La historia de las revoluciones está llena de muchas derrotas y pocos triunfos; las derrotas son lecciones, experiencias, y los triunfos son espléndidos saltos cuando el espíritu revolucionario se expresa, se asoma. Entonces, la sociedad muestra su mejor cara, la gente se alegra, se siente acompañada, hay un objetivo común; la fraternidad y el rescate del amor social señalan que el camino es correcto, que la Revolución es posible.
El éxito de una Revolución depende de su inteligencia para manejar las derrotas y, sobre todo, para entender los triunfos. Es posible que con las primeras derrotas los revolucionarios se desanimen, entonces, se pasan al campo burgués donde son bien recibidos como trofeos de guerra. Los triunfos sólo los ven los que perseveran. Ahora bien, si las derrotas desmoralizan, las derrotas después de un triunfo arrasan con el entusiasmo revolucionario, son devastación, después sólo quedan pecios dispersos, la entrega del país a la restauración más cruel.
Luego de muchas derrotas y pocos triunfos, los revolucionarios entienden, toman conciencia, que el principal factor, el que decide el destino de las Revoluciones es la llamada "lucha interna", esta es la mayor enseñanza de tantos años de lucha. Las Revoluciones se ganan o se pierden en la lucha interna, y esta es ante todo una disputa ideológica. No hay revolución perdida que antes no lo haya sido en la ideología, en la lucha interna. Podríamos decir que la "historia revolucionaria es la historia de la lucha interna, de la lucha ideológica interna". Entre nosotros se cumplen estas afirmaciones, si revisamos la historia de los triunfos y las derrotas veremos repetirse estos hechos con pasmosa regularidad. Veamos.
El 23 de Enero del 58, el pacto de Punto Fijo, la lucha armada del 60, el arribo de Chávez, la traición del madurismo. Son todos hitos de éxitos y derrotas de las posibilidades revolucionarias. Parafraseando al Libertador nos permitimos decir: a cada triunfo revolucionario vino una traición y a cada traición un nuevo intento, un aprendizaje, una enseñanza.
Si algo caracteriza al movimiento revolucionario es su candidez, esta inocencia le dificultó en su juventud entender la lucha interna, que hábilmente los contrarrevolucionarios blindan con la justificación de la Unidad (sospéchese de revolucionario que invoca la unidad para anular la crítica). El 23 de Enero, la dirección verdaderamente revolucionaria fue cándida, ya Fabricio lo reconoce en su carta de renuncia al Congreso. La heroica Lucha Armada aún espera su justo estudio, pero se puede adelantar que la feroz lucha interna allí librada la perdieron los revolucionarios. Chávez llega al poder colándose por las grietas del sistema burgués, la candidez del Chavismo chavista fue tal que no pudo detectar al madurismo que portaba en su seno. Sólo después del madurismo estar anclado en el gobierno algunos chavistas se dan cuenta del giro hacia la derecha. Sin embargo, el grueso de la dirigencia permanece engañado y sometido con las cadenas de la unidad y la falsa disciplina.
Ahora, después de estos sesenta y tantos años de lucha, el movimiento revolucionarios ha alcanzado la adultez, su pleno desarrollo, está en mejores condiciones para intentar de nuevo tomar el cielo por asalto. Tiene conciencia de su camino, de su objetivo, de sus carencias, de sus derrotas, con Chávez se pudo tocar el sueño con la punta de los dedos, con el Comandante el sueño no fue una quimera sino una realidad. El movimiento revolucionario sabe, tomó conciencia, de su lucha interna, y de la necesidad de adoptar medidas para ganarla. Una de ellas, la necesidad de armonizar el interés individual con el interés social.