Desde hace más de dos mil años, las clases dominantes usan el desprestigio de la disidencia para mantener su predominio. Discrepar de las ideas hegemónicas fue considerado herejía y se condena con linchamiento moral, con hoguera, con persecución.
Cristo fue a la cruz acusado de querer ser Rey de los Judíos, la masa embrutecida lo condenó. Bolívar fue expulsado de Bogotá a los gritos de "longaniza". Lenin, Trotsky, hasta el sol de hoy, son acusados por los incautos de "agentes alemanes". Fidel fue acusado de hacerle el juego a batista y el Comandante Chávez fue imputado del asalto a Cararabo. Y como es común en la historia humana, la gente fácilmente manipulada creyó esas barbaridades.
El fenómeno no es insignificante, se trata de la supervivencia de la especie: la humanidad no es viable bajo el capitalismo, y para su superación se debe resolver, derrotar, la manipulación espiritual de las masas "abusadas en su credulidad". Veamos.
Las clases dominantes, el capitalismo, se mantienen en el poder fundamentalmente por su capacidad de instalar en las masas sus valores, su ideología, sus creencias. Todo su aparato de comunicación, de deformación de la verdad, de educación está al servicio de esa manipulación. Y sabemos que el centro de la ideología capitalista es el lucro por encima de cualquier cosa, aún de la extinción de la vida planetaria. Es así que enceguecen a las masas, las convierten en verdugos de sus liberadores y en arquitectas de su propia destrucción. Niegan el desequilibrio ambiental, lo ocultan, y la masa sigue impávida el camino hacia el abismo. Se arman y hablan de paz y pocos captan el exabrupto; contaminan mares, atmósfera. Toda voz disidente, que denuncie, es linchada moralmente o físicamente. La miseria en el mundo avanza de la mano de la acumulación de capital de las grandes potencias, han convertido al hombre en un objeto, una mercancía desechable.
Por ese blindaje ideológico, las clases dominantes permanecen en el poder. La tarea de atravesar ese muro de protección requiere de mucha inteligencia, de acciones y teorías que sean capaces de llegar al corazón noble de las masas, del humano, y establecer una conexión amorosa que sea impenetrable por las maniobras de los dominantes.
El gobierno del madurismo, transformado en una desviación monstruosa, no escapa a la tradición desprestigiadora. Desde temprano se les vio su carácter fascista, se apartaron de Chávez, lo transformaron en un sarcasmo, en defensor de lo que adversó toda su vida, ocultaron su asesinato, se entregaron a sus verdugos, a los capitalistas. Y, por supuesto, persiguieron a todo el que le recuerde su traición, el que contradiga su manipulación. Ahora usan el pretexto de corrupto: todo el que se le oponga es "corrupto" o es "traidor a la patria" de maduro, y la calificación corre sin pruebas, sin juicio, sin defensa, es la ley del pranato. Se atrevieron a llamar traidor a Giordani, al que no se pliegue lo aplastan. La persecución a Ramírez merece artículo aparte, le han dicho de todo. Crearon en el imaginario colectivo la idea de corrupto; es suficiente que maduro acuse, para que el fiscalillo corra al micrófono a confirmar. Así van limpiando el paisaje de todos los incómodos. Y la masa repite, como lo hace desde hace milenios.
La situación es muy clara. La tarea es difícil pero impostergable, se trata de romper el muro de manipulación, de curar la intoxicación de las masas, ese es el objetivo de todas las acciones, de todos los escritos, de todo lo que hagan los revolucionarios. La batalla principal, fundamental, es allí, en el alma de los desposeídos, todo lo demás es subalterno.