Cuando se viaja por una carretera y se observa a un infeliz mal vestido, con su barba y cabellos hirsutos, con unos zapados arruinados, con la apariencia de sufrir la pena de no probar un bocado durante muchos tiempo, ante tanta miseria andante de inmediato se piensa que este sujeto está loco, es decir, nos viene a la pensadora "el loco de carretera". Ciertamente, no es más que un andariego que perdió el juicio y se dedicó a recorrer el mundo sin hacerle daño a nadie.
Son muchos los dementes que están cerca de uno y manifiestan abiertamente su locura. Hombres y mujeres agresivas(os) o no, quienes se desentendieron de la moral, de la justicia, de las normas sociales y de todo aquello que se aspira que deba cumplir un hombre sano. La locura de los locos es predecible, por lo que las personas que están cerca de ellos tienen cierta reticencia para evitar ser víctima de su enajenación.
Pero la locura no solo se evidencia en los enajenados, hay hombres y mujeres sanos que pueden mostrar por un instante una conducta demencial. Es el caso de la locura momentánea, la que puede padecer un hombre o una mujer sano, bien por un arrebato fugaz de ira, o un momento efímero de desesperación, en tales casos estamos en presencia de la locura de un hombre o mujer sana.
Otro caso de chifladura de una persona sana es la locura de amor. Son muchos y muchas las personas sanas que por un tiempo padecieron locura de amor. Seres que idealizaron a su ser amado, resaltándoles virtudes que solo el amor es capaz de despertar. Por fortuna, este tipo de insensatez la calma el tiempo y se cura, por lo general, con el matrimonio.
Indudablemente la locura de los locos no es tan problemática, dado que el comportamiento de estos dementes es predecible, simplemente hay que alejarse de ellos. La locura más peligrosa es la de los hombres sanos, dado que no es imaginable ni manifiesta, dado que este tipo de enajenación está escondida detrás de elegantes ropajes.
Una de las peores locuras propias de los hombres sanos es la guerra. Esta es una cosa demencial y quienes la decretan, la financian y la dirigen no son los locos perturbados, sino hombres y mujeres sanos(as).
Solo a un loco se le puede ocurrir llevar a un país o varios a una guerra sangrienta e inhumana, cuyo resultado será una carnicería impredecible donde la destrucción y la muerte son los protagonistas. El o los hombres sanos, los que suelen llevar a otros a la locura de una guerra y sobre todo, a una guerra nuclear, no imaginan la catástrofe que se avecinaría en una locura de esta magnitud. Ya no es el soldado muerto con un tiro en la cabeza; tampoco la agonía de uno o varios civiles reventados como perros en el medio de una calle, producto de un bombardeo inesperado; mucho menos el asombro de un capitán de la tropa que en un instante observa que su bota está alejada de su cuerpo junto con su pierna desgarrada por la explosión de una granada; olvidémonos de los muertos producto del fuego de fusilería continua durante el día y la noche con ráfagas de ametralladora pesada y disparos de morteros; ya la prensa no se sorprenderá cuando un corresponsal de guerra fotografíe a un soldado con la esquirla de una granada enterradas en el estómago y el mismo militar observe como le brotan las tripas de su abdomen sin saber cuánto tiempo le queda de vida; ya no es tiempo de pensar en un teniente que pierde el maxilar como consecuencia de una balazo….Estas imágenes corresponden a la guerra tradicional, a la guerra cuerpo a cuerpo, a las de los bombardeos, a la locura que desde hace miles de años los hombre sanos conducen a los soldados para que sucumban "honorablemente" y "satisfactoriamente" por la patria. Es estos tiempos modernos hay nuevos métodos de hacer la guerra. En la actualidad los hombres sanos discuten cómo será la mejor manera de acabar con la humanidad de una manera más aséptica.
La guerra la planifican, la financian y la dirigen hombres sanos, simplemente por el control de poder económico. Estos sanos que actualmente hablan, sin inmutarse, de guerra nuclear, de ojivas, de megatones, de misiles con cabeza nuclear; de submarinos nucleares; de bombas termonucleares; de bombas de plutonio, uranio y neutrones; bombas de cobalto o sucias; armas nucleares de fisión y de fusión; armas nucleares limpias y sucias; armas nucleares de potencia variable; bombas nucleares de penetración, todo un menú de opciones para escoger la manera de destruir parte de humanidad. Son los hombres sanos en su papel de presidentes, primeros ministros, generales, ejecutivos de las fábricas de armas, quienes graduados en prestigiosas universidades y en acreditadas academias militares, utilizan su verbo demagogo y se valen del patriotismo de sus pueblos para engañarlos. De seguro son unos perversos sanos sin rasgos fisionómicos ni tacha de desequilibrados.
En estos tiempos posmodernos no se llevará la estadística de los números de soldados muertos y heridos, de la población civil que pereció durante los lanzamientos de misiles desde cientos de drones. En la era de grandes avances tecnológicos, una vez desatada la locura nuclear decretada por los hombres saludables, se elaborará el inventario de las ciudades y los países desaparecidos del mapa y de toda esta barbarie, consecuencia de la locura de los hombres sanos. Y de la locura de los hombres sanos la humanidad debe cuidarse.
Penosamente la tecnología y la prosperidad del planeta parece medirse por la forma como los sanos destruyen la flora y la fauna, la manera como se contamina el aire y las aguas, la forma como se agota la materia prima para utilizarla en la satisfacción de la frivolidades de la gente adinerada y la peor de toda, por el modo como se oculta las diversas formas para acabar con la humanidad, entre ellas la guerra de la cuarta generación. Una nueva modalidad para planificar la desaparición de los seres humanos, producto de la locura de los saludables.
Finalizada la guerra fría salió a luz la esperanza de la concordia. Contrariamente a la expectativa de paz, los sanos comenzaron a diseñar nuevas formas de hacer la guerra cuya finalidad, en un principio, no es utilizar ejércitos regulares para doblegar al adversario. Surge la guerra asimétrica, basada en la ventaja tecnológica de las grandes potencias y sobre todo, en el empleo de tácticas no convencionales. Germinan así acciones como bloqueos y sanciones económicas; ataques contra el adversario basados en mentiras de la mass media; el dominio sobre las entidades gubernamentales de un país (congresos, tribunales de justicias, fuerzas armadas, prensa local…) para desacreditar a un gobierno; creación y control de instituciones no gubernamentales (ONG) para atacar a los gobiernos insumisos; utilización de las organizaciones internacionales (ONU, OEA, OMC, FMI, BM…) para embestir al discrepante; injerencia política en otros países; amenaza perenne de una invasión militar al territorio enemigo… Entre tantas de las tácticas poco ortodoxas utilizadas, que en caso de no dar resultado culminará con una irrupción armada del país de mayor ventaja armamentista.
Es aquí donde vuelvo a entrar en la locura de los sanos. Se trata de la locura de Julio Borges y sus secuaces, quien con apariencia de hombre sano desató una enajenación que está llevando al pueblo de Venezuela a un estado de angustia. Todo esto es producto de la alianza del diputado Borges con los grades poderes económicos globalizados y con la derechas internacional para entregarle nuestros recursos a las potencias extranjeras. No voy a enumerar las desgracias que está padeciendo la mayoría de los venezolanos por las locuras de varios opositores, quienes demandan a las insaciables potencias, además de las sanciones económicas, una intervención militar para atacar a Venezuela. De los locos maniáticos no nos debemos resguardar, debemos protegernos de aquellos políticos sanos e irresponsables que llevaron al país al caos que estamos padeciendo.
Por lo general nuestros académicos buscan en los filósofos e historiados de EEUU y de Europa algún pensamiento o aforismo para ostentar de su pretendida sabiduría. Para qué buscarlos tan lejos si tenemos a excelentes pensadores, entre estos el augusto Simón, quien expresó en la carta a Francisco Carabaño (1828): "Los hombres de luces y honrados son los que deben fijar la opinión pública". De los sanos sin apariencias de orate, también debemos cuidarnos. Lee que algo queda.