Cuando hablan los muertos

Es sorprendente la información que pueden dar los difuntos en manos de antropólogos, patólogos y médicos forenses. Pasado el tiempo, luego de arduos trabajos científicos son muchos los datos que se pueden obtener después de examinar los despojos de un difunto, así como también del análisis del terreno que lo rodea o del hipogeo donde fue enterrado el cuerpo en estudio. En algunos casos, en los campos de batallas se hallan esqueletos de difuntos de hace miles de años los cuales muestran las heridas del soldado. Después de la revisión del ADN mitocondrial se descubre la causa de la muerte, la edad, el tipo de arma que usaron, el sexo y la etnia a la cual pertenecía el inhumado. Esto mismo se puede decir de aquellos cuerpos enterrados en fosas comunes de Colombia y México, que por fortuna hoy se descorre el velo sobre las causas de la muerte y la forma brutal a la que fue sometida la víctima antes de ser enterrada. Y no solo una, sino en algunos casos hasta un centenar de infelices, quienes en vida tuvieron la desdicha de defender su patrimonio, enfrentándose al gobierno, a mafiosos o a paramilitares contratados por terratenientes.

Después de una guerra o de una invasión los muertos parecieran permanecer en silencio y de ellos solo se acuerdan sus viudas, sus huérfanos y sus amigos. No obstante, los fenecidos en las conflagraciones si hablan, lo único malo es que nadie los quiere escuchar. Las víctimas de las bombas atómicas le cuentan al mundo la crueldad de la guerra nuclear. Hay suficiente evidencias de los estragos que estos adminículos mortales son capaces de causar en el cuerpo de un ser humano o de un animal ubicado dentro de la zona de acción de la radiación. Hay registro periodístico y películas de la época que patentizan la hecatombe de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki causada por las bombas nucleares. A pesar de haber transcurridos 74 años de aquella terrible masacre todavía se escuchan los lamentos de miles de muertos que nos anuncian las consecuencias mortales de aquella brutal actuación del gobierno de EEUU, injustificable desde cualquier punto de vista. Es inamisible que los nacionales de algún país o un presidente se pavonee de haber acabado con más de trecientos mil personas en menos de cinco minutos.

Los muertos de las guerras hablan y nadie parece escuchar. Para eso me voy a referir a un dialogo recogido por Heródoto en algunos de sus libros entre Ciro, rey triunfante de Persia, y el derrotado Creso, rey de Lidia. Este último le relató al primero "¿Quién hay tan necio que prefiera sin motivo la guerra a la dulzura de la paz? En esta los hijos dan sepultura a sus padres, y en aquella son los padres quienes la dan a su hijos". Esta conversación data del siglo V a.C, más de miles años y los seres humanos no oyen los gritos de pesar de los difuntos. Todavía los perros de guerra insisten en aumentar sus capitales por medio de la muerte de los pendejos. Los políticos, los jefes militares y los accionistas de los avaros y criminales emporios industriales fabricantes de armas, están al tanto de que la guerra no soluciona los conflictos, pero si los agrava, generando entre los pueblos una inexorable y terrible venganza. Lamentablemente esta última busca una reparación que induce a otros a cometer acciones indignas que dañan a terceros. Finalmente esto genera una cadena de venganzas que podrá prolongarse por generaciones.

Es imposible no escuchar los muertos de Vietnam, Irak, Libia, Siria, Afganistán, Palestina y Yemen. Es inadmisible que el mundo occidental se ciegue ante lo que está ocurriendo en oriente medio. Allá yacen bajo los escombros, entre ruinas, más de quince mil años de cultura que EEEU y sus aliados de la OTAN destruyeron. Borraron a punta de bombas miles de años de historia acabando con todo lo que se mueve. Los responsables de tales acciones son verdaderos monstruos, carentes de toda sensibilidad humana y social, dejándole como mensaje a los seres humanos sobre el anacronismo y la estupidez de la guerra en la cual permanentemente estamos sumidos, simplemente por malsanos intereses comerciales.

Es obvio que las páginas de la historia están repletas de los innumerables relatos de sangrientas guerras, que para los responsables de las mismas los hechos culturales no tiene significación alguna. Para ellos la crueldad de la conflagración y la muerte de millones de seres humanos sirven para llenar miles de páginas y capítulos para presentarse ante la historia como héroes, no como miserables asesinos responsables y culpables de la muerte de miles de seres desvinculados de la contienda. La historia escrita por el conquistador o invasor tiene (en lo general sin prejuicio de excepciones) una presunción falsa o subrepticia: la de suprimir verdades o publicar falsedades. Es lamentable que aquellos ejércitos usurpadores formados en el mundo cristiano, en ese tapiz de la cultura occidental, cada día que transcurre den fe de la decadente cristiandad de todos los pueblos que no parecen escuchar los clamores de los muertos. Quizás por eso alguien que no recuerdo expresó: "los pueblos serán ignorantes o civilizados; pobres o ricos; inmorales o virtuosos; brillarán en el horizonte de las repúblicas libres, o volverán a la oscuridad de las colonias o provincias subalternas".

Los imperialistas no escuchan a los muertos. Desde hace miles de años informan que los gobiernos se suceden unos a otros, que no hay uno que se sostenga inmóvil en el trascurso del tiempo. Todos pasan rápidamente y cada transición derrama sangre y sacrifica víctimas. Roma sacrificó a numerosas personas para transformar el reinado e instituir el consulado. Seguidamente sacrificó el consulado y se convirtió en imperio y este finalmente se acabó y continuó otro gobierno. Es inadmisible que un imperio le imponga por la fuerza a otro país la forma de gobierno y una cultura foránea que nada tiene que ver con su idiosincrasia. Deben consentir que cada país evolucione tal como lo hicieron aquellos y que no imponga por medio de la armas un modelo económico y político. Que nos dejen cometer en paz nuestros propios deslices tal como lo hicieron aquellos. Es bueno tener presente que no es posible realizar obras perfectas. No hay ningún gobierno que lo sea, por lo general todo aquello emprendido por los seres humanos posee el sello de los errores.

Los muerto nos han enseñado a ver con espanto a los aduladores que se han arrastrado y enlazado con todas las fruslerías del suelo; los embaucadores que han seducido a los pueblos; los miserables, quienes después de haber hecho daño se ven en la situación terrible de no poderlo reparar.

Estoy seguro que muchos venezolanos no escuchan el mensaje de los centenares de víctimas los golpes del estado provocado por la derecha internacional contra los gobiernos de Chávez y el presidente MM, ni tampoco las los clamores de los sacrificados en las guarimbas. Un grupo de ellos banaliza la intervención militar de EEUU contra Venezuela, creen en la impúdica "ayuda humanitaria" de los países imperiales. Me parece imposible la desinformación de esos cerebros que tienen evidencias recientes de lo que son capaces de hacer esos desalmados (Vietnam, Panamá, Granada, Santo Domingo, Irak, Libia…), no por la democracia ni por la seguridad de USA, sino por robarnos descaradamente nuestros recursos naturales.

Hay un egregio difunto que siempre nos envía recados. Hoy, a doscientos años del Discurso de Angostura, de la creación de Colombia, el Genio Tutelar de América, el Libertador Simón Bolívar", estableció en la "Ley Fundamental de la Unión de los pueblos de Colombia lo siguiente: "Artículo 3: La nación Colombiana es irrevocablemente libre e independiente de la monarquía española y de cualquier otra potencia o dominación extrajera. Tampoco es ni será nunca patrimonio de ninguna familia ni persona". Palabras que parecen desconocidas por Duque, Pedro Sánchez y Donald Trump. Lee que algo queda.



Esta nota ha sido leída aproximadamente 1271 veces.



Enoc Sánchez


Visite el perfil de Enoc Sánchez para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes:

Comparte en las redes sociales


Síguenos en Facebook y Twitter



Enoc Sánchez

Enoc Sánchez

Más artículos de este autor