Los procesos de expropiación que se atrevió a iniciar el Alcalde Mayor Juan Barreto tienen un impacto más allá de lo tolerable por las tradicionales élites del poder, y resulta muy caro para aquellos que buscan mantener lugares seguros en ellas. Una lógica vulgar y electorera llevaría a justificar la marcha atrás de estos procesos escudándose en “la importancia del medio ambiente”; pues en ese sacar de cuentas resulta muy costoso ganar votos a punta de procesos semejantes porque, ¿para qué? Según esta lógica nadie creería que los escuálidos van a darle su voto a Chávez porque les vendan el apartamento en el que han vivido por cuarenta años. ¿Darán su voto al Presidente aquellos inmigrantes que no tenían cómo comprar, pero sí para alquilar y vivir en el límite de la decencia? ¿Darán su voto a Chávez aquellos que fueron utilizados por las políticas racistas de los años cuarenta para “blanquear” la población a punta de genes y que fueron abandonados a su suerte en esta ciudad mientras hacían de taxistas, panaderos, conserjes, mecánicos,…? Lo que se vivió como conquista de postguerra en un país de grandes oportunidades como lo ha sido éste, no se suelta con menos que dolor para quienes no tienen otra casa que ese lugar que habitan desde hace muchos años y en condiciones casi siempre deplorables. No puede ser que no se tenga derecho sobre aquello que se ha conquistado a fuerza de tanto sacrificio, en lo que parece haber sido un remedo del sueño saudita y de bonanza petrolera que para un 60% de caraqueños nunca llegó.
Claro que tienen razón los opositores electoreros de Juan Barreto: es muy costoso y los escuálidos no le darán por eso sus votos al Comandante Chávez. Pero resulta ridículo pensar que los votos se compran, y que éste sea el motivo de tanto enfrentamiento. Por encima se ve que quienes hablan de falta de exquisitez en el Alcalde Mayor pero se contentan con el hablar recio de nuestro Presidente cuando sin ambages pone nombres a quienes lo merecen, hoy se asoman como caimanes al caño con ambigüedades propias de la oportunidad al acecho. Sólo esperan el santo y seña para salir al paso, no de un hombre atrevido que ha salido a emprender acciones desafiantes, sino de un pueblo aún desconocido por quienes lo tratan como una argamasa de cosas y actitudes.
Claro que las expropiaciones no compran votos y es muy costoso para quienes temen las reinterpretaciones de nuestra revolución, pero, ¿no tenemos derecho los venezolanos “inquilinos”? ¿debemos dejarnos cambiar por las prioridades de los caraqueños de “alquiler” que pululan en las altas esferas políticas e intelectuales?
Cuarenta años lleva mucha gente pagando alquileres en esta ciudad, viendo de lejos la oportunidad de tener un techo propio. Ese 60 por ciento de caraqueños en situación de alquiler es también algo vergonzoso, que llena de malos recuerdos nuestra mal llamada democracia puntofijista: el diseño de sociedad para el consumo, la perfecta explotación del Hombre por el Hombre. El dinero se fue mensualmente, mientras envejecíamos, pero ahí venía la segunda generación… y la tercera… Tal vez nos vendan el apartamento un día de éstos… Nadie que vive alquilado puede dormir tranquilo, porque siempre sentirá que el toque en la puerta es el dueño que pide aumento; o que el camión que se estacionó en la esquina es el que tragará sus muebles sin derecho a protesta mientras un Juez amigo de las mafias inmobiliarias ejecuta la orden de desalojo, al tiempo que sus vecinos corren a pasar la mano por sus propios peroles con ansiedad y temor profundo. ¿No hay allí una deuda social? ¿Será que la “clase media-pobre” no tiene nada por cobrar de estos cuarenta años? Es verdad, pocos fuimos capaces de trepar cerros y de dejar de estudiar porque no quisimos perdernos de hacer el mundo moderno, para bien o para mal. Pero también ha habido dolor a cambio de esas cosas que hemos sufrido en sociedad. Creo que los cacerolazos que se oyen desde Chacao hasta Colinas de Bello Monte, pasando por Los Palos Grandes, Los caobos, Los Chaguaramos, y tantas otras urbanizaciones de hermosos y derruidos edificios ya sin lustre, habitados por los creyentes del progreso petrolero, son la mejor expresión del uso y abuso que ha hecho de nosotros el poder cuartorepublicano: hacer creer que esa clase pobre pero educada en la universidad era nuestro sueño de país, condenada siempre a la explotación de las jaulas que presumían de oro cuando las comparaban con el cerro… ¡qué creencia de tales mentes en el fondo lastimadas! ¿No vale la pena dignificar esa porción de pueblo que naufragó en una pobreza disfrazada de bonanza?
Piensen, aduladores de oficio, al menos durante unos momentos mientras buscan frases para mitigar el verbo crudo de nuestro Presidente y Líder máximo, que también hay una dignidad que conquistar para este pueblo “inquilino”. No descarrilen bajo apremio nuestro único tren en este espacio de la vida.