.
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- INTERPRETACIONES
Para algunos comentaristas el enfoque con que Maquiavelo trata la política es tan extremado que han supuesto que debe estar satirizado a los príncipes tiránicos. Seguro arguyen, que no ha sostenido en serio que César Borgia sea un modelo de buen príncipe. Al defender irónicamente las acciones inmorales de un príncipe despiadado, alegan, en realidad criticaba más que refrendaba esta concepción del arte de gobernar. Tal parece haber sido la opinión de Jean-Jacques Rousseau sobre El Príncipe.
Hay muy pocos datos que respalden esta interpretación, a pesar de que en un libro posterior, Comentarios sobre Tito Livio, Maquiavelo revela sus simpatías republicanas; simpatías que pueden servir de apoyo a la opinión de que en fondo se oponían a que Florencia fuera gobernada por un príncipe. En lo que está de acuerdo la crítica, no obstante, es en que Maquiavelo escribió El Príncipe con fervor y que eso explica la fascinación que ejerce.
Otra interpretación de El Príncipe es que Maquiavelo estuviera instruyendo a quienes deseaban retener el poder sin reparar lo más mínimo en la moralidad. En esta interpretación Maquiavelo sería amoral, estaría totalmente al margen de la moralidad, limitándose a prestar orientación a quienes estén dispuestos a comportarse como psicópatas. Esta interpretación es plausible. Como muestra la comparación de César Borgia con Agatocles, Maquiavelo no aprobaba la ilimitada crueldad que se ejerce por motivos puramente económicos y sin provecho para el estado. Tampoco es el libro un acrítico manual de "recetas prácticas". En el discurso de Maquiavelo, la crueldad siempre tiene sentido, un sentido moral: impedir que más adelante se cometan acciones aún peores; velar por el bien común. El Príncipe está lejos de ser un libro amoral. Puede que abogue por políticas que son inmorales desde la perspectiva convencional, pero estas políticas se justifican moral y políticamente. Está lejos, pues, de ser un manual que proporcione técnicas para que adquieran poder quienes carecen de escrúpulos.
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- PARA SEGUIR APRENDIENDO
Cassirer, E.: El mito del Estado (México: FCE, 1968)
Del Águila R. y Chaparro S.: El ciudadano republicano de Maquiavelo. Claves de razón práctica,, Nº 165, 2006, págs. 10-19
Del Águila R. y Chaparro S.: La república de Maquiavelo, Tecnos, Madrid, 2006
Pocock, J. G. A , The Machiavellian Moment : Princeton University Press, 1975