Desde milenios el hombre vive un cisma que le parte el alma y lo hace labrar su propia destrucción. Se trata del extrañamiento de lo social y la reclusión en lo individual, es el enfrentamiento del individuo contra la sociedad. Esta conducta social transforma al hombre, no ya en lobo del hombre, sino en su propio verdugo. Hoy, lo afirman los grandes políticos, filósofos, científicos: la especie humana está en peligro de desaparecer en manos del propio hombre.
Mientras esto pasa, la humanidad se preocupa por nimiedades, por las travesuras de Trump, las astucias de Putin, las peripecias de los chinos; aquí, entre nosotros, por las mentirillas del gobierno, los montajes de los actos de Guaidó, los berrinches de Maduro que embargado por la culpa de judas arremete contra el rojo rojito. Es suficiente leer las noticias de un día para entender que la especie está enferma, nos parece normal el atajo de pendejadas y no nos preocupa que la vida siga su rumbo hacia la extinción.
La pregunta que surge es ¿por qué llegamos aquí?, ¿qué hacer para rectificar el rumbo? La respuesta la encontramos en el enfrentamiento entre lo individual y lo social. Todo comenzó con el aparecimiento de la propiedad no social de los medios de producción, que de esta forma fueron transformados en medios para la explotación, de apropiación del esfuerzo social. Este cambio económico se tradujo en un cambio psíquico, ético, el interés de la producción dejó de ser social y paso a ser individual, el beneficio de los dueños, de los apropiadores estuvo por sobre el beneficio de la sociedad y el bienestar de la naturaleza. Esta situación económica, social, fue creando su propia cultura que la justificaba, sus propias leyes que la legalizaba, y su propia psicología, su propia ética que la motorizaba.
Al principio no se detectaba el daño, el hombre comenzó a alejarse del humanismo, y colocó en el centro de sus afanes el lucro, el beneficio. Esta situación dejó en duda el nombre de homo sapiens, su sabiduría no le sirvió para crear un mundo, no digamos feliz, ni siquiera viable.
Hoy la humanidad no es viable, la vida en el planeta corre peligro de extinción. La nueva especie que surge con la escisión de la humanidad, esa
patología biológica de una especie suicida, genera sus mecanismos de defensa que preservan y perpetúan el camino a su desaparición. Veamos.
Si la norma en la sociedad es el interés individual por sobre los intereses sociales, esa norma se potencia en los dirigentes políticos que se nutren de la simpatía de la masa egoísta y del favor de los propietarios, los dueños del dinero. De esta forma se establece una gestión política que por una parte favorece a los grandes propietarios de los medios de explotación, mientras oculta esta realidad a la gran masa enajenada. Así funciona la sociedad, camina inexorablemente hacia la extinción, los intereses individuales son en realidad intereses contra la humanidad y contra la naturaleza.
Esta situación, este estado de cosas, se sostiene filtrando la oposición, la disidencia. Los políticos candidatos a disentir, a cambiar esta realidad, a pensar en sociedad, caen víctima de la psicología egoísta. No corren riesgo, se acomodan. Pensemos cuántos potenciales dirigentes se aplacaron con un curul, cuantos se consumieron en la baja política, cuantos apagaron sus fuegos en las mieles de un puesto, cuantos no dan el paso decisivo porque el interés social no encaja con su interés personal.