Con la globalización y financiarización económica pareciera que la geopolítica hubiese perdido preponderancia para explicar los fenómenos contemporáneos. Sin embargo, nada más alejado de la verdad. El territorio y sus recursos sigue siendo una categoría de primer orden para entender lo que pasa en el mundo.
La teoría clásica de las relaciones internacionales conserva su plena vigencia: los estados nacionales actúan en defensa de sus intereses. Difícilmente exista una comunidad de intereses internacional, más allá de meros arreglos coyunturales y en alineación directa con los intereses de las potencias hegemónicas.
En esta misma línea de argumentación, cabe colocar a la teoría de la dependencia y el modelo centro-periferia, hoy más vigentes que nunca.
El capitalismo de medida mundial ya no encuentra resquicios por donde escabullirse de sus contradicciones y proseguir tranquilamente con su ritmo de acumulación, es decir, de concentración de la riqueza en pocas manos; lo que claramente obedece a la Ley de Decrecimiento Tendencial de la Tasa Media de Ganancia postulada por Marx en El Capital.
La guerra ya no ofrece una salida airosa, dada la variable nuclear y sus catastróficas consecuencias, aunque la escalada del conflicto con Corea del Norte pareciera apuntar en esa dirección, en la creencia ilusoria de que la eventual destrucción podría afectar solo a Corea del Sur y Japón, lo que ayudaría a destrabar la alicaída tasa media de ganancia del capital global.
Otro curso de acción del capitalismo mundial sería destruir económicamente a alguno de sus peces gordos, para destrancar el juego de la acumulación, como pudiera ser una vez más Alemania, probablemente escogida ya como víctima por el pacto hegemónico Trump-Putin.
Pero, por si las anteriores opciones no fuesen lo suficientemente horrorosas, el periodista Thierry Meyssan ha venido difundiendo la especie de que el objetivo geopolítico del mundo hegemónico (América del Norte, Europa Occidental, Israel, Rusia, China y Japón) es destruir los estados nacionales del resto del mundo (Europa Central, Asia Central, Oriente Medio, África, América Latina y El Caribe), reducirlos a la prehistoria, para facilitar la apropiación directa de sus territorios y los recursos en ellos contenidos.
Meyssan plantea que el objetivo de las revoluciones de colores, primaveras árabes, balcanizaciones y ahora las guarimbas en Venezuela, no es derrocar gobiernos progresistas ni apoderarse circunstancialmente de recursos como el petróleo, sino simple y llanamente destruir esos estados nacionales, sumiendo a esas sociedades en condiciones prehistóricas. Es decir, en el caos total.
Obviamente que el objetivo último es disponer de los territorios y los recursos; pero hay algo más aterrador aún en el planteamiento de Meyssan, y es su similitud con la vieja tesis expuesta por Susan George en su obra Informe Lugano, donde se plantea que el capitalismo mundial para seguir siendo viable en el siglo XXI, debe exterminar grandes masas poblacionales, reducir el tamaño de la población humana a alrededor de 1.000 millones de habitantes, pues solo así puede ser viable la acumulación capitalista dados los límites al crecimiento que impone la disponibilidad de recursos naturales del planeta.
Para ello, el capitalismo mundial utiliza la guerra, los conflictos civiles, las enfermedades y el hambre, suertes de jinetes del apocalipsis orquestados desde el tablero de mando del gran capital mundial. ¡Espeluznante!
Visto así, Venezuela se erige en este preciso momento como epicentro de la geopolítica mundial, sufriendo toda suerte de ataques por parte de la potencia hegemónica occidental, aunque en medio de la tensión de esta última con la potencia hegemónica euroasiática cuyos intereses geopolíticos también están en juego en Venezuela y en el resto de América Latina y El Caribe.
¿En qué va a parar todo esto? Solo el tiempo lo dirá, pero por lo pronto debemos entender, camaradas y compatriotas todos, que lo que está en juego en este momento en Venezuela no es un gobierno o una crisis económica, sino nuestra supervivencia misma como sociedad, como pueblo; nuestro derecho a existir, a vivir en esta tierra, a seguir respirando.
Todas las bisagras del capitalismo mundial están crujiendo y como consecuencia de ello los países periféricos estamos en la cuerda floja. El que caigamos o no, va a depender de nuestra capacidad equilibrista. Assad parece estarlo logrando en Siria, no con poco sufrimiento y miseria para ese noble pueblo. Ojalá nosotros sepamos estar a la altura de la historia y tengamos la misma capacidad de resistencia y tenacidad para sobrevivir a esta nueva fase de destrucción del capitalismo mundial.
Camaradas, no olvidemos que Chávez vivirá mientras el pueblo luche y nosotros hemos decidido seguir luchando. Unidad, unidad en la diversidad, para poder vencer.
Zulika King
Coordinadora del Movimiento de Batalla Social Punta de Lanza
Miércoles, 23 de agosto de 2017