"La utopía es hija de la esperanza. Y la esperanza es el ADN de la raza humana. Pueden quitárnoslo todo menos la fiel esperanza"
Pedro Casaldáliga
"Felices quienes conservan en su corazón la promesa, quienes mantienen encendidas las ascuas de la esperanza"
Miguel Ángel Meza
"La esperanza no es ocultamiento y opacidad; al contrario, es línea de visibilidad que se muestra al borde como un horizonte de posibilidades, pues es en sí misma la línea de sutura entre lo real y lo imaginario, de allí su espesor y dimensión inagotable"
Juan Barreto-Héctor Sánchez
"Cuando lleguen los tiempos difíciles, tenemos que recordar que los instantes más oscuros son los más próximos a la Aurora, y así, no perder nunca la fe y la esperanza"
Vázquez Borau
I. Introducción
Este artículo es sobre la Esperanza, el mismo ha sido motivado por el reciente artículo de Juan Barreto y Héctor Sánchez. No voy a tratar de la fenomenología ni de antropología de la esperanza, asuntos muy queridos por mí y muy importantes para el momento actual del país, en el que la esperanza se ha convertido en un bien tan escaso como necesario.
La sociedad venezolana atraviesa no solo la crisis económica más grave de su historia, sino una crisis general de valores a la que pertenece, en lugar preeminente, la crisis no menos profunda de la propia esperanza. De ahí que el estado de conciencia hoy predominante sea la inquietud, el miedo y la incertidumbre ante el futuro inmediato y mediato. La única posibilidad de liberarnos de la aporía en que nos encontramos es recuperar la esperanza y devolverle el sentido humano que le corresponde. Este es, en esencia, el trasfondo de la motivación que guía a toda esperanza, llamémosle felicidad, eudaimonía, beatitudo o vida bienaventurada. La esperanza no es una parte más del hombre, sino que constituye el punto de apoyo arquimediano de su raíz óntica. De ahí que sea también el principio motor de su praxis, incluido el impulso volitivo que hay detrás de ella. Como todas las manifestaciones de la vida humana, la esperanza está sometida a un proceso de mutación más o menos constante e intensa.
El hombre es intrínsecamente esperanza, porque no es nunca una criatura acabada y bastándose a sí misma, porque es un ser deficitario, también porque la conflictividad raramente interrumpida de la existencia humana le obliga, lo quiera o no, a concebir situaciones personales o colectivas de signo gratificante. Eso explica a su vez el papel decisivo que la proyección utópica ha jugado en la historia humana tanto en su versión secular como religiosa. Esta historicidad o temporalidad explica que en cada ciclo histórico se manifieste de manera distinta. Existe, no solo la dialéctica de la historia descubierta por la ilustración en general y por Hegel y su discípulo Marx particularmente, sino también una dialéctica de la esperanza. Sin ella, la dialéctica de la historia resultaría incomprensible. Lo que por inercia o automatismo mental llamamos evolución o progreso es la expresión objetiva de algo tan subjetivo o personal como la esperanza. Y, a la inversa, todas las fases estáticas o regresivas del acontecer histórico son la consecuencia de la desesperanza.
II. Recuperar la esperanza
Estos tiempos terribles de crisis económica, de valones, de perspectiva, producen en la gente una enorme pérdida de seguridad y confianza. En la clase política en primer lugar, en la política en general. Pero, al sentirnos inseguros, amenazados, sentimos desconfianza ante cualquiera que pueda ocultar por un instante nuestro horizonte vital, ante quien estimemos que pueda privarnos de nuestro bienestar actual. Se confirma así la tesis de Ernst Bloch cuando afirmaba que "la arquitectura de la esperanza es la arquitectura del hombre".
La esperanza pertenece al grupo de vivencias o experiencias fundamentales que llegan al fondo de la existencia, movilizando los resortes de la vida y suscitando las cuestiones del sentido. La esperanza es un rasgo antropológico natural, aunque ya desde la fase protohistórica de la humanidad se manifieste en intima conexión con creencias, ritos y ceremonias. Detrás de todo sentimiento de esperanza late el afán de una vida mejor o, lo que es lo mismo, el deseo de librarse del dolor o el mal en sus diversas acepciones. Este es, en esencia, el trasfondo de la motivación que guía a toda esperanza, llamémosle felicidad, eudaimonía, beatitudo o vida bienaventurada.
Como ha demostrado Ernest Bloch, la esperanza no es una mera disposición anímica o una cuestión de carácter -optimista o pesimista, según las personas o las situaciones. Se trata de una determinación fundamental de la realidad objetiva y un rasgo esencial de la conciencia humana. Antes que virtud, es principio presente en el mundo, esperanza fundada, que orienta a la realidad y al ser humano hacia una meta, hacia una finalidad. La persona, ser-en-esperanza, es el guardagujas que impide que el mundo vaya a la deriva y que lo guía hacia su plena realización.
La esperanza es también virtud, pero no de ojos cerrados, pies quietos y manos inactivas, sino de visión lúcida -análisis crítico de la realidad—, de mirada hacia el futuro y de pies en movimiento, que pone al ser humano en camino hacia la libertad, en éxodo hacia la tierra prometida. Es esperanza-en-acción, que conduce directamente al compromiso de transformación. El principio-esperanza de Bloch se torna "compromiso-esperanza". Gracias a él, la ética desciende de las cumbres de la abstracción idealista y se hace historia o, mejor, "se hace carne", como el Verbo de Dios en el evangelio de Juan. Si la fe posee el prius, dice Moltmann, la esperanza "tiene la primacía".
La esperanza es la virtud del optimismo, pero no del optimismo ingenuo, que ve todo de color de rosa y no cree necesario luchar, sino del optimismo militante, que es consciente de las dificultades del camino, pero cree que pueden vencerse. Sabe que la acción humana puede fracasar y no lograr su objetivo. Más aún, asume el fracaso como momento necesario del itinerario histórico del ser humano, pero sin quedarse tumbado al borde del camino, como si el fracaso fuera la última palabra. Cree, más bien, que puede remontarlo, superarlo. El ser humano puede sentirse derrotado por las mil adversidades de la vida, pero tiene capacidad para probar de nuevo, para intentarlo otra vez no dándose definitivamente por vencido, porque alea non jacta est ("la suerte no está echada").
La esperanza es la virtud de la disconformidad con la realidad, de la rebeldía contra el orden establecido, de la negativa a aceptar el poder del destino sobre la vida humana, del inconformismo con el pasado convertido en criterio del presente y del futuro. No se conforma con la fatalidad de la muerte, ni con la negatividad del sufrimiento. Ahora bien, el inconformismo de la esperanza no se queda en una actitud más o menos romántica o estética de descontento, sino que lleva a asumir la propia responsabilidad en la construcción de un "mundo nuevo", e impulsa a la acción para lograrlo.
Leída desde la esperanza, la realidad no es lo dado, lo acontecido, lo ya pasado, sino lo que queda por acontecer, por suceder, lo por venir. La realidad no se entiende como totalidad conclusa, sino como proceso, in fieri, que está siempre brotando, en permanente estado de gestación. La realidad, en fin, se encuentra en clave de utopía.
La esperanza pertenece al grupo de vivencias o experiencias fundamentales que llegan al fondo de la existencia, movilizando los resortes de la vida y suscitando las cuestiones del sentido. Cuando un país pierde la esperanza, el futuro se vuelve gris, incierto, amenazante. Es como si perdiera el espíritu que le habita, lo que le hace seguir adelante, día tras día. Igual que hablamos de una colectividad, lo mismo podemos decir de cualquier persona.
La esperanza no es una ilusión como se suele creer, como se cree por lo general. Los sueños pueden ser el sinónimo que se utiliza también para definirla.Pero la esperanza es algo que se ve, se palpa, se concretiza. Es una virtud, pero que aterriza fácilmente. Lo mismo que el amor: no se puede definir en toda su profundidad, pero se puede verificar en la práctica diaria, en cualquier tipo de ambiente humano.
La esperanza alimenta los sueños, las ilusiones, los anhelos. Es la fuerza motriz que los impulsa y que los mantiene vivos. Sin la pequeña esperanza, como diría Péguy, van languideciendo y se apagan. Es como esa llovizna suave, constante, que no se percibe apenas, pero que nos va empapando poco a poco.
La esperanza comparte las luchas, las alegrías, la felicidad de la gente y también sus fracasos, sus dificultades, sus lágrimas. Quien se deja habitar por la esperanza, quien la alimenta diariamente, quien se mueve bajo su órbita constante, adquiere otro talante vital que se huele, se siente, se contagia.
No es fácil mantener la esperanza, en la gente, en los esfuerzos por mejorar distintas situaciones sociales, manteniendo siempre la sonrisa como una bandera, como una señal de que las brasas de la ilusión, el empeño, la confianza, siguen encendidas. No es lo habitual que cuando se acumulan fracasos, decepciones, reveses, no se pierda la paz, ni la alegría profunda, ni la esperanza.
No obstante, es normal tener momentos de decaimiento. No somos héroes. Pero cuando estamos unidos, cuando luchamos codo a codo, cuando nos sostienen en la caída, y levantamos al que se siente sin ánimos, la esperanza remonta el vuelo, como el águila llena de vitalidad y energía, y resurgimos más vivos, más humanos.
Ayudar a recobrar y mantener la esperanza es una tarea delicada, lenta: hay que dedicar tiempo, detalles, cariño y paciencia activa. Generar esperanza en las personas es siempre una tarea delicada. No es infundir en ellas ánimos pasajeros. Lo que necesita la persona es recuperar una fuerza interior duradera, una aceptación positiva de la situación, una confianza básica que le permita en adelante afrontar el futuro de una manera lúcida, responsable y digna.
En ese trabajo y deseo, en la lucha y la utopía, en la ternura y la ilusión, se vislumbran, se hacen presentes una tierra nueva, un hombre y una mujer nueva, una nueva realidad. Bajo el árbol frondoso de la esperanza se dan los frutos más sabrosos, de una humanidad más feliz, solidaria y fraterna.
III. Lecturas recomendadas
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Ernst Bloch, El principio esperanza (3 vols.), Trotta, Madrid, 2004-2007
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Jürgen Moltmann, Esperanza y planificación del futuro, Sígueme, Salamanca.
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Jürgen Moltmann, Teología de la esperanza, Sígueme, Salamanca.
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Jon Sobrino, La fe en Jesucristo. Ensayo desde las víctimas, Trotta, Madrid
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Juan José Tamayo, Religión, razón y esperanza. El pensamiento de Ernst Bloch, Verbo Divino.