Uno se debe así mismo la autenticidad de su ser, de su pronunciamiento y de las acciones en su vida, con esto la responsabilidad de las consecuencias. Uno se debe así mismo la transparencia de sus palabras aunque el dolor, la rabia, la urgencia, la confusión, el desencanto, el trastorno y el vacío traten de engullirlas; para arrebatarnos nuestra única y última resistencia.
Porque la palabra: es la sangre, la piel, la ternura, la lucha, el ímpetu que trasciende la historia del tiempo, porque viaja en el viento, que es la lozanía y el rescoldo del espíritu. La memoria. Lo que no se pronuncia, no existe, es ausencia en el silencio.
Por ende la autenticidad es un pronunciamiento, constante, que generalmente es rechazado, por tener la certeza del alma pura, que está muy distante de la fachada. Defender la autenticidad es defender la locura o la intransigencia, cualquiera de las dos son censuradas por la manada que osa vivir en un burbuja de apariencias: por miedo, debilidad, descaro, comodidad, oportunismo y por incoherencia.
La autenticad está inundada de soledad, de caos, solo en la soledad y en el silencio, en una búsqueda constante que trae consigo cuestionamientos, cansancio, dudas y experiencias el ser humano aprende de su desnudez: del dolor de vivir, porque vivir duele. Le duele a quien siente la vida en los poros, en el tacto, la sensibilidad, en las pupilas, porque observar arranca las cortinas y la realidad que es cruda escupe el rostro de las utopías y deja dos alternativas: ser o imitar.
Ser conlleva en parte una pérdida, de todo lo externo que está fuera del alcance de nuestras manos y que no podemos controlar, esa pérdida no es importante es tan solo un espejismo que pudimos desechar. Ser, significa interiorizarse y encontrar en sí mismo la resistencia que aún si nos derrumbamos nos permite ponernos en pie para continuar, es la fuerza interior, inquebrantable. Imitar es falsificar, ningún ser humano se puede encontrar así mismo en el plagio.
Ser uno mismo nos lleva a equivocarnos y a decepcionar, la perfección en el alma humana no existe. No se busca la perfección, eso sería arrogancia y egocentrismo, se busca eso sí, proteger la naturaleza de la esencia, que es frágil por eso es sublime.
La autenticidad va de la mano de la integridad, también del desasosiego, siente quien está vivo. La autenticad se alimenta de quimeras, porque solo en la mente de un alienado puede existir tanto candor.