Juancho Marcano, un periodista jubilado, amante del campo y la naturaleza, llegó a su pequeño conuco, acompañado con su fiel peludo Pipo, capaz de entenderlo y de conversar sobre ciertos asuntos con su amo.
El periodista, entendió que el verdadero periodismo y poesía está en el campo, y por eso al lado de su casa, en una pequeña parcela de su propiedad, en sus ratos libres, había plantado árboles frutales, que ya estaban adultos y cuando el beso de la lluvia les besaba las mejillas de sus hojas, producían ciertos frutos que satisfacían tanto a su pequeña familia como a él.
Ahora que estaba alejado del “lead, cuerpo y cola” de las informaciones, le parecía más interesante el reportaje y/o la crónica de un sembradío de ají margariteño. Por eso ese día llegó, observó a sus plantas del famoso fruto y se dispuso a sembrar otras, aprovechando las caricias de unas garúas, que se posaron en el suelo.
Una vez que terminó tan admirable y laboriosa tarea, en aquella tarde, cuando el sol, había dejado su rastro en las hojas de las plantas, se dirigió hacia la mata de mango, donde había una silla, y ahí tomó asiento, junto a su can, que le acompañaba a cada paso.
La mata de mango al verlo, y viendo lo que hizo, le dijo: “A mí, amigo, me gusta que usted siembre, pues tiene el sentido común de cuidar las plantas y es capaz de buscar el agua para alimentarlas, a donde sea”.
- Eso es así, compañero, pues para mí, es un crimen y un pecado mortal, que alguien siembre un árbol y lo deje ahí, a que el sol lo torture con su látigo inclemente, sin que dicha planta pueda moverse a tomar agua y coger sombra.
- Eso es correcto, Juancho, pues las matas deben ser como tus hijos, de ahí es que tienes que hacer el esfuerzo y el sacrificio de cuidarlas.
Juancho Marcano, asintió con la cabeza la afirmación del árbol, se despidió, e invitó a su leal canino a marcharse a su casa, quien le dijo: “La mata de Mango tiene mucha razón, Juancho”. Así es, Pipo, y ojalá que todo el que siembre, tenga ese pensamiento, respondió el reportero.