Según vimos en un video trasmitido por algunos canales de televisión gubernamentales el perro del presidente se llama Yako. Es un animal hermoso, melenudo, encuerpado, gordo, de casta refinada. La pareja presidencial estaba feliz mostrando al animal. Jugaron con él, lo acariciaron, le hablaron. Orgullosos de su perro se mostraron ambos. Y el animal también expresó agradecimiento hacia sus dueños. Los tres estaban felices caminando los pasillos del palacio presidencial. El presidente engalanado con buen traje, al igual que Cilia, y Yako lucía su bien cuidado pelaje. La crema y nata de la exquisitez disfrutando de las bondades que brinda la residencia presidencial.
Dada la megainflación de la que somos víctimas los venezolanos hoy día, el cuidado de Yako, especialmente su alimentación, tiene que ser sumamente costosa, pues por su contextura ese animal debe consumir al menos un kilo de perrarina cada día. Y un saco de tal alimento canino de 20 kilos cuesta hoy día en Venezuela unos 40 millones de Bs., cifra bastante superior a la mensualidad que el gobierno de Maduro cancela a los pensionados y jubilados de nuestro país y a otros millones de asalariados públicos.
Por lo indicado la conclusión inmediata es que el perro del presidente se alimenta muy bien, mucho mejor que la mayoría de los habitantes de nuestro país, millones de los cuales hace ya varios meses que dejaron de consumir carne de pollo y de res, queso, pescado, frutas, rubros muy necesarios en la dieta de cualquier mortal. Los precios de tales rubros están por las nubes y por tanto son inalcanzables para ellos. Este es el caso de los docentes venezolanos de cualquier nivel educativo, de los empleados públicos, de los médicos adscritos al Ministerio de Salud y al IVSS, de las enfermeras, de los trabajadores de las empresas del estado, etc., cuyos sueldos oscilan entre 4 y 8 millones de bolívares mensuales. Con estos ingresos es imposible para una sola persona consumir en un día un plato de comida en la cantidad y con los ingredientes recomendados por las instituciones nutricionistas nacionales e internacionales. Mucho menos pueden tales personas ingerir los tres platos de comida que deberían. En verdad, hambre es lo que padecen hoy millones de compatriotas, maltratados por un presidente que prefiere alimentar muy bien a su linajudo perro Yako, al mismo tiempo que se muestra indolente ante los padecimientos y carencias sufridos por quienes lo eligieron para ejercer el cargo de Primer Magistrado, cargo que ejerce de manera sumamente torpe.
Según vemos entonces, por las notorias preferencias del ocupante de Miraflores, debería gobernar él un territorio habitado por estos animales pues a los mismos los trata de maravilla; pero no debería gobernar un país como Venezuela, pues como también vemos, a los habitantes de este país los trata como piltrafas, como escorias, como desperdicios, como cosas sin valor ninguno. El tal presidente, que por su comportamiento pareciera mejor un verdugo, despojó a los venezolanos de la comida, de las medicinas, de la seguridad personal, de su salario, de la salud, de sus escuelas y universidades, del trabajo, de su propia patria, de sus instituciones políticas y jurídicas, de sus riquezas naturales. Sin embargo, a cada rato lo oímos pronunciar charadas sobre la Venezuela potencia o sobre el ejemplar modelo económico que se construye hoy en nuestro país, nada de lo cual es verdad. Dislates y gamelote es lo que profiere su boca a cada rato.
Dada la trágica evidencia que muestra nuestro país en la actualidad, el legado de Maduro no hay que esperarlo para mañana, pues está ya aquí entre nosotros los venezolanos. Su legado es el de un país arruinado, quebrado económicamente, envilecido, enfermo, hambriento, de hombres y mujeres famélicos, de niños comedores de basura; cundido de bandas delictivas, de funcionarios corruptos enquistados en los principales cargos públicos; de un país caotizado, anómico, anarquizado, incluso despoblado en razón de la diáspora nacional.
La destrucción producida sobre Venezuela por el conductor de buses del Metro de Caracas es de una magnitud comparable a la producida por un conflicto bélico. Destruyó, entre otras cosas: a PDVSA, las empresas básicas de Guayana, el sistema eléctrico nacional, escuelas y universidades, el parque industrial venezolano, la producción agrícola, el metro de Caracas, el sistema hospitalario, etc. Demasiado daño ha generado este verdugo presidente. Y ahora, reelegido para regir por otros seis años más el destino de Venezuela, lo que espera a los venezolanos será de características cataclísmicas. El infierno en llamas es lo que se avecina para nuestro país los próximos meses. Da miedo vislumbrar estos fatales pronósticos. En verdad Juan Vicente Gómez ha revivido con nuevo ropaje y se ha posesionado sobre la gran hacienda la Mulera, Venezuela. Y sus chácharos vinieron con él. Están en el PSUV y en las fuerzas armadas del país, y enquistados en los distintos cargos gubernamentales.
Demasiado terrible resulta vivir hoy en el territorio venezolano. Cada día es peor que el anterior. Por tal motivo los que pueden se van. Nos quedamos los adultos mayores, los viejos famélicos, perdiendo las horas del día de cola en cola, tratando de retirar dinero en los bancos, comprando algo de comida, esperando algún destartalado transporte que nos lleve a nuestro destino, y orando al cielo para que no seamos víctimas de ninguna enfermedad. Pobre de nosotros los venezolanos. Nos comimos el cuento de una Revolución Bolivariana que resultó un inmenso fiasco. Una fábrica de miseria ha sido en verdad este experimento y nosotros, sus conejillos de indias.