I.Palabra de Dios y palabra humana
No está exento de peligro leer la Biblia cuando el que lo hace no posee un conocimiento muy riguroso de la Historia, de los géneros literarios, del pensamiento semita, de la evolución de este pensamiento, de los progresos de la Revelación de Dios y de su superación definitiva en Jesucristo-
Gracias a que podemos hacer todas las superaciones necesarias puede ser y seguir siendo la Biblia, efectivamente, un Libro Sagrado cuando la abordamos a través de la Persona de Jesucristo como un movimiento hacia Él.
Ahora bien, sigue en pie que la inmensa mayoría de los lectores difícilmente son capaces de llevar a cabo esta superación y que la letra del texto nos hace correr el riesgo de quedar apresados cuando no estamos suficientemente advertidos de que es preciso superarla. La Biblia puede convertirse así en un obstáculo para el conocimiento del Dios Espíritu, del Dios Verdad, del Dios Persona, del Dios Presencia, del Dios interior, del Dios que se sitúa en el Universo que no es aún.
Es preciso disipar un equívoco enorme que gravita hoy sobre la lectura de la Biblia. Se nos dice: "¡Palabra de Dios, Palabra de Dios!" Sí, Palabra de Dios, pero ¡cuidado! Palabra de Dios dirigida a una determinada humanidad y, por consiguiente, adaptada necesariamente a ella (de lo contrario, no podría recibirla); por tanto, palabra de Dios imperfecta hasta la plenitud del Verbo encarnado que estallará en el silencio de Jesucristo.
Sería, en consecuencia, un inmenso error convertir estas palabras de la Biblia en un absoluto, ver en cada una de ellas una revelación definitiva caída del cielo y, por consiguiente, sentirse ligado por ellas como si fueran la sabiduría, la verdad y la perfección definitivas.
Los cristianos han sido inducidos al error y lo siguen siendo aún en la medida en que toman la Biblia como un absoluto, sin tener en cuenta los grados de una pedagogía que se adapta, por necesidad, a los seres a quienes se dirige; por consiguiente, dejándonos toda libertad para rechazar todo lo que no concuerde con el Dios (el Dios Puro Amor) que va por delante de nosotros.
Todo lo que no concuerde con este Dios que va por delante de nosotros no es de Dios, o por lo menos no es de Dios más que en un sentido pedagógico, sólo en la medida en que la Revelación debe adaptarse a los hombres.
Así pues, esta Revelación, en cuanto está limitada por la humanidad a la que se dirige, no nos afecta, no nos vincula, bien al contrario. Hemos de recusarla en la medida en que imprime en Dios las fronteras del hombre.
II.La Biblia, mal comprendida, se convierte en un obstáculo
Todo esto no significa, sin embargo, que la moral cristiana necesite una fundamentación exclusivamente religiosa, que la justificación de una conducta sólo pueda encontrarse en la palabra de Dios, sin que su base racional tenga mayor importancia. Para muchos autores, la diferencia entre ética y moral consiste principalmente en esta doble argumentación. Mientras que la primera utiliza la inteligencia humana para descubrir el bien, la segunda lo encuentra de inmediato en la revelación, tal como se explícita en las enseñanzas de las diferentes Iglesias. No sólo el fin, sino también las fuentes y la metodología del conocimiento señalaban una clara distinción entre una y otra. Tal vez esta postura debería hoy matizarse un poco, teniendo en cuenta algún aspecto de extraordinario interés, puesto de relieve por la investigación exegética.
Según la opinión más generalizada en la actualidad, no es fácil afirmar que las normas de conducta y los contenidos éticos que aparecen en la Biblia han sido revelados por Dios de una manera directa e inmediata.
La gran epifanía del Sinaí con ocasión de la promulgación del Decálogo - "Estas palabras dijo Yahvé a toda vuestra asamblea, en la montaña... con voz. potente... Luego las escribió en dos tablas de piedra y me las entregó a mí" (Dt 5,22)- no hay que interpretarla de forma literal, entre otras razones, porque -sin negar las diferencias y purificaciones efectuadas al ser asumidos por la revelación- existe un paralelismo excesivo entre los mandamientos divinos y los de otros países cercanos, como los que se encuentran grabados en algunos templos de Egipto. Esto indica que en la elaboración de los libros sagrados se da un proceso de asimilación de los valores éticos elaborados por otros pueblos y culturas, para insertarlos en el marco de la alianza y convertirlos en palabra de Dios. La originalidad no está tanto en los contenidos cuanto en la forma de integrarlos a su fe y en la manera de vivirlos como expresión ya de la voluntad amorosa de Dios.
Habría que decir, por tanto, que lo que Yahvé manda y quiere en el campo de la conducta es, fundamentalmente, lo que el mismo ser humano descubre que debe realizar. Así se explican mucho mejor los cambios evolutivos y hasta los juicios morales contradictorios que con frecuencia aparecen en la revelación del Antiguo Testamento. Muchos de sus pasajes éticos resultaron escandalosos y, desde luego, inaceptables para una mentalidad ajena a la cultura de aquella época. Los intentos de solución han sido múltiples en la historia, pues era difícil comprender y aceptar semejantes conductas como expresión directa de la voluntad de Dios.
No es que Dios se acomode a la mentalidad de cada época o cultura y se haga tolerante con la insensibilidad del corazón humano para mandar o permitir lo que después prohibirá con el avance del progreso, o para condenar ahora lo que más adelante aceptará como lícito. Sería una actitud demasiado vacilante y poco digna del supremo legislador. Es Dios mismo quien deja a la persona que busque, como ser dotado de autonomía y responsabilidad, las formas concretas de vivir para relacionarse con El y expresarle su amistad. Si la moral revelada cambia y evoluciona al ritmo de la historia, es porque la inteligencia humana no ha conocido plenamente los verdaderos valores desde el comienzo, y sus juicios encierran necesariamente una serie de lagunas e imperfecciones, como consecuencia de su limitación. Se acerca ¡a la verdad con titubeos y equivocaciones, que irá remontando lentamente en una difícil e histórica búsqueda. Dios no ha querido exigir más que lo que los hombres, poco a poco, hemos ido descubriendo con el tiempo. Su voluntad se hace presente en esa palabra y en ese querer humano de encontrarse con el bien. La forma de manifestar nuestra obediencia no consiste en someternos a unos mandamientos directamente revelados por Él, sino en ser dóciles a las exigencias e imperativos de la razón, pues ha pretendido conducirnos por medio de esta llamada interna y personal.
III. Lecturas recomendadas
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Angel Cordovilla: Crisis de Dios y Crisis de Fe. Editorial SAL TERRAE
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Paolo Flores d´arcais, Angelo Scola: ¿Dios? Ateísmo de la razón y razones de la fe.
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André Lalier: ¿Nos interesa creer en Dios? Editorial SAL TERRAE
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Xavier Quinzá Lleó: Dios, ¿un extraño en nuestra casa? PPC, Editorial