" Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe."
1 Corintios 15:12-14
"Las Bienaventuranzas siguen valiendo la pena, aunque no hubiera resurrección después de la muerte"
Juan Antonio Estrada
1. El acontecimiento (Badiou, Pablo y Ricoeur)
La resurrección de Jesús, ¿mito o leyenda? Esta pregunta surge, de mil formas, desde los tiempos más antiguos del cristianismo. Se puede discutir sin fin sobre la resurrección de Jesús, su carácter histórico y transhistórico, el hecho y el significado , el origen y el sentido de la confesión pascual …Pero una cosa es segura y está fuera de toda discusión: los discípulos confesaron que el crucificado vivía y que ellos se habían encontrado con él. La secuencia de los relatos evangélicos es conocida: al "tercer día", unas discípulas van al sepulcro de Jesús a embalsamar su cadáver, encuentran el sepulcro vacío, tiene lugar una serie de "apariciones" de Jesús en diversas circunstancias y diversas personas. La resurrección no es un hecho empírico comprobable, porque alude a la dimensión después de la muerte y se escapa a la ciencia y a la razón basada en hechos históricos.
Hoy nadie medianamente sensato se atrevería a negar la existencia histórica de Jesús de Nazaret y su muerte en cruz, perfectamente verificable empíricamente, en la primera mitad del siglo I, en Palestina. Lo que ya es más problemático es el acceso de manera científica, históricamente hablando, al hecho de su resurrección.
Con la Pascua, el cristianismo se sustenta en una verdad histórica concreta radicalmente desligada del saber, esto es, que sigue siendo ilegible en sí misma. Por esta razón, no hay continuidad lógica entre la cruz y la resurrección. Todos los relatos bíblicos se organizan en torno a una radical discontinuidad, una ausencia o una falta. Existe, a buen seguro, elaboración de relatos plurales, pero éstos tienen la función de circunscribir un espacio vacío o delimitar un lugar con el que choca siempre el lenguaje.
La reconstrucción narrativa (evangelios) o el enunciado de proclamación (Pablo) se apoyan en algo que, en cuanto tal, es como un punto de realidad que mete al lenguaje en un callejón sin salida. En El conflicto de las interpretaciones, Paul Ricoeur señala a este respecto que la resurrección aparece como un eslabón perdido en la coherencia literaria de la narración bíblica: "¿Cómo contar la resurrección? Hablando con propiedad, no se puede contar. También por lo que respecta al relato existe un foso entre la cruz y las apariciones del resucitado: la tumba vacía es el enunciado de este foso".
En estas condiciones, el discurso bíblico no puede hacer otra cosa que evocar metafóricamente este ámbito, que sigue siendo imposible de decir y de escribir. Su único poder consiste en rodear de significantes este centro sin penetrar en él. Entre la resurrección y el lenguaje que la expresa existe un foso que nada puede colmar ni franquear sin consentir en el carácter indecidible del acontecimiento en cuanto tal.
La muerte y la resurrección de Jesús no tienen un valor de verdad abstracta ni adquieren sentido más que convirtiéndose incesantemente en un acontecimiento que da origen a una sujeto nuevo, del mismo modo que inauguran una nueva conciencia histórica. Desde este punto de vista, Martin Lutero pudo decir: "Cuando leas: "Cristo ha resucitado", añade de inmediato: "Yo he resucitado y tú has resucitado con él", pues es precioso que nos hagamos partícipes de su resurrección. No saber esto es no saber nada de nada".
II. El significado de la resurrección
La pasión y la cruz son la expresión de la vida malograda de Jesús. Hay que comprenderlas desde el proyecto del reinado de Dios en Israel, que surge de su experiencia de Dios. Se sabe enviando y pone su vida al servicio de esa misión. Por eso, su fracaso último, ya que no logra la conversión de Israel, pone en cuestión la veracidad de su envío y la legitimidad de su autoridad, porque habla en nombre de Dios.
La cruz es el fracaso de su proyecto. Al cuestionarse, se plantea la validez de su concepción de Dios, de su interpretación de las Escrituras y de su propuesta sobre los valores, actitudes y conducta que dan sentido a la vida. A esto se añade la sensación de triunfo de sus adversarios, sobre todo de los líderes religiosos, que le cuestionaban en la cruz porque Dios no acudía a salvarlo. Marcos y Mateo, a diferencia de Lucas y Juan, resaltaron los interrogantes al presentar a un Jesús angustiado, ya desde el huerto de los olivos, que muere con un grito de abandono ante un Dios silencioso.
La soledad última de Jesús, abandonado por sus discípulos, increpado por la multitud, atormentado por los soldados y recriminado por su ambigua pretensión mesiánica, encuentra su punto culminante en la queja última. Su fracaso histórico incidía en sus discípulos. Es muy probable que se iniciara un proceso de dispersión, ante la ausencia del maestro. La comunidad, que estaba en un estado de shock, comenzó a ver el período de Jesús como una etapa provisional, que había producido un corte en sus vidas, y que ahora se cerraba.
El pasaje de los discípulos de Emaús, más simbólico que histórico, revela la situación psicológica y emocional de sus discípulos tras la cruz: fue un profeta poderoso en obras y palabras, del que esperaban que rescataría a Israel (Lc 24,19-24), pero la cruz puso punto y final a sus aspiraciones. Estaba amenazada la obra de Jesús, cuestionada su identidad mesiánica y abocado al desastre su proyecto del reino. En última instancia, los acontecimientos daban la razón a las autoridades religiosas y políticas, aunque fuera injusto el procedimiento que le mató. Su muerte implica el final de un proyecto personal, religioso y social. El miedo a los judíos y a los romanos, la sensación colectiva y personal de abandono, y la conciencia de final de ciclo en sus vidas, son rasgos característicos de la comunidad de discípulos, tras el asesinato de su maestro. El peculiar movimiento profético y mesiánico que había surgido en Galilea parecía abocado al final.
Este final de Jesús agudiza las preguntas universales acerca de la muerte. Por un lado, la conciencia de finitud y de contingencia lleva al ser humano a relativizar la vida y sus logros. El instinto de supervivencia y el ansia de perdurabilidad chocan contra el destino común de la muerte, del que tomamos conciencia en vida. La paradoja de pensar la muerte en vida y de definirnos como el "ser para la muerte" (Heidegger) está vinculada a la certeza de que todos los proyectos son perecederos. En última instancia está la nada, la evidencia de que un par de generaciones después nadie recordará a sus antecesores, habían desaparecido de la conciencia colectiva, aunque tuvieran la suerte de que alguna aportación propia perdurara históricamente. Unamuno se rebelaba contra la muerte de su yo individual, a diferencia del budismo que elimina el problema, al aceptar la muerte como la verdad última, que hace del yo una ilusión. Unamuno asumía lo inevitable de la muerte para la especie humana y la resistencia personal a morir de cada individuo, la persistencia de defender la supervivencia del yo. De ahí, el sentimiento trágico de la vida, marcado por un ansia de pervivencia irrealizable.
La contingencia y finitud personal se subordinan al ciclo de la vida. Y el retorno a la naturaleza de la que provenimos, cuestiona radicalmente las expectativas, deseos y proyectos del yo. En occidente, y no sólo a causa del cristianismo, hay una absolutización del individuo y un rechazo de que la forma de vida humana, la mayor que conocemos, tenga un fin igual al de la vida animal y de los otros seres vivientes.
La certeza de que formamos parte del ciclo de la vida y de que regresamos a la energía material de la que provenimos, está acompañada por la preocupación de que la fecundidad espiritual y la creatividad desplegada a lo largo de la vida tenga alguna forma de subsistencia. El hombre es un ser mortal que busca su inmortalidad, personal y de sus propios logros y realizaciones. Las tradiciones occidentales parten siempre de la resistencia del yo personal a ser absorbido por la naturaleza o por la colectividad, contra la línea clásica de Karl Marx de que la muerte es el triunfo de la especie sobre el individuo.
Hay una resistencia contra la muerte y diversas hermenéuticas para relativizarla, a lo que se añade la expectativa de un más allá de la muerte que alientan las religiones, cada una de forma diferente.
Necesitamos dar sentido a la vida y que perdure más allá de la nada absoluta, lo que más tememos. Ya desde la era clásica se realzó la vinculación de las religiones con el final último. Según Lucrecio, el miedo a la muerte es la base fundamental de las religiones. Cada religión habla de otra dimensión y forma de vida según su propio código cultural. Estos son imaginarios creados por el hombre desde la vida, para hablar de aquello que la trasciende.
Las representaciones son expresiones del ansia de inmortalidad humana, forma de protesta ante el deseo. Hablar del más allá desde el más acá es inevitable, pero también un contrasentido. Todas las especulaciones, reflexiones y representaciones las hacen vivos y se refieren a lo que le sucede a los muertos.
Naturalmente las religiones abordan el tema desde su experiencia de la divinidad y de sus presuntas revelaciones. Pero su imaginario está siempre condicionado por el código cultural del que se parte, que es el contexto en el que se comprende la presunta revelación divina. La persona que se siente inspirada y motivada por Dios habla desde su identidad cultural y desde su momento histórico.
Por eso no hay revelación pura, nada puede escaparse al contexto histórico social, ni siquiera los escritos bíblicos. Las religiones apuntan a un más allá, que vinculan a la divinidad personal en las tradiciones bíblicas. En el budismo y otras religiones afines, se busca un absoluto último e impersonal, en el que se funde el sujeto. Sobre todo, cuando se supera el ciclo de las reencarnaciones, causado por una forma de vida deficiente. La pecaminosidad llevaría, de mantenerse, a una degradación progresiva. Pero en todas las religiones hay una búsqueda de sentido último, más allá de la muerte.
Más allá de su base tradicional y formulación cultural que varía en la historia, todas apunta a un ansia de justicia, de bien y de sentido, que también se da en la tradición hebrea y griega. El cristianismo asume ambos códigos culturales y los transforma. Por eso, la comprensión sobre el más allá y el significado del imaginario cultural y religioso "post mortem" cambia, aunque se mantengan los términos y las imágenes, vinculada al Antiguo Testamento. Camia la significación de los conceptos pero estos se siguen manteniendo, aunque haya cambiado su contenido.
El imaginario cultural de resurrección, juicio, paraíso e infierno, purgatorio y limbo, así como otras imágenes parecidas varían también, en función de la antropología y de las expectativas culturales. Mantenemos estos términos, aunque les damos un sentido diferente al tradicional. Además de la pluralidad de hermenéuticas en cada época, hay que atender a la discontinuidad entre los momentos históricos y tener en cuenta el contexto social y cultural para precisar qué se significa con esas imágenes.
Hoy la representación simbólica cristina de ultratumba ha perdido significación y credibilidad, obligado a buscar nuevas reinterpretaciones y significados más acordes con la sensibilidad actual. Persiste, sin embargo, la exigencia de sentido más allá de la muerte. La idea judeocristiana de que la existencia es un tránsito, algo corto y limitado respecto de las ansias de inmortalidad, va unida a la idea generalizada de que en el encuentro final con Dios se refleja la globalidad de la vida, con sus logros y fracasos. El significado moral de estas expectativas está vinculado a la exigencia de sentido. A su vez, la proliferación del mal lleva a la representación de la vida como una prueba de la que hay que dar cuenta ante Dios y ante uno mismo.
III. Lecturas pertinentes
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Alegre., X., La resurrección de Jesús, esperanza para los pueblos crucificados Aproximación desde la Biblia y la teología contemporánea., Centro de Reflexión Teológica, San Salvador, Facultad de Teología de Cataluña,
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Badiou, A., San Pablo: La Fundación del Universalismo..Anthropos
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Boff, L., La resurrección de Cristo nuestra resurrección en la muerte
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Estrada, J.A., De la salvación a un proyecto de sentido. Por una cristología actual. (Desclée de Brouwer)
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Kessler, H. La Resurrección de Jesús. Aspecto bíblico. Teológico y sistemático. (ed. Sigueme)
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Kaspers, W., Jesus El Cristo (ed. Sigueme).
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Martínez Díez, F. ¿Ser cristiano hoy?(Verbo divino)
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Ricoeur,P., El conflicto de las interpretaciones. Ensayos de hermenéutica
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Sobrino, J., El Resucitado es el Crucificado. Lectura de la resurrección de Jesús desde los crucificados del mundo