A Mayell la "murió" el marido, y desde entonces no se supo más que del sabor de la indignación de los amigos, de la familia, y de mucha gente. Pareciera que el gran discurso social que venera la existencia del machismo, justificara un crimen cuyo escenario ha sido un hogar, dándole a seguir, forzosamente, un guión y también unos actores de aparición permanente y conocida: él, celoso y dispuesto a llegar "hasta las últimas consecuencias"; ella, propiciatoria de la conducta violenta, por su aparente indisposición al diálogo conciliador. En los ensayos del crimen, la policía no se concentra en proteger a la parte mortalmente amenazada, sino que la conduce a la inexistente sala de diálogo donde, sola y despojada de cualquier arma y protección, "muere", efectivamente, en la obra real, donde el público asistió con temor para ser testigo antes y después, del inevitable desenlace. Queda la prole huérfana, tendida y a expensas de los designios de las legitimidades.
Mayell debe haber sido un torbellino de vida y de alegría; la semblanza que han hecho sus amigos y familiares, dan cuenta de su amor a la vida; una semblanza que por lo común en el origen de lo femenino, no me cuesta conocer ni es difícil de imaginar. Mayell resguardada por la alegre juventud, criando la nueva vida que le acompañaba pegada a sus faldas desde hacía dos años, es una imagen muy cerca de todas nosotras, sin importar la condición en la cual hacemos el tránsito por la vida: siempre habrá un lugar parecido al de todas las mujeres de este mundo y de esta tierra en particular. Hace quince años conocí a la hermana de Mayell, una joven que junto a otros y otras no tanto, pertenecíamos a la primera cohorte de docentes de la recién nacida Universidad Bolivariana. Era un pequeño grupo de gente encantada de compartir las alegres conversas de Mayela, y tratar los temas de la política en el escenario que nos tocó vivir en la naciente UBV. Pero juventud y belleza se van extinguiendo, alegría e infortunio se funden en una rara mezcla inexplicable...
Una mujer no puede morir por causa de un guión que nos prescribe interpretar siempre el mismo papel de la sumisión, del dolor contenido, de la vida sin el horizonte físico de otro cuerpo tal vez no enamorado. No puede una mujer ampararse eternamente en el papel de madre, única arca de salvación en el universo de ser mujer. No pueden los hijos depender del amor y aprecio que tenga el padre por la madre, so pena de pasar al abandono y el olvido cuando aquello termina. En ese hilo constante y sin corte, que va desde la existencia misma en todas sus caras, hasta la condición de madre, se posa el machismo para impedir la vida esencial de una mujer, para cortarla con el mismo desapego con el que vio partir el amor comprometido. No puede una sociedad juzgar el femicidio desde el origen de la falta en el raciocinio de mujer, desde su solo juicio, desde su imposibilidad de ser todo y el todo: mujer, madre, hermana, esposa, profesional, ama de casa, madre,...
Veo ahora a Mayela en la televisión; su voz, que recuerdo cantarina y alegre, esta vez era tan triste como decidida: a Mayell, que fue "muerta", ella la reviviría cada instante en la defensa de su causa: sería su voz, su trance en dolor por la vida, la madre ahora de la niña que queda, su sobrina o, "nuestra niña", como ha dicho ese día Mayela; porque la pequeña hija de Mayell es el símbolo de una causa que trasciende, es también la otra víctima de un femicidio. Aquella belleza radiante de Mayela, circundada de abundantes cabellos largos y ondulados, ahora se resumía en el luto por la alegría muerta, asomaban las blancas hebras del tiempo en familia, en hermandad profunda y querida. Aquellos grandes ojos de espesas cejas, otrora vivos y reilones, hoy se velaban con la tristeza y la impotencia. Por un momento infinito, tal vez por mucho tiempo, y tal vez durante ninguno, porque el tiempo es algo tan trivial en el recuerdo y en el olvido, vi que el luto en sus ojos, ventana del alma hermanada, era el de Mayela, era el mío, y era el de todas nosotras. El luto a veces es por el temor al olvido, y otras por la orfandad en que nos dejan las instituciones. Pero, definitivamente,es una causa, nuestra causa, la causa de todas y todos.