"Espero muy poca cosa, en el orden de la cultura, de aquellos que viven desinteresados del problema religioso en su aspecto metafísico"
«♦» LIMINAR: SOBRE EL USO DE LA PALABRA "HOMBRE"
"Como intento en mis otros escritos, cuando escribo "hombre" me refiero al puruṣa, anthrôpos, homo, Mensch y no permito que el varón monopolice la palabra. Soy demasiado sensible a los orígenes derogatorios y hasta denigrantes a veces de las palabras usuales para designar a las "women", "mulieres", etc. La mayoría de lenguas, a diferencia del inglés, no confunde el género con el sexo. Utilizar la diferencia sexual como lo más importante en el hombre traiciona una ideología particular como la que traicionaría si dijéramos "ricos y pobres", "blancos y negros" para abarcar a la raza humana. No debemos fragmentar nuestra personalidad innecesariamente. Tampoco convence utilizar expresiones que nos convierten en simples miembros de una clase, como "humanos" y "ser humano", eliminando con ello nuestra dignidad única y no clasificable. En rigor, ni hombre ni Dios tendrían que ser del género masculino, pero permanece el hecho de que este último ha monopolizado tanto lo humano como lo divino. La palabra "humanidad" nos resulta demasiado abstracta, y la expresión "género humano" conlleva una ideología darwinista (como si el hombre fuera una especie) que nos parece inaceptable. Decir "hombre/mujer" o "él/ella" no haría más que acentuar esta escisión mortal de la cultura moderna. Por todo esto y en espera de un utrum, de un nuevo género que incluya el masculino y el femenino sin ser neutro (neutrum: ni uno ni otro), uso la palabra "hombre" para referirme al anthrôpos. La palabra hombre no es un monopolio del varón; acaso debiera ser del género epiceno." (Raimon Panikkar: El silencio del Buddha .Una introducción al ateísmo religioso)
Siguiendo Panikkar en este artículo y los siguientes emplearemos la palabra "hombre" para referirnos al existenciario humano en toda la potencialidad de su diseño (masculino y femenino).
I.La cuestión de Dios
Entre las muchas cuestiones que agitan a la humanidad, que la aglutinan o la dividen, que la hacen vivir también, está la cuestión de Dios. El concepto "Dios" es universal. El problema de Dios tiene una permanente actualidad para todo hombre que se interroga sobre el sentido de su vida. La idea de Dios une entre sí no solo a los hombres de todos los tiempos que se formulan preguntas religiosas, sino también a los no creyentes y a los ateos que se definen a sí mismos precisamente por su rechazo de la fe en Dios y perfilan de este modo su identidad como enfrentada a Dios. Si la pregunta sobre Dios une a todos los hombres y desempeña una función esencial en sus vidas, nos asisten buenas razones para situar la idea de Dios en el centro de la vida cristiana y de la reflexión teológica. El problema de Dios no es solo, en efecto, la pregunta fundamental de la teología, sino de la totalidad de la existencia humana. Y así, la idea de Dios ofrece el lugar genuino para entablar el diálogo con todas las personas de buena voluntad.
II. ¿Qué pinta Dios en todo esto?
El hombre desde que es hombre se ha preguntado por Dios. Esto constituye un hecho incontrovertible, una especie de consenso universal. Contra facta non valent argumenta. Gustará o no, se aceptará o se rechazará, se reputará buena o mala noticia, tiempo bien o mal empleado, se interpretará positiva o negativamente, como acierto o fatalidad desgraciada. Pero ahí está como innegable para tirios o troyanos, agnósticos y escépticos, ateos y teístas ese hecho interrumpido, omnipresente desde la Antigüedad remota hasta la ultimísima vanguardia posmoderna, en el estadio mitológico, en el filosófico-teológico y también en el positivo (Comte), hasta el Medievo con un planteamiento prevalentemente cosmológico-objetivista y desde la Modernidad con otro decididamente antropológico-subjetivista (acceso a Dios ya no desde el cosmos, sino desde la subjetividad humana: felicidad, conciencia, verdad, amor, libertad, dolor). Lo han llevado a cabo lumbreras mayores y menores de la historia de la filosofía, antiguas y actuales, desde Protágoras, Epicuro, Platón y Aristóteles, pasando por Anselmo, Nicolás de Cusa, Descartes, Pascal, Spinoza, Leibniz, Kant, Fichte, Shelling, Schleiermacher, Hegel, Nietzsche, Kierkegaard, Feuerbach, Marx, Heidegger, Camus, Bloch, Marcel, Hartmann, Sartre, Levinas y Habermas… Ninguna gran filosofía ha podido soslayarlo.
Hasta los autores más distanciados o contradictores y los grandes teóricos ateos modernos se han empleado a fondo, aunque sea para inculcar que después de ellos ya no debe dedicarse nadie a la cuestión, declarándola zanjada , que es completamente lógico dejar de creer en Dios, hipótesis inútil (ateísmo teórico), emanciparse de Él para ser felices, erigir la ciudad secular como si Él no existiera(ateísmo práctico, indiferentismo) ni le necesitáremos… frente a quienes han defendido exactamente lo contrario, o sea, que en las sociedades ateas no ha habido más progreso y libertad, si no al revés, mayor subdesarrollo y opresión. Así lo han expuesto unos y otros a lo largo de miles de páginas. En el trasfondo de las dos posturas late una insuperable inseguridad, a veces en forma de una duda corrosiva, la del ‘quizá’ contrario, porque no es que sepan que Dios existe o que no existe, ambos lo ‘creen’, no lo saben, ninguno aduce evidencias que coaccionarán necesariamente a la razón a inclinarse hacia un lado.
Pese a los profetas decimonónicos que habían anunciado su extinción como un fósil retirado en el museo de antigüedades de la civilización, las religiones han enterrado a sus enterradores. Ingenua o interesada y, en cualquier caso, equivocadamente las habían considerado un inconsistente epifenómeno, sin raíces ni peso, que serían superadas muy pronto en el estadio de la ciencia. Para mayores mentís y humillación de ellos, las religiones no sólo no acaban de morir, sino que de día asistimos atónitos a su complicación, metamorfosis e incremento. Continúan reafirmándose como soporte y componente de primer rango en la existencia individual y colectiva. "Los muertos que vos matáis, señor, gozan de buena salud". El hombre sigue siendo naturalmente religioso, esencia tensa hacia Dios como su futuro absoluto, necesitado del cultivo de la religión como aire vital para no asfixiarse en el inmanentismo, incapaz de saciar las ilimitadas aspiraciones de su corazón; hastiado de tal menú, no puede menos de suspirar por lo inmaterial y espiritual.
En suma, el hombre desde los albores de su historia ha pensado a Dios y ha hablado de Él, en los mitos, religiones, teologías y filosofías, como que no ha podido desembarazarse de Él. Es una realidad del pasado, del presente y probablemente también del futuro, seguirá acompañando la aventura humana. Está detrás, frente a y por delante de nosotros. La palabra ‘Dios’ sigue ahí, en boca de todos, se oye por doquier, incluso en blasfemias callejeras, en la televisión o en literatura panfletaria, que viéndose ahogar en su carácter escatológico suspira por unas migajas de atención por parte de los filósofos, carentes de piedad al respecto.
Parece como si la entera historia de la filosofía no hubiera hecho otra cosa que hablar y discutir sobre Dios, o sea, una teología encubierta, camuflada (Heidegger), como si en el fondo fuera el auténtico tema de los grandes y lo único que estrictamente merece el nombre de pensamiento.
III. Pluralidad
Filosóficamente se ha dicho y razonando de Dios que existe, que no existe, que no se puede saber nada de Él (por la complejidad de la cuestión y por la brevedad de la vida, argüía ya Protágoras), que su en sí o esencia resulta completamente incognoscible. Se han dado de Él numerosas nociones, imágenes y ‘definiciones’, los más dispares predicados. He aquí una muestra sumaria y representativa de esa impresionante galería de retratos-espejos donde uno puede sentirse perdido:
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el principio y origen de todo
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el geómetra del universo
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el bien sumo difusivo
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el motor primero e inmóvil que lo mueve todo
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el pensamiento que se piensa a sí mismo perfectamente
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el uno, fuente de la multiplicidad
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el inefable
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el ser puro y simple, el ser pleno o la plenitud del ser
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el ser necesario
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‘id quo maius cogitari nequit’
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‘ipsum esse subsistens’
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la causa de las causas, causa primera e incausada
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el ‘non aliud’
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el fundamento útlimo omnisustentador
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el absoluto
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‘Deus sive natura’ (el mundo, su ‘anima’, sustancia o la ‘physis’)
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la idea perfecta
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la razón universal
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el sentido del mundo
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la meta o destino de todo
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la subjetividad absoluta
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el postulado supremo necesario
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el garante de la coincidencia final entre eticidad y felicidad
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el espíritu absoluto
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el misterio tremendo y fascinante
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la profundidad u hondura de lo real
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el incondicionado
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el totalmente otro
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el trascendente
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la realidad fundamento
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la energía subyacente del cosmos
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lo que hace que haya mundo
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la suprema proyección de representaciones infantiles o del subconsciente
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la gran alineación humana
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el opio que aparta del compromiso histórico
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la objetivación hipostasiada de los grandes sueños
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la mayor quimera, ficción, abstracción, espejismo del deseo y de la fantasía
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el hombre mismo
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el narcótico de una disimulada desesperación existencial
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el gran inquisidor y enemigo de la libertad
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una latente posibilidad
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el máximo enigma o incógnita de la humanidad
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una palabra vacía, hueca, sin referente.
Este sucinto elenco muestra que Dios debe de ser una mina de filones sin fin, una fuente de veneros inagotables, de profundidad abismal, "un océano del que apenas hemos obtenido unas gotas" (Leibniz). Los hombres no han podido menos de plantearse el tema, ello les distingue de la animalidad inferior. No sólo lo pensaron, sino que siguen pensándolo, señal de que no es un problema resuelto, superado, sino identidad abierta, realidad vertiginosa, un misterio escondido, pregunta no menos que respuesta. Ningún concepto o nombre se muestra capaz de encerrarle, de abarcarle en todo su potencial, de apresar su totalidad designándola completamente. Dios es perenne novedad, sorpresa. Es siempre el mismo, pero son distintas las mentes que a modo de espejos lo reflejan, los paradigmas y categorías que lo expresan (perspectivismo). Cambia la cosmovisión, las preocupaciones, los intereses, la precomprensión global del sujeto que interroga y busca, que es un ser esencialmente histórico, mutable deviniente; el único Dios va desplegando su identidad y perfección en cada tiempo, va siendo descubierto por destinatarios incontablemente diversos, al contacto con cada sensibilidad receptiva va produciendo nuevas irisaciones y reflejos, va siendo respuesta original para cada contexto. Cada sujeto y cada generación se interrogan desde su propia circunstancia y conocimientos. Lo piensan y lo filtran a través de sus esquemas, prejuicios, saberes. Van cayendo en la cuenta de nuevos aspectos divinos. Porque la realidad de Dios da de sí inmediblemente desbordando todos los esquemas y perspectivas, por eso caben tantas miradas a Él cuantos ojos e intérpretes hay, sin que ninguna época pueda entenderle exhaustivamente. Cada edad pone ante Él nuevas situaciones y a la vez le proporciona nuevos instrumentos y cauces de expresión soportes o plataformas desde donde allegársenos. Es legítimo y enriquecedor el pluralismo, la visión condicionada, las imágenes de Dios dependientes de los ojos biológicos, sociales, culturales, religiosos.
IV. Lecturas recomendadas
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Angel Cordovilla: Crisis de Dios y Crisis de Fe. Editorial SAL TERRAE
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Paolo Flores d´arcais, Angelo Scola: ¿Dios? Ateísmo de la razón y razones de la fe.
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André Lalier: ¿Nos interesa creer en Dios? Editorial SAL TERRAE
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Xavier Quinzá Lleó: Dios, ¿un extraño en nuestra casa? PPC, Editorial