"El odio no se quita con el tormento,
ni se expía por el martirio,
ni se borra con sangre derramada."
Isidoro de Sevilla
Apenas fue electo presidente el Comandante Chávez, se desató el odio, en la clase social que por muchos años mantuvo el poder, para dar inicio a un enfrentamiento sin darle tregua al encargado de dirigir al país: Nicolás Maduro Moros. En los años del proceso bolivariano, se han producido verdaderas tormentas, violentando la paz de los venezolanos. La toma de la plaza Francia en Altamira por un grupo de militares, es un episodio emblemático para entender, como aparece esa escalada de odio. En ese momento una dama, Marisol Zuloaga Porras de Cisneros – por los apellidos, sabemos a la clase que defiende– presentó un escrito de su autoría "el tierrúo debe irse" del cual copio textualmente un párrafo: "Estamos en la plaza Francia para convencer a este tierrúo electo por marginados, que en este país hay gente con clase, que deseamos un liderazgo de altura y no el de un negro bembón, mal educado y de origen marginal que lo que ha hecho es arengar a los miserables para que se enfrenten a los que por su propio esfuerzo sin robar un centavo a nadie vivimos en el este"
Ese episodio, nos demuestra de dónde viene el odio visceral, puesto de manifiesto en los últimos días por un sector de la oposición, pero con un silencio sepulcral de toda la dirigencia de la MUD. Con toda razón una amiga con más de 80 primaveras –caraqueña– consecuente luchadora, ni siquiera los años, han podido doblegar su ímpetu revolucionario, me decía con mucha preocupación en una amena conversación: "En mis tiempos, por cierto bastantes difíciles antes gobiernos represivos, sin ninguna muestra de tolerancia, nunca llegué a odiar a ningún Presidente, ni siquiera a un vecino, adeco, esbirro en el gobierno de Raúl Leoni, cada momento trataba de humillar a mí familia, sospechaba de nuestra inclinación política, pero mi sobrino enamoraba a una de sus hijas, y eso servía para mantenernos al lado de la fiera, sin ser atacados".
Por mi parte, casi setentón, con muchos años en la calle, vendiendo el órgano político del partido comunista (Tribuna popular), me encontré con distintas maneras de pensar, y actuar, siempre traté de respetar, a pesar de malos ratos, cargados de rencor, por parte de personas, creyentes de grandes falsedades utilizadas por el aparato propagandístico del imperialismo para engañar a nuestros pueblos; muchas veces me faltado un trapo rojo para sacarles algunos lances; respondía con el silencio para no caer en la provocación.
En cierta ocasión, me encontraba muy temprano en la mañana de un sábado, vendiendo el periódico en un semáforo al lado de una iglesia –pasé más de treinta años en ese sitio, cumpliendo con esa labor– al ofrecérselo a un señor, adeco toda su vida, con un cargo en lo que anteriormente se conocía, como "concejo municipal" me respondió con los ojos encendidos: ¿Cuántas veces, te he dicho, que yo no compro ese periódico, soy adeco? Era tanto el odio, en el rostro, que no me quedó otra, si no reír un poco asustado, sin embargo, le respondí con unas palabras para tratar de ablandarlo o terminar de encolerizarlo: "No importa, los adecos, también tienen derecho de instruirse" Se marchó, y cada momento, cuando se acercaba un vehículo, tomaba las precauciones del caso.
Ese mismo señor, con el tiempo cambio de trato, y las veces que lo veía, me saludaba con una sonrisa muy gentil, nunca me llegó a comprar el semanario. Era un hombre del pueblo, a quien el cargo, y los dirigentes de un nivel muy superior, lo cambiaron, hasta convertirlo en un enemigo de su clase social –tan pobres, como él–murió militando en AD, y el día de su velorio, muchos adecos se quedaron sorprendidos, cuando me vieron. Por eso, cuando escuchó a muchas personas culpar al Comandante Chávez, del odio manchando con sangre las calles y avenidas del país, les sugiero: ¡Lean el escrito de Marisol Zuloaga Porras de Cisneros, para que saquen sus propias conclusiones! Lo pueden conseguir en internet.