La tumba vacía: ¿Prueba o señal? (I)

"yo no creo en su resurrección, pero no ocultaré la emoción que siento ante Cristo y su enseñanza. Ante él y ante su historia, no experimento más que respeto y veneración"

Albert Camus

"Cristo, habiendo resucitado, no volverá a morir.

La muerte ya no tiene poder sobre él"

Rom 6,9

I. La fe que nos salva

La virtual identificación de la fe con creer en un conjunto de afirmaciones constituye un serio empobrecimiento de la palaba "fe". Esta palabra tiene una riqueza de significados; ver la fe como creencia no solamente oscurece los otros significados, sino que también distorsiona la noción misma de la "fe". Estamos muy acostumbrados a pensar la fe en clave religiosa, a asociar la fe con una actitud religiosa del ser humano hacia Dios. Se nos olvida con frecuencia que el contexto de la fe es mucho más amplio que el contexto específicamente religioso. La fe es inicialmente un fenómeno antropológico, una forma de ser y de relacionarse las personas entre sí. "Constituye una parte intrínseca de la experiencia humana". Es un supuesto antropológico, una condición imprescindible para garantizar unas relaciones auténticamente humanas entre las personas. Y, por supuesto, la fe en las personas es una condición de posibilidad para una convivencia justa, armoniosa y gratificante en los grupos humanos. El ser humano es, en principio, un ser esencialmente creyente y, con frecuencia crédulo. Gran parte de su aprendizaje lo realizan las personas creyendo. Muchas de sus supuestas seguridades se basan más en la fe que en el saber científico o en la propia experiencia. Son seguridades atribuibles más a la fe que a la verificación. La mayor parte de sus certezas en todos los ámbitos del saber se basan en la fe o confianza en otros. No solo somos prójimos de los demás o sujetos morales responsables de los demás. También somos sujetos necesitados de los demás, beneficiarios de los demás. Por eso nuestra plena realización nos exige salir de nosotros mismos, salir al encuentro del otro, ejercitarnos en la fe y en la confianza en el otro, vivir en un constante dialogo de ida y vuelta, en un continuo dar y recibir.

II. La fe cristiana, ¿en qué consiste?

La fe está en el corazón del cristianismo. Su carácter central se remonta al Nuevo Testamento. Todos sus veintisiete libros, menos dos, usan el sustantivo "fe" o el verbo "creer". Después de dos mil años de vida cristiana, no es ocioso preguntarnos qué es ser cristiano. ¿Qué significa ser cristiano hoy? ¿Cuál es el corazón del cristianismo?¿Que es lo central del cristianismo, lo esencial para ser cristiano?

. Hace algunos años (1996) apareció un libro titulado: "¿En qué creen los que no creen?" La obra recoge un singular diálogo público epistolar entre el pensador Umberto Eco y el cardenal Carlo María Martini. La cuestión tiene su importancia, porque no debe ser fácil no creer en nada. ¿Tendría sentido seguir viviendo? Sin embargo, para los cristianos es aún más importante la pregunta: "En qué creemos los que creemos?" A veces damos nuestra fe por algo normal y evidente. Profesamos la fe con una naturalidad como si se tratara de verdades evidentes y elementales. Por eso, es conveniente de vez en cuando hacerse preguntas como éstas. ¿En qué creemos los que profesamos la fe cristiana? ¿Qué quiero decir cuando digo "creo en Dios Padre", "creo en Jesucristo resucitado de entre los muertos", "creo en el Espíritu Santo"...?

La fe es una actitud personal. La fe humana es una actitud de confianza en las personas. Creer en alguien es depositar la confianza en su persona. La fe religiosa es una actitud de confianza en Dios. La fe cristiana es una actitud de confianza en el Dios que se ha revelado en Jesucristo. Esto es como la parte más personal y subjetiva de la fe. Pero la fe tiene también una dimensión objetiva. Hablar de la fe cristiana significa habar de unas verdades que son objeto de nuestra fe, que nos merecen crédito. Si confiamos en el Dios que se ha revelado en Jesucristo es porque nos merece crédito y vale la pena confiarse a Él. Quienes profesamos la fe cristiana creemos en el Dios de Jesús, creemos en Jesucristo, creemos en el Espíritu Santo... No podemos comprender estos misterios de la fe cristiana, pero tenemos que esforzarnos por entenderlos cada vez mejor, por eliminar falsas ideas y malentendidos sobre esas verdades tan importantes en el credo cristiano. ¿Se puede confundir la resurrección de Jesucristo con un simple vuelta a la vida terrena? ¿Es cristiana cualquier imagen o representación de Dios? ¿Se puede confundir al Espíritu Santo con cualquier fantasma?

Ésta es una tarea que hay que emprender con mucha humildad, pues no hay que confundir la fe con la ciencia. Ya lo decía san Agustín, refiriéndose al misterio de Dios: "Si lo comprendes, es que no es Dios". La fe comienza allí donde nuestra capacidad de comprensión ya no da más de sí. Cuando tenemos evidencia y pruebas científicas suficientes, no hacen falta ni la fe ni la esperanza. Pero no está prohibido esforzarse por comprender cada vez mejor las verdades de la fe cristiana. Es una tarea muy necesaria para depurar nuestra fe. Que la fe cristiana no consiste en creer en cualquier cosa, ni debe ser confundida con cualquier creencia fantasiosa. Nunca nuestra formación cristiana es suficiente ni debe darse por terminada. La vida entera es poca para ir conociendo mejor los contenidos de nuestra fe, y sobre todo para ir corrigiendo nuestras falsas concepciones de Dios, de Jesucristo, de la salvación... de todos los misterios que son objeto de la fe cristiana. La vida entera es corta para profundizar en el misterio de Jesucristo. Conocerle a Él es el mejor camino para conocer a Dios y para conocernos nosotros mismos.

La comunidad cristiana ha hecho desde el principio un esfuerzo inmenso por comprender el misterio insondable de Jesucristo, su persona y su misión: todo lo que en Él se ha revelado y todo lo que Dios ha hecho en Él para nuestra salvación. Esforzarse por comprender el misterio de Cristo es esforzarse por conocer mejor a Dios y lo que Dios quiere de nosotros. Es esforzarse por comprendernos mejor a nosotros mismos, en qué consiste ser verdaderamente humanos, dónde está nuestra salvación, nuestra verdadera felicidad. La comunidad cristiana primitiva comenzó preguntándose quién era aquel hombre que acabó crucificado y se manifestó luego como el Viviente. ¿Cuál era su identidad y su misión salvadora? La fe en la resurrección fue el punto de partida de toda la historia cristiana. Sin duda ya los discípulos habían creído y confiado en el Jesús terreno, pero esta fe sólo se afianzó tras la prueba de la cruz y gracias a la fe en la resurrección. "A este Jesús Dios lo resucitó" (Hch 2,32). Esta fe en la resurrección es la semilla que da lugar a todas las confesiones de fe, a todos los credos, a todas las formulaciones de la doctrina cristiana. Pero, ¿qué queremos decir cuando decimos que Dios resucito a Jesús?

III. La muerte no tiene la última palabra

"¡Las personas mueren y no son felices!" Este es el grito de desesperación formulado por Calígula, en la obra de Albert Camus, que así expresa la problemática de la existencia humana. El escándalo de lo que es nuestra vida y la pregunta sobre Dios.

¿Por qué la persona humana debe morir, cuando con todas las fibras de su ser quisiera vivir? Y, como si no bastara, ¿por qué debe morir sin haber alcanzado, en numerosísimos casos .aquello que siempre aspiro: la felicidad?

El grito de estas preguntas recorre la historia. Cuestiona a las religiones, pero no al patíbulo de aquel a quien la religión cristiana llama "nuestro salvador", Jesucristo, que vino para superar la muerte, aunque la muerte siga existiendo. Nosotros asistimos a su escándalo. Los medios de comunicación nos informan sobre la muerte a causa del hambre, de la violencia, de las enfermedades, de las drogas. Y cada uno de nosotros sabe que también se aproxima fin.

¿Dónde, en nuestra experiencia cotidiana, experimentamos la superación de la muerte? ¿Dónde se manifiesta la profunda verdad de nuestra fe, de que la muerte no tiene la última palabra? ¿Qué respondemos a quienes nos cuestionan a quienes buscan respuestas, cuando se enfrentan a la muerte de un ser querido y a la consecuente rebelión interior?

La única certeza que tenemos es que todos moriremos. Si nuestra respuesta se limitase a esta constatación, en nada se distinguiría de la respuesta del ateo Camus. Todos los críticos de la religión tendrían razón al decir que la religión es sólo un paliativo, una vía de escape, una respuesta sin valor.

Ante el escándalo de la muerte, ¿Qué podemos responder de acuerdo con el enfoque de la religión cristiana? Éste es el serio interrogante que formulan muchos que dicen ser cristianos y, sin embargo, no consiguen escapar de ser alcanzados por la muerte. ¿Qué podemos responder? ¿Cómo avanzar más allá de la pura constatación de los hechos? ¿De qué manera se puede encender una esperanza contra la cruel realidad de la muerte? Esta pregunta supera el nivel de la pura antropología. Es un desafío frente al cual la lógica calla. Y, como siempre, cuando nuestra razón llega a sus límites, nos enfrentamos a la paradoja de una respuesta que supera las respuestas humanas, con signos que superan los parámetros de las dimensiones ponderables de las ciencias experimentales. Nos encontramos con indicios de una realidad cuyas dimensiones no podemos captar con los instrumentos de una antropología cuatridimensional. Signos innegables que, a pesar de serlo, no son alcanzados por nuestros detectores empírico-racionales.

Ante el escándalo de la muerte, ¿En qué hechos se funda la esperanza? La muerte se presenta como un fenómeno que supera el marco de la fenomenología. Se convierte en la piedra angular de una esperanza cuyas raíces van más allá de los hechos, aunque, a pesar de eso, se funda en hechos. ¿Pero en qué hechos?

La mayoría de los cristianos recurre a la fe cuando son interrogados sobre los fundamentos de su esperanza, diciendo que "en la resurrección simplemente se debe creer". Y en consecuencia se debe creer también que Dios nos resucitará de la muerte. Todo esto es una cuestión de fe.

En el fondo tiene razón pues se trata de una cuestión de fe; ¿pero debe esa fe quedarse totalmente en el aire? ¿Es su único fundamento son una convicción, para la cual realmente no hay ninguna prueba empírica? ¿Son su única base textos que creemos sagrados porque están inspirados por el Espíritu Santo y por esa razón dicen la verdad?

Ante el escándalo de la muerte, ¿La única base de nuestra esperanza religiosa es la convicción de la fe? Una vez más, muchos cristianos responderían a esta pregunta de manera afirmativa. Un gran número de quienes se declaran seguidores de Jesucristo no se sienten, en el fondo, en una situación mejor que sus hermanos ateos. Éstos mantienen una fe conforme a la cual, después de la vida terrena, no hay otra cosa. Aquellos proclaman otra fe en cuyo está la esperanza de una resurrección. Los dos declaran que para su respectiva fe no existe prueba empírica alguna.

Con respecto a los ateos, hasta tienen razón porque hasta hoy no conocemos una prueba empírica de que Dios no existe. No obstante, los cristianos ignoran, muchas veces, que tienen una prueba concreta y convincente, de que después de la muerte, la vida puede continuar. Conocen una prueba empírica de que, al menos una persona, Jesucristo, no permaneció en la situación de muerte, sino volvió a la vida después de haber muerto.

IV. ¿Importa hoy algo la resurrección?

La pasión y la cruz son la expresión de la vida malograda de Jesús. La muerte violenta de Jesús en el suplicio de la cruz es uno de los datos históricamente más firmes que nos quedan de él. Para no pocos cristianos, la Resurrección de Jesús es sólo un hecho del pasado. Algo que le sucedió al muerto Jesús después de ser ejecutado en las afueras de Jerusalén hace aproximadamente dos mil años. Un acontecimiento, por tanto, que con el paso del tiempo se aleja cada vez más de nosotros perdiendo fuerza para infundir en el presente.

Para otros, la Resurrección de Cristo es, ante todo, un dogma que hay que creer y confesar. Una verdad que está en el Credo como otras verdades de fe, pero cuya eficacia real no se sabe muy bien en qué pueda consistir. Son cristianos que tienen fe, pero no conocen "la fuerza de la fe"; no saben por experiencia lo que es vivir fundamentando la vida en el Resucitado. Las consecuencias pueden ser graves. Si pierden el contacto vivo con el Resucitado, los cristianos se quedan sin Aquel que es su "Espíritu vivificador".

Si no hay contacto con Cristo como alguien que está vivo y da vida, Jesús se queda en un personaje del pasado al que se puede admirar pero que no hace arder los corazones; su Evangelio se reduce a "letra muerta", sabida y desgastada, que ya no hace vivir. El vacío que deja Cristo resucitado comienza entonces a ser llenado por la autoridad, la doctrina, la teología, los ritos o la actividad pastoral. Pero nada de eso da vida si en su raíz falta el Resucitado. Pocas cosas pueden desvirtuar más el ser y el quehacer de los cristianos que el pretender sustituir con la institución, la teología o la organización lo que sólo puede brotar de la fuerza vivificadora del Resucitado. Por eso es urgente recuperar la experiencia fundante que se vivió al comienzo. Los primeros discípulos experimentan la fuerza secreta de la resurrección de Cristo, viven "algo" que transforma sus vidas. Como dice Pablo, conocen "el poder de la resurrección" (Flp 3, 10).

La experiencia primera consistió en que "los discípulos se dejan coger, fascinar y transformar" por el Resucitado. En definitiva, eso es celebrar la Pascua.

V. Algunos libros que vale la pena leer.

  • Aguirre, R. (ed), Los milagros de Jesús. Perspectivas metodológicas plurales, Estrella, Verbo Divino, 2002.
  • Arregi, J., Cristianismo historia mundo moderno, Nueva Utopía, Madrid 2011
  • Boff, L., Jesucristo y la liberación del hombre, Madrid, Cristindad 1981.
  • Feurbach, F., La esencia del cristianismo, Trotta, Madrid 1995.
  • Gonzáles Faus, J.I., Acceso a Jesús. Ensayo de una teología narrativa, Sígueme, Salamanca 1995.
  • Küng, H., Cristianismo, esencia e historia, Trotta-Círcuito de Lectores, Madrid 1997.
  • Marina, J.M., ¿Por qué soy cristiano?, Anagrama, Barcelona.2005
  • Martín Descalzo, J.L., Vida y misterio de Jesús de Nazaret, Sígueme, Salamanca 2008.
  • Martínez Díez, F., ¿Ser cristiano hoy? Jesús y el sentido de la vida, Verbo Divino, Estrella 2007.
  • Pagola J.A., Jesús, aproximación histórica, PPC, Madrid 2007.
  • Ratzinger, J., Introducción a cristianismo, Sígueme, Salamanca 1971.
  • Sobrino,J., Jesucristo libertador.Lectura histórico-teológica de Jesús de Nazaret, Trotta, Madrid 1991.
  • Tamayo, J.J., Por eso lo mataron. El horizonte religioso de Jesús de Nazaret, Trotta, Madrid 2003.
  • Tamayo, J.J., Dios y Jesús. El horizonte religioso de Jesús de Nazaret, Trotta, Madrid 2006.
  • Torres Queiruga, A. T Repensar la resurrección. La diferencia cristiana en la continuidad de las religiones y de la cultura
  • Torres Queiruga, A., Esperanza a pesar del mal: La resurrección como horizonte (Presencia Teológica)
  • Torres Queiruga, A., Repensar la cristología: Sondeos hacia un nuevo paradigma (Nuevos desafíos)19 febrero 1996


Esta nota ha sido leída aproximadamente 2817 veces.



Luis Antonio Azócar Bates

Matemático y filósofo

 medida713@gmail.com

Visite el perfil de Luis Antonio Azócar Bates para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes:

Comparte en las redes sociales


Síguenos en Facebook y Twitter



Luis Antonio Azócar Bates

Luis Antonio Azócar Bates

Más artículos de este autor