"Enseñemos a perdonar;
pero enseñemos también a no ofender.
Sería más eficiente.
Enseñémoslo con el ejemplo,
no ofendiendo."
José Ingenieros
En un improvisado negocio, de esos que han surgido de la noche a la mañana, se encontraban varias personas, esperando su turno para pagar, con la tarjeta en la mano, y mientras se acercaban al encargado de cobrar, la conversación se convirtió en una verdadera gallera, con comentarios encendidos sobre el aumento desproporcionado de las frutas, verduras, y hortalizas. Casi todos coincidían en la insoportable situación económica, y los más atrevidos, culpaban directamente al Presidente Nicolás Maduro. Una señora, quien se había mantenido callada, y totalmente desapercibida, en parte, porque la estatura no la ayuda en medio de la improvisada cola; sin embargo, aprovechó un momento de aparente silencio para hablar, retando a los presentes: ¿Ustedes creen, en verdad que Maduro, es tan malo, como están diciendo? Lo único, que se escuchó en medio del murmullo: ¡Está chavista, está loca, parece que no ve?
Todos se miraron, en medio de una sonrisa burlona, dejando escapar una ligera satisfacción por la cortante expresión para aplastar a la mujer, quien se mantuvo tranquila, esperando la calma de los inquietos compradores, como acostumbrada a esos sitios de mucha tensión, donde se discute, y nunca se llega a nada, pero satisface a los gritones, y ofensivos. Pasaron unos minutos, en medio de un silencio, como en un salón de clase, cuando los niños hacen una travesura, y al llegar la maestra, todos parecen unos angelitos. La mujer, tomó la palabra, muy reposada, con una actitud propia de una persona, cuando está impartiendo una clase, sin dirigirse a nadie en particular, pero el mensaje servía para reflexionar: "En primer lugar, quiero dejar muy claro: nadie me ofende con groserías, o descalificaciones, y esa actitud asumida por alguno de ustedes, me recuerda los malos momentos de Jesucristo, cuando se enfrentó a ignorantes, y mentirosos, terminando crucificado por los verdaderos enemigos del pueblo"
Del silencio que existía, hasta hace pocos minutos, se pasó a murmullos, y alguna sonrisa entre dientes, para luego escuchar la voz fuerte de un señor: ¡maestra! ¡maestra! Acercándose a la comedida mujer, y con las palabras entrecortadas sin poder contener las lágrimas, la abrazó sin dejar de besarla amorosamente, como si estaba acariciando a su progenitora: "maestra, me perdona, él de las palabras fui yo" Los dos se estrecharon en un fuerte abrazo, y más de uno, de los pocos que quedan en el negocio, se le veían los ojos mojados con una sonrisa de aprobación.