La situación de incertidumbre y ansiedad que vivimos los profesores universitarios jubilados durante los años 2015 y 2016 no sólo nos afecta psico-emotivamente, sino que reduce nuestro escaso patrimonio material a cenizas. No tengo reparos en decir públicamente lo arruinado que me siento desde que egresé de la Universidad de Oriente el 14 de agosto de 2016. Ese día viernes una suela de mis zapatos se desprendió en el estacionamiento, justo cuando fui a entregar la llave de mi cubículo. Signo de la pobreza que arrastraba en los pies. Créanme que no estoy mintiendo.
Desde entonces mi auto anda con los cauchos lisos, sin aire acondicionado, el aceite vencido y unas bujías desgastadas que ya no dan para más. No tengo aire acondicionado en ningún cuarto de mi casa, porque hace cuatro años se dañaron; y eso de Mi Casa Bien Equipada nos llegó hasta mi familia nunca, a pesar de votar rojo rojito una y mil veces. Tampoco he podido adquirir una lavadora y la neverita enfría a veces, toda pelada como el lomo de mi perrito James, que murió de hambre.
Mi ropa está desteñida y realmente fea, pues mi único salario y medio de sustento es el sueldo que devengo de la universidad. Tengo un solo par de zapatos que le compré a un médico cubano, porque a él le quedaban grande. Para mi sorpresa son zapatos Christian Dior originales, de piel de venado, color marrón, que el gobierno le regaló al médico cubano el día que llegó a Caracas para trabajar en la Misión Barrio Adentro. Como le quedaban grandes me los fió, y se los pagué en tres cuotas. Lo hizo como amigo solidario y le agradezco a este humilde ser el gesto. De lo contrario andaría descalzo, por cuanto las quincenas (y ahora los pagos semanales en bolívares soberanos) no me alcanzan ni para comprar alpargatas.
En otros artículos he planteado ante el gobierno nacional la urgencia económica que padecemos los profesores, empleados y obreros jubilados de las universidades públicas durante 2015, 2016 y 2017, porque estamos comiendo cable. El Presidente Revolucionario Hijo de Chávez Nicolás Maduro Moros, Presidente Socialista de la República Bolivariana de Venezuela y todos los etcéteras de su altísima embestidura (con su grito potente y altruista: ¡Hasta la Victoria Siempre, Camaradas, Venceremos!), prometió en marzo que pagaría las prestaciones sociales durante 2018, y vaya que le creímos. Pero…
Quedan apenas 82 días para que finalice el año 2018 y el Presidente Obrero se olvidó de que también nosotros fuimos obreros durante 25 años. En lo personal tuve que asistir a la Universidad de Oriente muchas veces hambriento, enfermo, endeudado, pobre de toda pobreza, absolutamente; pero nunca falte a mis deberes y responsabilidades. Por el contrario, realicé cada trabajo de ascenso con el rigor del caso, cada proyecto de investigación, cada ponencia dictada en otras universidades y congresos, cada libro que publiqué (que suman más de una docena), cada actividad de extensión (talleres, charlas, presentaciones, recitales, cursos), como un venezolano que siempre ha amado a su patria y que cree en su patria, y su gente. Siempre tuve mística de trabajo y vocación de servicio para ayudar a mis alumnos a superarse, sin importarme su color de piel, raza, nacionalidad, credo político ni religioso, sexo, estatus social ni ningún otro tipo de valor relativo a sus personas. Quienes fueron mis alumnos saben de mi seriedad, honestidad, puntualidad y responsabilidad frente al salón de clases, y más allá del mismo. Siempre asumí mi trabajo con cariño y con rigor. Cumplí mi tarea plenamente durante 25 años, desde el 1 de mayo de 1991 hasta el 14 de agosto de 2016.
La Universidad de Oriente me entregó el finiquito de mis prestaciones sociales en febrero de 2017, calculándome las mismas en Bs. 5.171.822,95 (cinco millones ciento setenta y un mil ochocientos veintidós bolívares fuertes, con veintidós céntimos). Esto equivale actualmente a 51 (cincuenta y un) bolívares soberanos. ¡Válgame Dios! Faltaría por determinar los intereses sobre pasivos laborales, lo cual a lo sumo añadiría otros 30 bolívares soberanos. Siendo inexorablemente realistas, deberían pagarme la bicoca de 81 (ochenta y un) bolívares soberanos para que complete los noventa bolívares que cuesta un rollo de papel higiénico, y me limpié el cuerpo cuando defeque mis frustraciones económicas.
¿Así le paga Venezuela a sus profesores universitarios? Mal que bien obtuve mi doctorado en España, y tampoco eso tiene valor alguno para el cálculo de esas prestaciones sociales. Sólo me permitió ascender. Ser doctor no vale de nada ante el hambre, el abandono, el olvido y el desconsuelo a que nos somete la burocracia tradicional, antes blanca y verde, ahora roja rojita. Pero el Estado socialista aspira lograr la Venezuela potencia sobre la base de nuestra ignorancia. Por la vía de la verborrea tal vez lo logren, sin gastar un centavo en recursos humanos connacionales.
El gasto electoral inminente para elegir mayoritariamente los concejales rojos rojitos de nuestro Psuv ya debe estar presupuestado, dispuesto y listo para enviarlo a los jefes de campaña de todo el país. "¡APROBADO!" Pero mis tres lochas miserables, y las de tantos compañeros hambrientos que también se jubilaron en nuestras universidades públicas durante 2015, 2016 y 2017, no están disponibles ni en Petros, ni en lingoticos de oro ni en bolívares soberanos. Incluso, ignoramos si el Estado venezolano tiene contemplado algún mecanismo de compensación salarial que nos ahorre cobrar esa limosna durante algún año del siglo XXI, para que al menos nos alcance para comprar cuatro rollos de papel higiénico, y evitar así gastar tanta agua a la hora de hacer nuestras necesidades fisiológicas.
Si acaso en la OPSU hay un alma generosa que me entere de una buena vez, cuánto es el saldo de mis paupérrimas prestaciones sociales, por favor sírvase buscar en los archivos respectivos mi RC Nº 0182, con mi número de cédula de identidad V-8.970.452, y envíemelo al correo electrónico que aparece al final de este artículo. Si esto es mucho pedir, entonces me calaré cada cadena de nuestro amado Presidente Obrero a ver si algún día se digna recordarse de los pobres y los hambrientos jubilados de las universidades públicas de este gran país (mi país, tu país); para que nos pague la limosna que nos corresponde por servirle a la patria decentemente.
Servicio público que prestamos a Venezuela, nuestra amada patria, no como políticos ni como boliburgueses, sino como obreros de la educación. No como alcaldes, concejales ni gobernadores rojos rojitos, ni verdes ni blancos, sino como intelectuales y humanistas. En mi caso personal, siempre como hombre de izquierda, aunque eso tampoco es un activo que valga la pena mencionar. En revolución, ser de izquierda tampoco vale nada. Más vale ser un enchufado, un contratista de maletín, un boliburgués, un oportunista de postín, que un servidor público a carta cabal.
Suerte, si dudas, para nuestra moral.