Don Juan y Doña Bárbara. El seductor y la devoradora

No se habla mucho de Don Juan desde hace un tiempo ya largo. Aún menos se habla de Doña Bárbara. ¿Por qué? No es mero olvido porque aún recordamos mitos mucho más antiguos. Vale la pena intentar responderlo. Nacimiento, desarrollo y muerte de los mitos.

Don Juan nace con la Contrarreforma y como ahora no hay Contrarreforma, no hay Don Juan. Según este razonamiento, Don Juan tiene que vivir en medio de gente piadosa para que sus acciones sean profanaciones y no travesuras. Pero esta hipótesis es demasiado fácil y por tanto poco convincente.

Por otro lado, el dialecto español peninsular es intensamente blasfematorio, la hostia está todo el tiempo en cualquier frase, prueba de que es aún un pueblo enérgicamente religioso. Miguel de Unamuno, que vivía de paradojas como todo místico, decía que solo un pueblo piadoso puede blasfemar tanto. Sigue siendo pío, aunque de otro modo, más subterráneo, tanto que quizás por eso Don Juan no aflora. Prospera sí la telenovela venezolana Cristal, en que un cura tiene una hija y desde el Rey de España para arriba todo el mundo se paralizaba para contemplar aquella sufridera cardinal para España, donde tanto cura tiene grandilocuentes contratiempos con la castidad. ¿Qué ha cambiado entonces en la religiosidad española? Quizás el destape mató a Don Juan, porque vive de la virginidad de las mujeres y de la piedad de los creyentes. No hay mucha gente que se tome la ética tan en serio como Don Juan. Por eso en la versión más popular de Don Juan, la de Zorrilla, la que hoy evocamos aquí, el antihéroe rapta a una novicia que ha vivido toda su vida en clausura, sin paladear mundo, demonio y carne. Una tensión perfecta: la virgen impecable contra el disoluto cabal, que terminan entrelazados de amor.

José Ortega y Gasset decía que cada 2 de noviembre, día de los muertos, día de Don Juan, el que cenaba con difuntos, todos los españoles asistían a la representación ritual de Don Juan, como unos papanatas. Ortega aclaraba, por cierto, que el primer papanatas era él.

Ahora no somos papanatas de Don Juan sino de James Bond, que comparte con Don Juan multitud de aventuras sin responsabilidad, varias chicas alarmantes y seductoras en cada película, licencia para matar, sibaritismo, savoir faire, juventud inagotable, elegancia, nombre bastante común y, encima, para el público, al servicio de una causa justa, la de Su Majestad la Reina. Lo del nombre común no es poca cosa, Don Juan, Juan Bimba; James Bond, James el mayordomo de siempre, Bond, cualquiera. Es decir, no importa quién puede acceder a las cimas de Don Juan y James Bond.

Hay muchas versiones de Don Juan, la de Tirso de Molina, la primera conocida, y a partir de esa las de Lord Byron, Molière, Rostand, Lorenzo da Ponte con música de Wolfgang Amadeus Mozart, algunos dicen que es la cumbre musical de Occidente. Y, por supuesto, José Zorrilla, Pushkin, Alexandre Dumas, Carlo Goldoni, Roger Vadim. El catálogo es interminable y por eso solo evocamos nombres cardinales. Pero hay otros Don Juanes que no dicen su nombre. El vizconde de Valmont, de Relaciones peligrosas, de Chordelos de Laclos. José de Espronceda, con su Estudiante de Salamanca. Samuel Richardson, Antonio de Zamora, Rómulo Gallegos y ya volveremos sobre don Rómulo. O personajes reales que entran cual mitos en el imaginario colectivo, como el Divino Marqués de Sade o Casanova. En fin, el catálogo es también interminable y además no importa.

¿Cuál es la versión original de Don Juan? ¿La atribuida a Tirso? ¿La de Andrés de Claramonte, como hoy estiman algunos? Claude Lévi-Strauss dijo una vez que los mitos no tienen versión original primigenia, porque cada realización es la original, que cada versión de Edipo es la versión original, incluyendo la de Sigmund Freud. Tal vez esta de Don Juan que pretendemos aquí sea también la original. Porque el mito viene completo, integral, o no se cumple, por eso es perpetuo y cada vez se narra por primera vez, por eso acudimos al mito constantemente, Florentino y el Diablo, Fausto, Edipo, Amalivaca, la Guerra de las Galaxias, una y otra vez, sabiendo el final de la historia, pero como si no lo conociésemos, como unos papanatas. O conociendo varios finales: Don Juan se condena en casi todas las versiones, salvo en la de Byron, en la de Zorrilla, en la de Laclos, en la de Ian Fleming con su Bond, James Bond.

Hubo fusión de dos mitos, cosa común en ellos, que se revuelcan en el mismo pozo de nuestros espíritus. El mito del convidado de piedra, el irreverente que cena con los muertos, y el del insaciable burlador de mujeres.

Todos queremos ser Don Juan, pero también nos da envidia y entonces nos vengamos llamándolo inmaduro, homosexual, inseguro de su virilidad, afeminado, como si la feminidad fuese infamante. Así lo maltrataron Gregorio Marañón, Unamuno y varios otros moralistas. Cada quien se defiende de Don Juan como puede. O se deja seducir por él.

Porque las víctimas de Don Juan son tan desprevenidas que obligan a preguntarse si no será que fueron ellas las seductoras. Algunas confunden a su amante con Don Juan disfrazado. Bien poco amor tendrían por el amante que lo confunden con otro. Sé que es convención teatral, el embozado, el enmascarado que pasa por otro sin duda para nadie. Pero me queda la incertidumbre sobre el discernimiento de la burlada.

El mito de Don Juan ayuda a mucho seductor famoso. ¿Cuántas sucumben al seductor solo porque tiene fama de tal? ¿A cuántas conquistaron el dominicano Porfirio Rubirosa o nuestro Espartaco Santoni solo porque eran célebres? Así pasó con Giacomo Casanova, precedido siempre por su gloria. Imagino la competencia a su llegada a cada ciudad, a ver quién cazaba primero al playboy. Los roles se invierten y el seductor termina seducido.

Aquí vale la pena alguna comparación de Casanova con Don Juan. El italiano gozaba su vida, Don Juan no, pues cada conquista es traición y fe mentida, esfuerzo, achaque, atraco. Por algo los malandros venezolanos llaman achaque al atraco, porque hacer el mal es una responsabilidad riesgosa con la infamia. El único atenuante del malvado es la eficacia. Un malvado es odioso, pero un malvado incompetente es un mentecato. Casanova no, Casanova era un gozón, un bonchón que cuenta en sus Memorias cómo se enamoraba de cada una de sus conquistas y declaraba con una vehemencia inocente que cada una de ellas era la mujer de su vida. Cosas del siglo por las que no se puede culpar a los individuos uno por uno. Casanova gozaba sin la ansiedad donjuanesca, como gozaba la clase ociosa de su época. Casanova jugaba limpio y no prometía nada, salvo unas noches de jaleo irresponsable. Alguien contó sus conquistas: 132. Hugh Hefner, el creador de la revista Playboy, declaró una vez que había tenido mil. No está mal para un industrial gringo, el seductor en producción en serie. Pero se quedó corto, porque Da Ponte imagina que el preindustrial Don Giovanni tuvo mille tre solo en España.

En violación flagrante del imperativo categórico Doña Juana declara que no soporta que la traten como ella trata a los demás. Sucede en la película de 1973 Si Don Juan fuese mujer, de Roger Vadim, con Brigitte Bardot. No, no es Blanca Ibáñez, la venganza urbana de Doña Bárbara, con Lorenzo Barquero y todo. Es la especulación mítica sobre lo que pasaría si Don Juan fuese mujer. Pero tenemos una realización mucho mejor entre nosotros: la novela maestra de Rómulo Gallegos, Doña Bárbara. Allí vemos cómo se desatan los elementos básicos del mito, pero con cambio de sexo. Si Don Juan es un íncubo, un demonio en forma de hombre para tentar mujeres, Doña Bárbara es un súcubo, un demonio que toma forma de mujer para tentar a hombres dispuestos a ello.

Porque, como en el caso de las mujeres de Don Juan, hay que estar dispuesto a la seducción de Doña Bárbara, como lo estaba Lorenzo Barquero. Por razones que no quedan claras, Barquero era un joven próspero a quien la vida sonreía con una carrera floreciente y un matrimonio ventajoso, pero decide sucumbir a la barbarie de la dañera, que lo convierte en un ´ex hombreª, como lo llega a llamar Gallegos. Alcohólico, arruinado económica y sobre todo moralmente, dispuesto a vender a su hija Marisela a Mister Danger, por alcohol, la voluntad abolida, ese tema que también aparece en otra novela de Gallegos, pero en una mujer, la de Hilario Guanipa, en La Trepadora. Doña Bárbara es la ´devoradora de hombresª, bruja, seductora, marimacho, bárbara, astuta, despiadada, insaciable, insensible. Gallegos explora una posibilidad de Don Juan: la inapetencia, del galanteo solo le interesa la devastación.

En el universo cristiano, el amor que no se domina conduce a la culpa o a la redención, sin amortiguación. En Don Juan y Doña Bárbara pasan los dos extremos. No solo son destructores sino que cuando se enamoran ambos se redimen. Don Juan, el de Zorrilla, entra por las esquivas puertas del Paraíso; Doña Bárbara se enamora de Santos Luzardo, santo y luz, y deja de ser seductora, como Kundry ante Parsifal, y deja el paso libre a su hija, se entrega al tremedal o al negro bongo que la trajo, tal vez el mismo que condujo al Diablo para que lo venciera Florentino. Dos veces al menos aparece el Diablo en mi memoria de la literatura de Gallegos: en Doña Bárbara ´el Socioª pierde, en Cantaclaro la conseja dice que vence, porque se lleva a Florentino, pues, como Casanova, el vagabundo Florentino era hombre de llevarse mujeres en la grupa. Santos Luzardo, el buen burgués, no era hombre romántico para Doña Bárbara.

Los mitos presentan varias posibilidades, que corresponde a los escritores revelarnos, agotándolas. Así, Don Juan puede alternativamente condenarse, como el de Tirso, el de Molière, el de Lorenzo da Ponte y el de casi todos. O salvarse, como el de Zorrilla. O puede ser mujer como en Gallegos y Vadim. Depende del realizador, claro, convertirse en una peliculita comercial que se agota en dos domingos, a lo sumo, o en un documento fundador de una república, como la Doña Bárbara de Gallegos.

Cada quien lee el mito como puede. Releer a Doña Bárbara me ha producido un revuelo, una conmoción, cómo puede la palabra sacudir la fisiología del espíritu. Doña Bárbara, la mujerona, nos comunica las alternativas capitales de nuestra vida, como guion, como momento de un mito, el de Don Juan en este caso. Al presenciar a Don Juan cada quien puede ser Comendador, Doña Inés, Don Juan, Ciutti, Don Luis Mejía, porque cada mito es un menú de opciones que nos explica y nos ubica en el mundo. El mito no solo explica el mundo sino que nos explica como individuos y como pueblo. España engendró a Don Juan, Venezuela a Doña Bárbara y a María Lionza, modelos femeninos fornidos en un pueblo de machistas edípicos, porque para muchos la madre es la única familia conocida.

Algún día superaremos a Don Juan y a Doña Bárbara y seremos felices. Pero mientras tanto están allí gozando perversamente, es decir, doliendo, y estamos obligados a enfrentarlos; no a esconderlos, como hemos hecho hasta ahora con Doña Bárbara. Por eso en esta noche invito a leerla y releerla. Es esencial para todos.


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Roberto Hernández Montoya

Licenciado en Letras y presunto humorista. Actual presidente del CELARG y moderador del programa "Los Robertos" denominado "Comos Ustedes Pueden Ver" por sus moderadores, el cual se transmite por RNV y VTV.

 roberto.hernandez.montoya@gmail.com      @rhm1947

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