Vivimos en un país con una fuerte dosis de improvisación, de “cómo venga viniendo vamos viendo”. Nunca hemos sido alemanes, siempre hemos sido reacios a la planificación, nos lleva más la pasión, el espontaneísmo que la reflexión. Somos un país rentista con sus peculiaridades, eso hay que aceptarlo. Sin embargo, nunca se había llegado a niveles tales de desgobierno que amenazan la misma existencia de la nación. Veamos.
Este gobierno madurista, y esto debe precisarse bien, este es un gobierno madurista, no chavista, sin esta distinción es difícil entender lo que hoy sucede; este gobierno madurista ha destruido todo, lo material ya lo sabemos, lo sentimos, los números lo dicen: caída brutal del PIB, éxodo con magnitudes bíblicas, aumento de la desnutrición infantil, inflación astronómica, educación por el suelo, Universidades asediadas, acoso laboral perenne… y pare Ud. de contar.
Esta situación de caos, de crisis sistémica, al no obtener respuesta coherente causó también el derrumbe del Estado, lo llevó a los límites de la disolución. Hoy el Estado es un organismo enfermo, no funciona como un cuerpo armónico, cada componente corre independiente.
En esta suerte de embriaguez colectiva los componentes del Estado buscan, espontáneamente, tomar el timón, darle dirección al país, cada uno funciona como un ejecutivo, intentando llenar el vacío, la falta de rumbo. El fiscal, además de Torquemada, aparece como canciller, pelea con la ONU; los ministros declaran de cualquier cosa, la presidencia de la constituyente se ejerce desde un programa de variedades los miércoles, que también es un tribunal supremo que sentencia, condena, señala quién debe ir preso. Eso sin hablar de la asamblea, del presidente alterno, que nombra embajadores, directivas de empresas, libera presos, y cohabita con el otro presidente, casi que comparten oficina.
Esta conducta profundiza el desgobierno y camina, inevitablemente, hacia el aparecimiento de un nuevo orden político. En realidad lo que hay es una disputa del poder, a la manera venezolana, desordenada, espontánea a veces, cobardona, pero siempre una disputa del poder. Ahora con claridad aparece el Tribunal Supremo de Justicia con una declaración política que lo coloca sin maquillajes en la primera fila de la disputa del poder, o mejor, aparece como un poder paralelo, otro, al lado de los dos ejecutivos, los dos parlamentos, el programa de televisión, la jerarquía militar.
Dice el Tribunal Supremo en su declaración
(https://www.aporrea.org/tiburon/n345487.html):
“TSJ rechaza bloqueo y congelamiento de bienes de la República Bolivariana de Venezuela por parte del Gobierno de los EE.UU.
“El Tribunal Supremo de Justicia rechaza de manera categórica la política de agresión sistemática, de bloqueo y congelamiento de la totalidad de los bienes de la República Bolivariana de Venezuela por parte del imperialismo norteamericano en contra del pueblo venezolano, que tiene como único objetivo reprimir la democracia venezolana y convertir a nuestra sociedad y sus instituciones en apéndices del Gobierno de los EE.UU.
El pueblo venezolano sigue su cruzada libertaria a cuesta de sanciones y agresiones que solo debilitan la calidad de vida de nuestra heroica Patria, que se resiste a vender su dignidad y arrodillarse ante acciones de barbarie, solo comparables con los delitos de lesa humanidad dirigidos en contra de determinadas poblaciones vulnerables del mundo”…
Todo el comunicado sigue en la misma línea, no es un comunicado jurídico, no se trata de un asunto de leyes, es un comunicado político, apropiado para la Cancillería, quizá para el partido de gobierno… o para el ejecutivo, para la presidencia. Es así que el Tribunal Supremo de Justicia, ante el vacío, en medio del caos, toma las funciones del ejecutivo. No es cualquier cosa, no se trata de un funcionario menor que se extralimitó, es el máximo tribunal, es el más alto nivel.
Todos los días aparecen nuevas señales del derrumbe del madurismo, ahora se percibe con claridad la batalla feroz por el poder…
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