Hoy todos sufrimos la tempestad, es un verdadero flagelo material y espiritual de proporciones bíblicas. El madurismo asaltó el poder, y la nación fue víctima de los ataques de la ignorancia. Los daños son comparables con una situación de guerra, el país padeció los bombardeos de la estulticia y la devastación alcanza niveles inéditos en el continente.
En poquísimos años todo cambió, pasamos de una situación de esplendor a una situación de miseria que creíamos improbable. No es necesario enumerar lo malo, lo que no funciona, lo que no se encuentra, lo que ya no podemos hacer, los presos, los perseguidos, los muertos, el inventario de calamidades lo sentimos, y estamos a la expectativa de su aumento, baste con decir que gruesos sectores de la población perdieron hasta la esperanza. Lo que se impone hoy es un diagnóstico político que nos permita construir la salida a este infierno.
Las nuevas circunstancias trajeron otro paisaje, nuevos colores impregnaron el cuadro. Las penalidades hicieron emerger la condición humana de cada uno. Hubo quien se derrumbó, la deslealtad cundió, algunos fueron perseguidos con saña, otros neutralizados con puestos increíbles, no faltan los que resistieron. Conocimos la heroicidad y también la miseria moral. No hubo familia, no existe pareja, que no acuse el efecto de la profunda crisis, lo individual también fue impactado por la tempestad. El golpe de la desaparición del líder dispersó a la vanguardia, el luto acható la iniciativa política. En medio de la tempestad vinieron los reacomodos, el control de daños, y el inmenso aprendizaje que supone una hecatombe.
Ahora debemos reconstruir una vanguardia, ya aprendimos hace años que muchedumbre sin vanguardia es incapaz de romper la dominación. Nos enfrentamos al gran dilema de las revoluciones, lo estamos viviendo: cómo evitar que el sistema de dominación sea restaurado desde adentro; cómo impedir que de las entrañas revolucionarias surja el monstruo que pretendemos superar; cómo impedir que la revolución se transforme en su contrario, en un formidable instrumento contrarrevolucionario.
La reconstrucción de la vanguardia no es tarea sencilla, todas las fuerzas del pasado se confabulan contra la vanguardia, aun antes de estar formada; los partidarios del capitalismo, del egoísmo, detectan con fino olfato el mínimo peligro. Al asomarse un posible líder empieza la labor de desprestigio. No ha existido un líder en toda la historia que no haya sufrido el embate de la infamia. Desde Cristo, acusado de proclamarse Rey; Bolívar, desterrado de la tierra que libertó, negado por un pueblo abusado en su credulidad; Chávez, mil veces calumniado. Más reciente, las acusaciones de corrupción que tan alegremente se hacen y tan cándidamente son aceptadas por los humildes. Si el líder se consolida, intentan eliminarlo, si lo consiguen, lo deforman, lo usan para sustentar lo contrario a su pensamiento. Un solo ejemplo ilustra lo anterior: Bolívar, hoy su sueño, la Gran Colombia, está fragmentado, y los pedazos no cesan de pelear, aunque se autocalifican de bolivarianos.
Las dificultades para construir una vanguardia son la medida de su importancia, contra ellas conspiran las fuerzas egoístas instaladas en el inconsciente colectivo, los abismos individuales. La vanguardia es un hecho anclado en el inconsciente, es allí que se identifica el liderazgo verdadero. Las señales de la nueva vanguardia van dirigidas al alma colectiva, ésta posee un sensible sentido para identificar a sus líderes, sentir la sinceridad de sus actos, aceptar su invitación para cruzar la tempestad.
La humanidad vive días definitorios, ahora se decide si el hombre será capaz de construir la vanguardia que lo guíe para salir de este laberinto que es el capitalismo, o si su extinción es inevitable.
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