Aquellos dias de Abril (I)

Aquel día Caracas oscureció. La tristeza, la incertidumbre, la violencia y
el dolor se apoderaron de todos los corazones, de todos los pensamientos,
de toda Venezuela. Cada instante de aquel día 11 desgarró las almas de
millones de venezolanos de todas las tendencias, edades y creencias. En la
noche, sin embargo, algunos celebraban con júbilo y satisfacción, mientras
muchos lloraban a sus familiares, otros curaban sus heridas y millones
veían desvanecerse en horas lo que durante muchos años fue esperanza y
apenas comenzaba a hacerse realidad. El champagne se mezcló con el drama,
con la sangre, con la traición, con la rabia, con la frustración.

Tras aquella turbulenta madrugada del 12, vino el silencio absoluto,
intencional, alevoso de los medios y, forzosamente, del canal de televisión
del Estado. Trataron de amordazar y vendarle los ojos a un pueblo insomne,
confundido, extrañado y urgido de verdad. Para sorpresa de ellos, no lo
lograron; por el contrario, el silencio los motivó, les hizo buscar la
verdad tras las pantallas engañosas y las noticias de papel. En horas de la
tarde, millones de mandíbulas de todos los sectores caían al suelo al
presenciar aquel acto de proclamas autocráticas, firmas y abrazos de
intereses bien articulados; una reunión de finos trajes, joyas, aplausos,
puños cerrados y extensas risas y sonrisas. No conforme con ello, los
jueces mediáticos sentenciaban a personajes públicos y algunos justicieros
de la injusticia practicaban detenciones al mejor estilo hollywoodense.

Ni siquiera los que un día antes marchaban desafiantes (de este a este y
después, por alguna descabellada razón, de este a oeste), podían un día
después darle crédito al espectáculo circense de los eternos amos del valle
secuestrando sus anhelos e intenciones. Pero la carpa reluciente comenzaba
derrumbarse. En las calles el huracán de voces, gritos, lágrimas y reclamos
de cientos de miles de personas, que sin convocatorias previas o medios
azuzantes, se congregaban para rescatar lo que les pertenecía, hizo temblar
de miedo a animadores, domadores, payasos y trapecistas. A las pocas horas,
el circo abandonaba la ciudad huyendo en dos direcciones: hacia el este de
la urbe o hacia el norte del continente. Su misión era guarecerse, tras el
fracaso estrepitoso de su efímero espectáculo temían que sucediera lo que
ellos en pocas horas llevaron a cabo: persecuciones, cárceles, retaliación,
venganza, muerte.

De nuevo hubo algarabía, pero esta vez en las calles abarrotadas que no
creían haber logrado su cometido en tan corto plazo. Frente a los
televisores, la mayoría del país sentía el alivio de los justos. Hubo un
discurso que no habló de odio, que no sugirió venganza, que se refirió a
las lecciones que todos debían extraer de aquellos intensos días; un
discurso que se convirtió en práctica, que no persiguió, que brindó
segundas oportunidades, que creyó que la justicia se encargaría de los
responsables, que ha seguido adelante, a pesar de que los actores del circo
siguen insistiendo en nuevos y continuos espectáculos de terror.

El pueblo de ropas sencillas y el pueblo de los uniformes y las armas se
conjugaron aquellos días de abril para hacer justicia, y regresaron a sus
casas y cuarteles a descansar al fin, tras tres días de lucha incesante.
Antes de colocarla en sus mesas de noche, la observaron, le quitaron los
restos de polvo y sudor, sonrieron y volvieron a leer en su portada:
Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.


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Jorge Arreaza M.

Ex-vicepresidente de la República. Ex-viceministro de Ciencia y Tecnología, y ex-presidente de la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho (Fundayacucho).

 jorgearreaza@gmail.com      @jaarreaza

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