Siempre se ha atacado a Chávez de híper liderazgo, pero si de algo se lo puede acusar sin duda es de haber sido cándido ante el poder de las instituciones, y de creer demasiado en la gente. Pero creo que conscientemente nunca se planteó ser un híperlíder o un superlíder, un cuadra con lo que sabemos de su carácter.
Chávez fue un líder auténtico, acompañado por mucha gente obnubilada por sus dotes de mando y de maestro, de probado capitán de tropas. La verdad es que el tiempo le enseñaría que estaba rodeado de incomprensión y de ineptitud, pero, justo antes de morir, ya era tarde para él sustituir a un equipo "tan leal y obediente", a pesar de su disconformidad intelectual y de carácter con éste.
Gobernar al PSUV, por encima de las disidencias y diferencias internas del partido, fue vital si no se quería perder la unidad para darle continuidad de los planes. Y lamentablemente, los últimos años antes de su muerte, los aspectos fundamentales de esos planes solo estuvieron en su cabeza y en más ninguna otra, reconocido por el mismo Rafael Ramírez, para nuestro criterio, el segundo al mando. Por más trasnochos y fuerza desplegada para gobernar tantas cosas a la vez no alcanzó a controlar ni siquiera lo fundamental. Aun así pudo influir a través de su capacidad como comunicador en la gente llana, creando conciencia verdadera en muchos militantes de base y en algunos de sus colaboradores. Esta militancia de base y colaboradores, de seguro, sería luego aplastada por el clientelismo, apostado por el sistema electoral, que se impondría a la larga a la falta de concurrencia de la dirigencia y la burocracia para adelantar las metas socialistas; el sistema electoral burgués se impondría a pesar de Chávez y de todos sus planes, sueños y deseos.
No hay que culpar a Chávez de esto, "un solo palo no hace montaña". Al contrario, debemos agradecerle haber sido un hombre inteligente, consciente, arrojado y terco. ¿Qué debemos agradecerle? Que se rompiera la secuencia socialdemócrata hacia el fascismo, allá, en 1992…, que al golpe de CAP no se adelantara otro de extrema derecha, fascista; su sentido de la oportunidad para rescatar valores humanistas y bolivarianos olvidados; su inteligencia y voluntad para resistir el embate de los aduladores; y su conexión amorosa con el pueblo más desvalido. Eso y otras cosas más hay que agradecerle a Chávez.
Cuando entra en la escena política Chávez, en el país no había mucho de dónde escoger para comandar una verdadera revolución. Llegó prácticamente solo, si hablamos de disposición y voluntad revolucionaria. Todos aquellos que estuvieron a su lado de alguna manera, o lo usaron como resorte para sus ambiciones personales o se colaron a su lado para fines políticos, algunos buenos y otros muy malos. Sin embargo, por sí solos, ninguno hubiese sido capaz de liderar a todo un pueblo mediante su carisma, su honestidad, su incapacidad para mentir en los asuntos más nimios.
Su liderazgo no está basado en el control de todos los asuntos de la política y del Estado, está basado en el control de sí mismo, en su naturaleza de hombre honesto, en asumir sus responsabilidades y en su fe en el mismo y aquella que le otorgó a su pueblo desvalido, a su país y su historia.
Maduro no inventó eso de confiar en las promesas de los "empresarios honestos" o sea, ladrones, fue Chávez el primero que se estrelló con ellos. Sin embargo fue él también quien advirtió la necesidad de contrarrestar la obligación de trabajar con la "empresa privada". Pero, como todos los entuertos de Maduro, esa "confianza en la empresa privada" fue lo único que pudo heredar de Chávez, transformándola más tarde en un mal hábito, en un vulgar mecanismo de acumulación de capital.
No es que Chávez fuera ajeno a esta realidad, que ignorara las consecuencias de convertirse en el único responsable de tomar decisiones. Siempre citaba a Bolívar respecto a esto. El problema era y sigue siendo, la ausencia de líderes capaces de entender el reto de hacer una verdadera revolución social.
Cuando Chávez en el 2009 asume su condición (además de bolivariano) de socialista, marxista leninista; si hasta entonces las cosas estaban difíciles con sus "camaradas", que desobedecían órdenes expresas, que no trabajaban tiempo completo, que se cansaban sobre tareas que ni siquiera fueron pensadas por ellos mismos, ahora las exigencias ideológicas y políticas que suponía adquirir estos compromisos los distanciarían mucho más del líder, y el líder se quedaría mucho más solo que nunca. Pero, como dijimos, Chávez fue un hombre demasiado cándido con las instituciones y tolerante con la lealtad y respetuoso de la obediencia de su equipo de trabajo (en el cuál todavía conviven, políticamente hablando, todo bicho de uña).
De alguna manera creyó que con el PSUV iba a unificar intereses, que el partido unificado era una especie de espacio para la confrontación política dentro del concierto de intereses fundamentales, pero… la realidad mostró que casi nadie estaba a la altura política necesaria; todos los "factores" fueron adulantes, disimuladores, repetidores como loros, seres perplejos ante lo que la revolución exigía y necesitaba, los cuales más tarde, asesinado el líder, vieron en ese partido un medio de saltar al poder y perpetuarse en él, sin alma y sin verdadera voluntad de servicio (a pesar de los golpes y los moretones en el pecho de Maduro).
Si Chávez impuso su voluntad y sus opiniones sobre el Partido, sin resistencia, no es su culpa; nadie tuvo la talla suficiente como para contradecirlo o discutir con él de política con P mayúscula. Y si usó su poder para sus fines, estos no fueron personales egoístas sino políticos, lo hizo así porque no hubo un remedio mejor, en un partido atiborrado de manipuladores y halagadores y con una base de militancia atontada o temerosa no hubo de otra.
Sin embargo, después de su muerte, lo que él tuvo que asumir en soledad por necesidad, se convertiría luego en una fórmula aplicada por el gobierno y el poder heredero, para imponer sus caprichos y ambiciones personales con prácticas clientelares tradicionales, manipulando las suplicas de Chávez (sobre la unidad y la lealtad) para fines distintos a darle consecución al socialismo y a los principios socialistas ya pensados, planificados, escritos por Chávez.
Este desierto políticamente estéril lo regó Chávez y creció trigo revolucionario en él. Pero fueron las mismas piedras y la arena seca las encargadas de acabar con el grano fértil, por envidia de las piedras a otra forma de vida.