El arbusto del café fue traído a Venezuela por los misioneros castellanos, en la tercera década del siglo XVIII. El padre jesuita José Gumilla lo sembró a orillas del Orinoco y allí fue donde se obtuvo el fruto por vez primera. Desde aquí se extendió en los años siguientes por buena parte del territorio de la Capitanía General de Venezuela. Y desde hace más de dos siglos el aromático café ha acompañado la mesa de los venezolanos con motivo de cualquier pretexto.
De acuerdo con Arístides Rojas (2008) fue otro sacerdote católico, José Antonio García Mohedano, quien lo introdujo en el Valle de Caracas en 1883. En las cercanías de la capital, en el pueblo de Chacao, lugar donde los mantuanos caraqueños poseían viviendas con grandes solares y pasaban algunos meses del año, logró este recordado prelado cultivar con éxito unas cincuenta mil plantas del árbol del cafeto. La cosecha fue esa vez abundante por lo cual decidieron los vecinos beneficiarios celebrar un festejo por este motivo. La fiesta, ocurrida a fines de 1786, se inició con un paseo de los asistentes por los cafetales cargados de los rojos frutos. Luego se oyó la música y los cuerpos danzaron un buen rato en la pista preparada para ello. Vino entonces el suculento almuerzo a cuyo término los comensales se concentraron alrededor de la mesa principal donde se habían colocado numerosas tazas de porcelana, apropiadas para recibir el fragante líquido proveniente del fruto del cafeto, motivo principal de aquella festividad.
La ocasión la describe Arístides Rojas de la manera siguiente: "cuando llega el momento de servir el café, cuya fragancia se derrama por el poético recinto, vese un grupo de tres sacerdotes, que precedidos por el anfitrión de la fiesta, don Bartolomé Blandín, se acercaron a la mesa. Llegan a la mesa en el momento en que la cafetera vacía su contenido en la transparente taza de porcelana, la cual es presentada inmediatamente al virtuoso cura de Chacao. Un aplauso entusiasmado acompaña a este incidente, al cual sucede momento de silencio (…) Mohedano conmovido dice: Bendiga Dios al hombre de los campos, sostenido por la constancia y por la fe. Bendiga Dios el fruto fecundo, don de la sabia naturaleza a los hombres de buena voluntad. Dice San Agustín que cuando el agricultor, al conducir el arado, confía la semilla al campo no teme ni la lluvia que cae, ni el cierzo que sopla, porque los rigores de la estación desaparecen ante las esperanzas de la cosecha. Así nosotros, a pesar del invierno de esta vida mortal, debemos sembrar, acompañada de lagrimas, la semilla que Dios ama: la de nuestra buena voluntad y de nuestras obras, y pensar en las dichas que nos proporcionará abundante cosecha". En ese siglo XVIII se produjo mucho café en suelo venezolano, pero será en el siglo XIX cuando las cosechas de las plantaciones nacionales eleven su producción hasta convertir este rubro en la principal fuente de riquezas económicas del país. Y no fue muy difícil desde entonces que nuestra población se habituara a tomar infusión de café a cualquier hora del día. Desde los más ricos hasta los más pobres adquirieron este hábito hasta convertirlo en tradición nacional. En oriente, occidente, sur, centro, en Nueva Esparta, se hizo hábito cotidiano una totuma, un pozillo o una taza de café para comenzar las actividades del día.
Según la costumbre de cada persona y el lugar donde se encuentre, a cualquier hora, desde el desayuno hasta la cena, es casi obligatorio tomar una taza de café después de las comidas, temprano en la mañana, en el trabajo durante la jornada laboral, con un cigarrito, con los amigos para acompañar penas y alegrías, para deleitar un rico postre, en la tarde, antes de la cena e incluso después de ésta, el café es un fiel acompañante de aquellos cuyos oficios les exige permanecer despiertos toda la noche. En los hogares venezolanos, el café ocupa un importante hábito de consumo, asociado a las prácticas alimenticias, así como también a las relaciones interpersonales. El café se comparte a toda hora con los vecinos, amigos y familiares. El consumo de café está muy arraigado a las tradiciones y costumbres familiares. Es en el núcleo familiar donde se inicia y consolida esta práctica de consumo.
Se prepara de diferentes maneras, según el gusto del consumidor. Marrón, marrón claro, marrón oscuro, con leche, tetero, guayoyo, guarapo, largo, corto, doble, cappuchino, son algunos de los vocablos que se utilizan en Venezuela para pedir un café. En verdad, tomar café entre amigos y familiares es una institución nacional. Y tal costumbre se ha mantenido inalterable ante los vaivenes de la economía y política del país. Aquí se ha tomado café independientemente de las dificultades económicas y de las crisis políticas. Gobiernos de distinto tinte se han sucedido en nuestra historia republicana pero la tazita de café sigue allí inmutable, boyante, perfumando el ambiente nacional. Revoluciones, dictaduras, elecciones, presidentes militares y civiles, todas y todos han tenido que convivir con este hábito criollo. Incluso, un presidente como lo fue Hugo Chávez Frías, mostraba públicamente su fascinación por el balsámico brebaje al punto de consumir unas diez tazitas de café al día. Se convirtió él en un publicista de tal costumbre nacional afianzándola más aun.
Sin embargo, lo que no lograron antes ninguna de las tragedias nacionales, guerras, fenómenos naturales, malas políticas económicas, lo consiguió este nefasto personaje ahorita enquistado en Miraflores: nos arrebató la buena costumbre de tomar café. Pero no se podía esperar menos de este presidente charlatán, pues tal botarate ha actuado desde que está allí en Miraflores cual plaga arrasadora, exterminadora de todo lo que consiguió levantado y funcionando bien en nuestro país. Destruyó, entre otras, a PDVSA, una de las más poderosas empresas petroleras del mundo, la fuente del salario venezolana. Producía en 2013 tres millones y medio de barriles de petróleo diario; hoy apenas produce un millón cuatrocientos y continúa disminuyendo su producción. Es el mayor milagro negativo generado por esta nefasta administración gubernativa. Y también destruyó a MINERVEN, empresa nacional productora de oro, la única en el mundo con saldo rojo; destruyó también FERROMINERA Orinoco, a SIDOR, VENALUM, ALCASA; BAUXILUM, etc.
Es lo que abunda ahora en este país de las casas muertas. Destrucción, muerte, ruina, pobreza, hambre, enfermedades, diáspora, violencia, robo, corrupción, malversación, son las palabras que mejor describen los resultados de la calamitosa gestión de Maduro y su combo cívico-militar. Estragos es lo que ha traído para Venezuela esta fatal combinación de militares y civiles en el ejercicio del poder político y económico, al punto que este hábito criollo de consumir un cafecito ha desaparecido en nuestro país.
Varias son las causas de la ruina que sufre hoy la producción y consumo de café en Venezuela. En primer lugar, el grave error cometido con la expropiación de varias industrias procesadoras de café, entre otras: Fama de América, Café Madrid, San Antonio, marcas éstas que inundaban los anaqueles de los mercados y supermercados del país. En segundo lugar, la expropiación de numerosas plantaciones de café realizadas durante el gobierno de Hugo Chávez: hoy esos sembradíos están abandonados y produciendo nada. Y, en tercer lugar, la política desacertada de control de precios impuesta por Chávez y Maduro. Todos estos equívocos produjeron una caída vertiginosa de la producción de café nacional, según vemos de seguida. Mientras que en los tiempos de Juan Vicente Gómez producía nuestro país 30,2 kilos de café por habitante anuales, y en 1998 se alcanzó un total de producción de 1,6 millones de quintales de café, suficiente como para exportar entre 400.000 y 500.000 quintales, después de la instauración de este esperpento mal llamado Revolución Bolivariana, la producción nacional de este importante renglón agrícola se ha venido al suelo. También aquí cayó la peste robolucionaria. Y por tal afectación vemos que en el lapso 2015-2016 la cosecha nacional fue de apenas 406.000 quintales; la de la de 2017 hasta febrero de 2018 fue de 450.000 quintales, lo que representa una magra cifra de poco más de medio kilo por habitante. Eso quiere decir que con la última cosecha se satisface apenas el 25% del consumo nacional, que ha sido tradicionalmente de 2,4 millones de quintales. La respuesta del gobierno ante tal debacle es importar el producto de de Brasil y Nicaragua, beneficiando de tal manera a los propietarios capitalistas de allá, que aquí combate. Pero ello no resuelve de ninguna manera la crisis del sector, sino que por el contrario la agudiza. La consecuencia más visible es la ausencia del producto en el mercado nacional así como su correspondiente incremento de precio, que hoy día está en 18 millones de bolívares el kilo, un precio inalcanzable para la gran mayoría de los venezolanos, pues el ingreso salarial promedio de estos está por el orden de los 6 millones de bs., al mes. De manera que la habitual tazita de café saboreada muy temprano por los habitantes de nuestro país ha desaparecida de la boca de cada uno. El mago destructor instalado en Miraflores se ha encargado de desaparecerla. Tan prodigioso sortilegio será otra de las numerosas hazañas económicas generadas por el gobierno de este dañino personaje. Una verdadera demostración de la infinita ineptitud del más nocivo presidente que hayan conocido los habitantes de nuestro país en un siglo de historia. El prodigioso charlatán es un milagroso. Será beatificado pero llevado a las tinieblas a compartir con Lucifer, el Príncipe del mal, su gran amigo y camarada.
.