El ojo del huracán es un espacio y un tiempo en el cual reina la calma en medio de un feroz huracán. Allí los vientos amainan, la lluvia cesa, reina una tranquilidad angustiosa que presagia lo tumultuoso. Los entendidos en tormentas no se engañan con el ojo del huracán; al contrario, se preparan para la embestida.
En lo social ocurren huracanes, lo sabemos, la historia los registra como explosiones populares que generalmente toman desprevenidos a los gobernantes aislados en sus burbujas de ficciones. Recientemente, el gobernante de Chile pidió perdón por no haber visto las condiciones terribles que dieron lugar al huracán chileno; en la Argentina la situación es más leve, el huracán ocurre con predominio de lo electoral; en Ecuador el huracán hizo correr al presidente. El huracán social es similar a un fenómeno telúrico, se va gestando y las señales, aunque claras, sólo son percibidas por pocos; los gobernantes están embriagados de poder; los gobernados no piensan, no analizan, marchan, pastan como un rebaño.
En Venezuela hoy vivimos una parálisis, un congelamiento, podíamos decir que es un ojo de huracán. Nada se mueve, las protestas sociales son mínimas, insignificantes, el gobierno no hace nada sustancial, sólo imita alguna acción, una inauguración de mentirilla, una declaración que más parece un chismorreo de farándula. La oposición gringa espera que del extranjero le llueva el poder. Los chavistas auténticos aún no salen del duelo por la muerte de Chávez, no consiguen retomar el camino de la política, de la disputa del poder, aún esa tanqueta no golpea las puertas de miraflores.
Podemos decir que la calma política, el ojo político del huracán social, afecta a las dirigencias políticas, a todas, es una especie de parálisis. No es así en la masa que sufre la más espantosa crisis existencial. Millones de emigrantes no se pueden tapar con una mentira, la disolución del salario no tiene excusa, la inflación espantosa no tiene explicación ni solución dentro de este gobierno. Esta es la grave situación: el país sin dirigencia y la masa desesperada en su existencia miserable.
No hay explosión social, pero los más entendidos la presienten, tratan de prevenirla con elecciones|. La situación es límite, la pérdida de credibilidad de la dirigencia es total y acelerada, la profundización de la crisis es también total y acelerada.
La calma pasará y vendrá lo inevitable, el huracán arrasará con este mundo ficticio, y sobre las cenizas emergerá una nueva situación cuyo carácter dependerá de las fuerzas dirigentes que se gestan desde las entrañas de esta crisis. En la calma se prepara la conducción de la tempestad que se avecina. Quien la presienta, quien se prepare para enfrentarla podrá disputar la conducción mañana.
Los chavistas tienen en frente un momento estelar: lo primero es demostrar que existen más allá de las individualidades, construirse como alternativa de poder diferente al madurismo y a la derecha gringa, dejar de ser ánimas solas que rumian su desgracia y agruparse en un ¡PSUV CHAVISTA!, por ejemplo. O quizá en un Movimiento 4 de Febrero. Convocar a los líderes chavistas destacados y hoy relegados, a los militares presos, a los exiliados, a los exministros, a todos los chavistas de corazón. El convocante podía ser Adán Chávez, hermano político. Así, seguro devolverán la Esperanza a este pueblo maltratado. Ellos no pueden permitir que el legado de Chávez quede reducido a este amasijo de mentiras que es el madurismo.