Mi palabra

Cambio de humor

Se predica contra muchos vicios,

pero no sé de nadie que

haya predicado contra el mal humor."

Johann Wolfgang von Goethe

La buseta con la carrocería muy destartalada, pero con el motor reciente repotenciado, daba la sensación de estar en condiciones para cumplir su tarea. El joven conductor por momentos se le notaba entusiasmado al darle velocidad a la máquina. Cada momento aceleraba la armazón de hierro, dejando ver en el rostro cierta inquietud; observaba a cada instante el reloj colocado en su muñeca derecha; el teléfono lo llevaba entre las piernas, lo miraba, lo agarraba y lo volvía a ocultar. De pronto se detuvo en medio de la calle –una parada arbitraria– el cual aprovecho una joven muy pasada de peso para subir más apurada de lo que podía; por todos lados se le veía su cuerpo juvenil muy macizo; pagó con un billete nuevecito y se fue a sentar en el fondo del transporte; el chofer extendió el brazo con el vuelto en la mano, pero se quedó esperando; al momento se oyó la voz de la muchacha muy risueña: "Cuando llegue a funda barrio lo agarro" el conductor se puso serio, mientras se secaba el sudor del intenso calor producido por el motor a esa hora del día: las doce del mediodía.

La buseta prosiguió la marcha con pocos pasajeros; pasó por dos paradas aglomeradas de personas desesperadas, esperando el transporte para llegar a su destino; nadie se montó a pesar del fuerte grito del chofer: ¡hospital, funda barrio! ¡hospital, funda barrio! Las personas agobiadas por el intenso acaloramiento veían la camioneta, como deseando apartarla con la mirada. Los pasajeros se mantenían en silencio, entre ellos la mujer, que hacía pocos minutos se había montado; ni siquiera daba muestras de sentir el intenso calor que se producía en el sitio donde se sentó, para finalmente alzar la voz con un grito de mando: ¡Arranque señor, dele, para esos sitios no quiere ir nadie! Los pocos pasajeros empezaron a reír, volteando para ver a la joven, incluyendo el chofer, utilizando el espejo retrovisor para dejar escapar una sonrisa, motivado por la oportuna jocosidad de la obesa muchacha

En el recorrido los pasajeros se estimularon por la ocurrencia de la joven; cada momento volteaban para verla, mientras les retribuía las miradas con una agradable sonrisa haciendo florecer el rostro de la muchacha; desde ese instante no paró de hablar, todo lo que decía parecía estar cargado de gracia y jocosidad despertando el entusiasmo de los acompañantes. El conductor dejó de avisar la ruta que llevaba, como para no volver escuchar a la joven. El rostro del trabajador del volante por momento se enrojecía, parecía expuesto al sol abrazador del mediodía, sin dejar de acelerar la buseta en los pocos espacios donde se le presentaba la oportunidad, tratando de cubrir la ruta en el menor tiempo posible.

En el paso de un semáforo de nueva tecnología, se presentó una larga cola haciendo desesperante la espera por el sofocante calor del maltrecho transporte–un horno en cuatro ruedas– los segundos anunciando el tiempo restante para dar luz verde parecían una eternidad; la muchacha desinhibida, dueña de la situación empezó a lanzar palabras hirientes para enfadar al callado conductor: ¡Señor dele que me estoy asando! ¡Apúrese que está carroza esta para asar pollos! El chofer dejo escapar una sonrisa, acompañada de unas frases para tratar de responderle a la osada muchacha: ¡Espere, que usted está bien gorda y le sirve para rebajar; no puedo pasar por encima de los carros; esto no es un avión! Los pocos pasajeros, rápido buscaron el rostro de la joven, sin poder detener la carcajada; estaba muy seria con la mirada encendida, totalmente desconcertada, sin apoyar las posaderas en el asiento; mientras el conductor se mantenía inmutable.

La muchacha que hasta hace poco se había convertido en el centro de atracción, no esperó que arrancara la buseta, se acercó al conductor, viendo para todos lados, casi se lanzaba: ¡Déjeme aquí! .El muchacho, sonriente, acostumbrado a estos malos ratos a pesar de la edad; muy paciente con una actitud de cazador esperando el momento para atrapar la presa, le preguntó, como si nunca la había visto: ¿usted no es la que va para funda barrio? la muchacha llena de rabia le respondió: ¡A usted qué le importa para donde voy; déjeme aquí! ¡El que va para allá es usted; buen viaje! ¡Dios lo cuide porque lo va a necesitar! Se bajó apresurada sin reclamar el vuelto; salió casi corriendo por una calle en sentido contrario a la ruta. Todos echaron a reír; el chofer se quedó muy serio, como si no había pasado nada, le dio volumen al reproductor para dejar sonar un vallenato con un ritmo bailable; parecía tenerlo listo para acompañar el rápido movimiento de las voluminosas posaderas de la muchacha al caminar, perdiéndose en el cruce de una esquina, bajo la atenta mirada de los pasajeros.


 



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Narciso Torrealba


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