Si no es sin Maduro, no
El extremista confunde negociación con capitulación .. del otro, claro. Su primer gesto es golpear la mesa, mirar amenazante a sus interlocutores y plantear sus condiciones máximas como puntos de honor. El extremista es, por definición, maximalista. Todo o nada. ¿Se puede negociar así?
En 2002 decía el extremista: _¿Esperar al revocatorio de 2004? ¡Imposible! El país no aguanta_. Así tuvimos golpe, paro y luego abstención... y aquí estamos ¡en 2019!
En 2013 dijo: _¡La Salida Ya!_ Y en 2016: _¿Elecciones regionales en diciembre? ¿Para qué? De nada sirve un gobernador si Maduro sigue en la presidencia_. Y en 2018: _¿Votar? ¡Jamás! Eso es legitimar la dictadura_. Y aquí seguimos, con Maduro en Miraflores y con el país cada vez más devastado.
El extremista se cree valiente aunque la verdad es que no hay mayor valentía que la moderación y la prudencia. El extremista alza la voz: _iCon truhanes no se negocia!_, y entonces plaga (literalmente) de falsos moralismos el debate. ¿Podrá su estrecha mollera entender la diferencia entre moral y ética política?
No cometeré ninguna infidencia, pero todos sabemos que entre la oposición extremista que pulula en la AN y el gobierno madurista hay diálogo, conversas, contactos, negociaciones, miradas, saludos, reuniones, convites. Y sabemos que hay acuerdo en el 97 % de los puntos exigidos por la oposición-AN/EEUU. El 3 % restante es: *elecciones presidenciales ya*. Subrayo que las cifras que uso son exactas, y no digo más.
-Si no es sin Maduro, no, exclama el extremista.
Entre tanto, el mantra hace aguas, poco a poco. Ocurrirá como siempre: negociaremos derrotados. ¡Qué diferente hubiese sido si se hubiese negociado el 24 de enero!, a rostro descubierto, por la calle del medio y a la luz del sol, no a escondidas ni por trastienda.
A diferencia del extremista, los moderados sabemos que es preferible el 50 % de algo y no el 100 % de nada. Los moderados sabemos que es mucho mejor antes que después pero que aún es mejor después que nunca.
Así que pregunto: ¿No podría negociarse manque fuera un nuevo CNE de modo que éste vaya reconstruyendo el proceso electoral para cuando toque? ¿No hay temas, como la libertad de los presos políticos, la reconstitución del TSJ, el des-desacato de la AN, los consensos mínimos en política económica, la supresión de las sanciones, el Esequibo, y muchos otros, que pueden acordarse *aunque Maduro siga en Miraflores*? ¿Imposible considerar unas nuevas elecciones parlamentarias (que por cierto, comienzan a estar a la vuelta de la esquina), con un nuevo CNE, a sabiendas que si el madurismo las pierde de nuevo, ya no por las 2/3 sino por las 4/5 partes, podrá negociarse en mejores condiciones la salida de Maduro del gobierno vía referendo consultivo o revocatorio? Y otra pregunta: ¿no es acaso mejor una negociación aunque sea parcial a una guerra total?
El extremista prefiere su sonora y entretenida nada, épica, exaltada... y todo sigue igual. El moderado, aburrido, pragmático, logra lo posible, cuando es posible, y avanza. Que los venezolanos escojan.
Si es con Maduro, también
Si los delegados designados por la oposición-AN acuden a las negociaciones en Oslo bajo la extrema divisa Si no es sin Maduro, no, de antemano las estarán condenando, como se ha hecho otras veces, al fracaso. El reflejo maduroveteyaísta (para usar la expresión de Ricardo Ríos) es hoy por hoy contrario al interés nacional, es decir, al de los millones que padecemos día a día al peor gobierno de toda nuestra historia... y también a la peor oposición, lo que se salda en hambre, caos, violencia y muerte.
Sostengo que esa frase inútil, contraria a toda filosofía de diálogo, negociación y acuerdo, debe convertirse en otra contraria y un poco más audaz: Si es con Maduro, también. Porque es verdad que antes es mejor que después, pero también lo es que después es mejor que nunca. Solidaridad aceptó a Jaruzelsky un año como presidente Jefe de Estado mientras los demócratas gestionaban el gobierno. Ejemplos sobran.
Exaltados espíritus extremistas, atención. Yo también quiero que Maduro se vaya ayer, aunque el cómo me importa: como la gran mayoría de venezolanos, no quiero invasión militar extranjera de nuestro suelo patrio. Pero en todo caso, pedir su salida ya (¿os recordáis, espíritus exaltados?) sin tener cómo, y seguir clamando por sanciones y sanciones que nos agreden a todos con la ingenua esperanza de que en algún momento el gobierno caerá por su propio peso ante un país devastado, constituye un crimen y una ridiculez. Van ya... ¡cinco meses!... del mantra mágico, y si usted va y toca el timbre en Miraflores, quien abrirá su puerta es Nicolás Maduro.
Expreso descarnadamente mis dudas con esta oposición que acude presta a Noruega. Confieso que temo por el extremismo congénito que está en su naturaleza, como en la del alacrán de la fábula estaba su instinto de inocular veneno incluso a la pobre rana que lo ayudó a cruzar el río. Los oigo, los leo, y sólo encuentro una racionalidad esencialista, anti-dialogante, maximalista e inmediatista.
Así operan: puesto que toda la enorme complejidad de un fenómeno tan vasto como el chavismo se reduce a su última esencia madurista, esto es, dictatorialista, ineficaz, burocrática, dogmática y corrupta, entonces deduzco que con estos rufianes no es posible negociar nada, ceder en nada, sino expulsarlos del poder por la fuerza para luego exterminarlos hasta como núcleo social. Sigan por ese sendero que no es salida sino entrada a una calle ciega.
Con Maduro en Miraflores, ¿no es posible negociar acuerdos parciales? Por ejemplo, un nuevo CNE que restituya la confianza en la ruta electoral para el cambio democrático. O la libertad de los presos políticos, o algunos consensos en materia de recuperación económica que incluyan el levantamiento parcial y progresivo de las sanciones, o la superación del inmenso caos eléctrico del país, o la atención de los graves problemas en materia de salud. O etc. Y construir entre unos y otros, aún con Maduro en la presidencia, el pacto de gobernabilidad que permita que si el madurismo sale del gobierno, conserve espacios de Estado, es decir, el poder, pero compartiéndolo.
Lástima que la oposición democrática, la que no está en la AN, no haya logrado conformarse en un actor beligerante y de peso como para poder participar de esas conversaciones. Quizá cuando por fin integre, como integrará, la nueva AN, hable más alto y se le escuche mejor.