Quienes me conocen saben que si en alguna definición religiosa-espiritual se me ubica, coincidiremos en que estoy más cerca del ateísmo. Mi visión de esa construcción humana llamada "Dios", es muy diferente a la de la divinidad creadora de todas las cosas, ductora, omnipresente, omnipotente, alfa y omega, que los invasores europeos impusieron con sangre en nombre de "Él" al continente americano, diezmando no sólo la población en más de 80 millones de seres originarios, sino, y más trascendente aún, nuestra cultura.
La idea de Dios la concibo como una proyección del humano ideal que queremos ser, como reconocimiento de que en nosotros existe la contradicción que niega lo que niega a "Dios", pero que nos resistimos a materializar por el sacrificio que significa: la pérdida de la promesa de Vida Eterna; es decir, si decidimos hacemos Dios (el humano ideal) en la tierra, ya no podrá cumplirse la promesa de salvación más allá de la muerte, porque entonces tendríamos que aceptar que después de la muerte no existe otra cosa, menos Vida Eterna.
Creo que en el hombre y la mujer coexiste una percepción de su ESTAR y de su SER que oscila permanentemente entre su valoración del BIEN y del MAL, es decir, de un lado un comportamiento que se espera sea percibido por la sociedad como "positivo ejemplar" y propio de la esencia humana y de otro uno que lo condena; de esa oscilación tenemos relativa conciencia del camino que transita.
Condicionamos el tránsito entre el BIEN y el MAL con la expresión "relativa conciencia" porque estamos sometidos a múltiples fuerzas del contexto en el que nos desenvolvemos (familiar, social, comunicacional, educativo, político, cultural etc.) y que determina la valoración; somos así producto de una realidad, a la cual también podemos legitimar o transformar.
Adquirir conciencia de esa valoración pasa, inicialmente, por un acto muy individual de reconocimiento del cómo nos comportamos socialmente; es así como defino el acto de Orar: un momento particular y original de reflexión profunda, de constricción espiritual, que debe producir auto-sabiduría sobre lo que somos y lo que deberíamos ser y, en consecuencia, cambiarlo o ratificarlo, pero siempre en función del bien.
Sin embargo, ese acto constrictivo, como ya dijimos, está condicionado y determinado por el contexto, por la realidad, por la forma como la sociedad se organiza (modo de producción) para producir la materialidad de su existencia y, con ella, a sí mismo y, en sí mismo, su espiritualidad.
En nuestro caso venezolano, Hugo Chávez hizo un tremendo esfuerzo en ambos sentidos (en lo material y lo espiritual). Chávez fue oración pública permanente, realizó su propia revolución; cotidianas constricciones y construcciones las hizo ante todos y todas. Así logró que el proceso político bolivariano adquiriera vida propia al sembrarlo en las almas del pueblo. Al final de su existencia terrenal encomendó la continuación de la tarea en quienes consideró a los más indicados. ¿Y lo han sido, lo han demostrado más allá del discurso de la lealtad?
Hoy, como en ningún otro momento histórico, los venezolanos y las venezolanas tenemos la responsabilidad de trascender las mezquindades, el individualismo, la falta de solidaridad, el sectarismo, el odio, la desesperanza, el oportunismo, la corrupción, el miedo, para comprometernos con la vida, con toda forma de vida; de comprender que no somos el centro de la existencia en la tierra ni menos la especie más importante, comprender que, por el contrario, somos la más insignificante pero al mismo tiempo la mayor amenaza para el resto.
Hoy debemos asumir el compromiso de superar a quienes quieren hacernos tomar partido en sus extremos aparentes, como si fueran las únicas opciones; dicotomía, además, que no ha permitido superar la crisis pero si renovar los discursos y obtener dividendos electorales y económicos.
Hoy las venezolanas y los venezolanos, que creemos posible un mundo más allá del capitalismo, que creemos en el proceso bolivariano y que estamos convencidos en la emancipación del ser humano del sistema de capital, estamos obligados a realizar una profunda oración individual y colectiva, en la perspectiva arriba definida, para no permitir que se pierda la Revolución Bolivariana, para no eludir el desafío y las tareas que nos impone la realidad.
Pero antes, hay que defender a la Patria de la amenaza imperial y sus sátrapas internos, después cumplimos con esas tareas.