La mama grande de la Fiscalía

El célebre relato "Los funerales de la Mamá Grande" de Gabriel García Márquez suele tomarse como la génesis conceptual y estructural de su novela Cien años de Soledad, que acaba de cumplir cincuenta años de editada por primera vez. Tras la muerte de su padre, el personaje adquiere dimensiones suprarreales. María del Rosario Castañeda y Montero, que así se llamaba, "regresó por la calle esterada investida de su nueva e irradiante dignidad, a los 22 años, convertida en la Mamá Grande". Su figura fue portentosa: "la Mamá Grande había sido el centro de gravedad de Macondo, como sus hermanos, sus padres y los padres de sus padres lo fueron en el pasado, en una hegemonía que colmaba dos siglos. La aldea se fundó alrededor de su apellido". Además, fue "soberana absoluta del reino de Macondo, que vivió en función de dominio durante 92 años y murió en olor de santidad un martes del setiembre pasado, y a cuyos funerales vino el Sumo Pontífice".

Ahora que el Papa Francisco se ha dado en programarse una vuelta por Suramérica para oler las fronteras de su Argentina natal, y aquí en Venezuela nos debatimos a dentelladas en la política, mordiéndonos unos a otros o sacándonos los ojos a través del bachaqueo, las extorsiones y las humillaciones, traigo a colación la solución que la Mamá Grande tenía para la política al estilo y la usanza de los adecos del pasado:

"Durante muchos años la Mamá Grande había garantizado la paz social y la concordia política de su imperio, en virtud de los tres baúles de cédulas electorales falsas que formaban parte de su patrimonio secreto. Los varones de la servidumbre, sus protegidos y arrendatarios, mayores y menores de edad, ejercitaban no sólo su propio derecho de sufragio, sino también el de los electores muertos en un siglo. Ella era la prioridad del poder tradicional sobre la autoridad transitoria, el predominio de la clase sobre la plebe, la trascendencia de la sabiduría divina sobre la improvisación mortal". En Venezuela cuando los muertos votaban no había tantas peleas a muerte por la silla de Miraflores ni por la Constituyente que tanto ventilaba entre papeles Tercer Camino. O el dedo solucionaba todo, asignando los cargos, o los muertos ponían lo suyo para sumar los votos.

Un poco más acá del terreno de la ficción, la oposición ha querido mostrar a la actual fiscal de la república como su Mamá Grande. Se dice tanto de su poder, de sus bienes adquiridos en revolución o fuera de la revolución, de su marido diputado y otras cosas, que este otro fragmento del cuento del Gabo, nos parece interesante: "Nadie conocía el origen, ni los límites ni el valor real del patrimonio, pero todo el mundo se había acostumbrado a creer que la Mamá Grande era dueña de las aguas corrientes y estancadas, llovidas y por llover, y de los caminos vecinales, los postes del telégrafo, los años bisiestos y el calor, y que tenía además un derecho heredado sobre vida y haciendas."

Para quienes piensan que Luisa Ortega Díaz puede lograr lo que no pudo Irene Sáez con su belleza, léase ese cuento magistral del Gabo, llévenle flores a sus muertos y consiéntalos, y esperen cien años a ver que pasa.

 

 



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José Pérez

Profesor Universitario. Investigador, poeta y narrador. Licenciado en Letras. Doctor en Filología Hispánica. Columnista de opinión y articulista de prensa desde 1983. Autor de los libros Cosmovisión del somari, Pájaro de mar por tiera, Como ojo de pez, En canto de Guanipa, Páginas de abordo, Fombona rugido de tigre, entre otros. Galardonado en 14 certámenes literarios.

 elpoetajotape@gmail.com

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