El Imperio Romano negociaba. Su poderío no le permitía destruir el planeta y por eso se veía obligado a respetar culturas y religiones provinciales. Por poco no sucumbe ante enemigos que manejaban recursos militares comparables: Aníbal, Espartaco.
El Imperio Español no tuvo que negociar. Sus cañones, religión y visión renacentista del mundo, encontraron completamente a su merced a los indígenas y a los africanos. La esclavitud que impusieron fue tan violenta que todavía subsiste su eco en forma de racismo y aún hay quien se limpia la boca al besar a una negra. Finalmente las colonias desarrollaron recursos militares para derrotar a las metrópolis.
Después de la Segunda Guerra Mundial los Estados Unidos han ejercido una hegemonía solo estorbada parcial y temporalmente por la Unión Soviética, la China y luego por el Vietnam. Entre los años 60 y 90 desataron el terrorismo de Estado en todo el Continente, empezando por el asesinato sistemático de dirigentes incómodos, especialmente de Martin Luther King y los Panteras Negras. En Centroamérica impusieron un clima de terror, incluyendo el asesinato de un obispo en plena misa. En algunos de esos cientos de miles de homicidios colaboraron matacuras venezolanos.
En Suramérica destruyeron por la fuerza o el halago diversas vanguardias políticas, sociales y culturales. Derrocaron gobiernos electos y erigieron un terrorismo del cual es experto el Jefe de Seguridad de Manuel Rosales. Esta acción se extendió por el mundo: Indonesia, Irán, África, Balcanes... No hay rincón del planeta donde el Imperialismo no pretenda dominarlo todo y sin indulgencias, a menudo con éxito.
Ya no. En Iraq y en Afganistán no pueden ni irse ni quedarse. En el Líbano su ejército subalterno sufrió una derrota tan vistosa como su vocación genocida. En América Latina no han podido con la columna atlántica, de Venezuela hasta la Argentina. Han podido con la columna del Pacífico, desde México hasta Chile, salvo Bolivia y ya veremos si el Ecuador y Nicaragua. Pero por primera vez encuentran límites insalvables y duraderos a su formidable poderío. ¿Por qué no negocian? Si no fueran tan arrogantes lo harían. Pero ya sabemos cómo terminan los soberbios: como en el Referendo de 2004.
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