"La gente está perdiendo, perdiendo la emoción de vivir
No hay amigos en el Facebook
Y el Twitter es un pájaro ruin".
Fito Páez
El filósofo Fernando Buen Abad alertaba acertadamente en días pasados sobre la necesidad de levantarse contra el aparato mediático que alimenta el flujo de información y contrainformación que genera la guerra comunicacional. Expresaba en tal sentido, que "Todavía hay personas que se niegan a aceptar que vivimos bajo la metralla de una Guerra Económica y bajo sus misiles mediáticos. Prefieren ignorar que nos explotan y nos enajenan. No asumir esa Guerra es vivir derrotados".
El debate arranca en la semiótica, para entender los mecanismos de manipulación de los distintos significados de los "signos en la vida social", en la vida cotidiana de la gente. El estudio de la semiótica nos permite analizar y comprender el significado que tienen los mensajes (algunos bajo la forma de bombardeo constante), para construir metarrelatos (falsos o verdaderos) sobre el mundo que nos rodea. En este sentido, dado que las palabras no son neutras, llevan el mensaje que quiere inducir el emisor, sean estos poderosos medios, corporaciones o agentes manipuladores. Esto se agrava en el siglo XXI, en tanto que estamos frente al Homo Videns (Giovanni Sartori), un permanente consumidor de imágenes, noticias y propaganda, que vive atrapado dentro de las engañosas telarañas de las redes sociales.
La lógica de dominación del aparato comunicacional del capitalismo mundial tiene bien claro cuáles son los mensajes que quiere trasmitir en sus medios. A través de ellos define qué cosas deben masificarse y exaltarse, qué cosas y a quién debe satanizarse, y peor aún, a quién debe ignorarse, ocultándolo en las profundidades oscuras de las redes sociales. Dejando temas esenciales para la vida humana como el calentamiento global, las desigualdades generadas por el capitalismo o el despojo contra los pueblos oprimidos del mundo, en un silencio total, en la oscuridad mediática.
En estos temas hay múltiples ejemplos de acontecimientos que han podido superar el silencio de los medios, gracias a la fuerte presión de los grupos de solidaridad y a organizaciones de Derechos Humanos. El caso de Ahed Tamimi es paradigmático. Una niña de apenas 16 años es perseguida y acosada por todo el aparato policial-estatal israelí, que la somete a encarcelamiento (en tribunal militar), al mejor estilo de la inquisición medieval. Su mayor delito fue documentar y publicar en las redes sociales las acciones de agresión de los agentes de ocupación en contra su comunidad, dentro del territorio palestino. Las imágenes de una niña (activista desde los 12 años de edad) enfrentado sola a un ingente ejército violento y depredador, no le han parecido nada convenientes a la nomenclatura mediática mundial, que ve como crece un nuevo símbolo contra la ocupación y al apartheid contra el pueblo palestino. Ahed solo defiende lo suyo, con el poder de las imágenes y las palabras en sus redes sociales. Pero ella ha sido silenciada y ocultada de la vista de los "consumidores" en los grandes medios de comunicación.
Aquí es clara la diferenciación y discriminación de los poderosos medios. Podemos llamarlo sensibilidad mediática, ya que es la mediación que permite satanizar y vituperar por casi cualquier tema a países como Venezuela, pero libera del linchamiento mediático, político y penal a bombardeos contra población civil ejecutados con las bombas inteligentes de Estados Unidos; permite ocultar bajo la mesa elecciones turbio-fraudulentas como las de Honduras (pañuelo en la nariz de la Alianza del Pacífico y demás detractores habituales); o "tolera" que bajo la égida de sus socios de la extrema derecha ocurran atroces matanzas y desapariciones forzadas como la de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, en México.
En estos casos, medios y organismos internacionales se han limitado a "tomar nota" indolentemente y penosamente han "tuiteado" su hipócrita preocupación, en un evidente caso de anuencia, complacencia y tolerancia contra los crímenes que ejecutan sus socios y lacayos.
La sensibilidad mediática, también es parte esencial del inmoral aparato de dominación-castigo de Estados Unidos, el cual es replicado dócilmente por la Comunidad Europea. Se aúpa, tolera y financia la violencia terrorista (cuando es ejecutada por los suyos, por sus agentes y sus aliados) pero se castiga la soberanía e independencia de los pueblos, acusándolos burdamente de "opacidad democrática" o de "amenazas a la seguridad nacional". Las risas de incredulidad nunca han dejado de sorprender, de indignar, por lo irracional e insubstancial de acusaciones que lanzan con exiguo sustento.
La sensibilidad mediática es utilizada al antojo del Imperio Norteamericano de acuerdo a sus juegos de poder, su conveniencia económica e intereses geopolíticos. Mueven los niveles de tolerancia y aprobación de acuerdo al juego de roles que más le convenga. No importa que sus aliados violen los Derechos Humanos, las leyes o dispongan de vidas humanas. Con ellos, condescendencia total, no se les ataca ni con el pétalo de una rosa. Es la doble moral imperial.
En medio de tanta manipulación y ataques mediáticos hay esperanza. Los pueblos con conciencia no se dejan manipular por las campañas de laboratorio o los maléficos Bots ("programa informático que efectúa automáticamente tareas repetitivas a través de Internet", nada de humanos, ni de masas). La realidad, la vida cotidiana de la gente, nunca será suplantada por los rabiosos gritos de la derecha histérica, en sus vanos intentos de generar matrices de opinión. La construcción de artificiosas tendencias y la difusión de "Fake News" en las redes sociales y en los grandes medios de comunicación, siempre tropezarán con la contraofensiva de grupos e individuos empeñados en desmontar sus mentiras, y difundir no solo la verdad, sino la otra cara de la moneda. La de los excluidos y los oprimidos.