"Ya sea que la URSS no es el país del socialismo, en cuyo caso el socialismo no existe en ningún lugar, y sin duda sería un sistema imposible: o por el contrario, el socialismo es eso, ese monstruo abominable, ese estado policiaco, el poder de los depredadores.". JEAN PAUL SARTRE.
El arte de la política (en Venezuela) derivado del pensamiento de Aristóteles nos lleva a preguntarnos, si la destrucción de los partidos, las instituciones, la economía, la ciudadanía, la constitución etc. Si todo lo hecho a la inversa en estos 19 años de gobierno bolivariano, efectivamente, no ha sido precisamente el arte por lograr el bien común, o mejor dicho el arte por el poder, según los escritos de Maquiavelo, especialmente en su obra El Príncipe, o como lo consideran ciertos filósofos políticos como el arte de lo posible.
En Venezuela, los dirigentes de la revolución, actúan como analfabetos políticos, porque en la práctica nunca coinciden con la teoría, donde el bien común constituye el objetivo esencial, sin el cual se pierde todo sentido en el ejercicio político del poder, ya que este solo se legitima en la medida en que ese bien común este acoplado en la constitución de la Republica Bolivariana de Venezuela, las leyes, y toda la institucionalidad del Estado, y la sociedad venezolana.
La realidad actual de Venezuela, percibe que la política, en este momento, está determinada, principalmente, por una constituyente sostenida por las armas, que pretende hacer caída, y mesa limpia en las próximas elecciones municipales del mes de diciembre del 2018. El quehacer político y las elecciones en un país democrático con alternancia constituyen una relación indisoluble, pues entre ambas debe existir una complementación necesaria.
El debate político visto desde el panorama internacional, resalta la exigencia de unas elecciones limpias y transparentes, para lo cual se reclama la remoción de las autoridades del actual consejo electoral, y la observación nacional e internacional, entre otros requerimientos. Todo ello se debe porque existe un perverso marco político caracterizado por la concentración del poder, por una parte, y en la fragmentación de toda la política, en la otra parte.
Donde el gobierno hace lo que le viene en gana, por la fragmentación de la oposición, en las diferentes coaliciones o grupos de partidos, y movimientos políticos; donde no existe un candidato que tenga la posibilidad de atraer el voto; con un plan estratégico de gobierno, ausente hasta el momento, que permita orientar al país hacia una propuesta que contemple las estrategias referentes a los asuntos políticos, institucionales, económicos, sociales, educativos, de salud, entre otros, para salir de este caos económico donde nos ha metido esta monstruosa hiperinflación. Y que no tengan los opositores al gobierno la búsqueda del poder, por el poder mismo, y de los cargos públicos correspondientes.
Creo que la situación actual en el desastre de la economía, y las perspectivas que de ella se derivan, es responsabilidad de todos, y no únicamente del gobierno, y los partidos políticos. Si la política es efectivamente el arte del bien común, esto significa que su objetivo es el bienestar de la sociedad en su conjunto, pero significa también que la responsabilidad para alcanzar tal propósito nos concierne a todos. El bien común conlleva la responsabilidad común y de una manera muy particular, donde la responsabilidad específica corresponde a la ciudadanía, a la polis, como única destinataria y sujeto activo de la política. En este sentido y a partir de la grave situación económica que plantea el neo totalitarismo al presente, es necesario no descuidar la búsqueda de un acuerdo que trascienda lo coyuntural e inmediato, y desemboque en un proceso de concertación, que revierta la situación actual, esto debe empezar por los despedazados partidos de oposición, y en general por la ciudadanía y diferentes organizaciones de la sociedad civil que han perdido la ética y la moral, para alcanzar un acuerdo integral que involucre al Estado en un nuevo contrato social, en un auténtico proyecto de nación para el desarrollo nacional.
Es por demás muy claro que para que esto se pueda lograr, es necesario un proceso electoral limpio y transparente, pues de lo contrario las condiciones no serían aptas para la concertación nacional, sino para continuar con la confrontación.
Es la hora de La Venezuela Posible. La del consenso, la democracia, y el sueño venezolano, la que surja de la unidad de nuestras diferencias, la de la unidad en la diversidad. No la Venezuela hegemónica, caótica y confrontaria, la del maniqueísmo que niega todo lo que no actúa a imagen y deseos de la revolución, sino la de una sociedad plural y múltiple, en la que todas las expresiones de la democracia política tengan un espacio legítimo.
La Venezuela ‘Potencia’ debe ser fruto de la concertación, con una forma de expresión de la voluntad colectiva, con un nuevo estilo en la conducción de la política, y lo político ejercido con el objetivo, por la construcción de una nueva sociedad, pero también, un instrumento bien calibrado para dar respuesta a los graves problemas apremiantes que destruyen la calidad de vida de nuestro pueblo.
Un nuevo dialogo debe significar un salto cualitativo sobre lo que han sido las volátiles expresiones dominantes de la política venezolana: la confrontación, la represión; el facto, y el ‘suicidio’, pues dialogar no es para imponer en forma radical, y sin derecho a pataleo un modelo autoritario ni para disolver las fuerzas políticas en los contra pesos del adversario, sino para tratar de encontrar coincidencias mínimas en las diferencias, un punto de convergencia en las contradicciones. Pero sobre todo, para garantizar los derechos fundamentales del pueblo, por una mejor calidad de vida, sobre quién recaen las decisiones, y acuerdos que se adoptan.
En el mas sentido amplio de la palabra entendemos el dialogo como un proceso sistemático de discusión, y de acuerdos sobre aspectos no solo coyunturales, sino estructurales, y estratégicos, realizado con la participación de todos los sectores representativos de la vida nacional.
Creo que es la hora de un dialogo sin cortapisas, muy fundamental para la elaboración de un plan estratégico viable, de un proyecto de nación a partir del cual se busque la solución a los graves problemas que tienen parapléjico al país.
Creo en un nuevo proyecto de nación que surja de un dialogo sincero sin atajos, con una plataforma política, económica, social y cultural, indispensable para enfrentar los problemas de la sociedad venezolana; pero sobre todo, debe ser el mecanismo democrático que permita la construcción de una base sólida de duración, seguridad y estabilidad a Venezuela, más allá de los próximos gobiernos y cambios políticos que se avecinen.
A pesar de todos los problemas que sufren los venezolanos, precisamente por ellos, tenemos la obligación de pensar en el futuro. Una sociedad sin optimismo es una sociedad sin perspectivas, que no es el caso de la Venezuela agropecuaria, minera y petrolera, cuyas reservas morales y su vigor forjado en la adversidad, y reverdecida en la esperanza, permitiría construir un futuro de estabilidad, de concordia y de paz y hacer verdaderamente de la política el arte del bien ciudadano.