Al maestro con cariño

"A friend who taught me right from wrong and weak from strong That's a lot to learn, but what can I give you in return?

Lulu

"Persona, conducta y sensibilidad moral son los términos que subrayan la predisposición, los conocimientos y la sabiduría práctica que un individuo aporta en su papel de profesor"

David T. Hansen

I. Introducción

Educar es, en primer lugar, ayudar al otro a ser él mismo, ponerlo en condiciones de tomar conciencia de los propios dones y capacidades y crear las condiciones para que pueda expresarse. Pero también significa orientar la libertad hacia objetivos precisos, es decir, abrirla al mundo de los valores. La educación tiene como finalidad la adquisición de la responsabilidad personal, que es conciencia de la propia unicidad y de la propia irrepetibilidad, pero también convicción de la necesidad de vivir la propia vocación y de proyectar la propia existencia como servicio a los otros y al mundo.

La educación (docencia) necesita de gente muy despierta y animada, y sobre todo, consciente de su responsabilidad. Necesita de una respuesta diaria. Quien es llamado para la educación, tiene que saber que es responsable ante el llamado para educar. Si somos llamados para las clases es porque tenemos madera, no de santo tal vez, pero sí de alguien que puede transmitir e influir en otros de manera positiva y duradera. Quien es llamado a la docencia, es llamado a tener una conversación constante con la verdad, con el conocimiento, con el ser humano, con la humanización de la persona. El llamado es la huella trascendente del docente.

George Steiner nos recuerda que hay diferentes clases de maestros. En su análisis, coloca como extremos al pedagogo destructor de almas y al maestro carismático. El primero es aquel que, aprovechándose de su poder, ha quebrado el espíritu del alumno y, en lugar de ayudarlo a crecer y a saber, "ha consumido sus esperanzas". Por el contrario, el segundo sabe establecer canales de diálogo, suscita confianza y demuestra amor hacia el discípulo. Como toda clasificación, la de Steiner quiere describir tipos ideales para ayudarnos a reflexionar sobre la tarea docente. Si apelamos a nuestra experiencia personal, cada uno podrá vincular algún maestro o profesora que haya tenido con el "destructor" o con el "carismático". En nuestra memoria, al primero lo aborrecemos, mientras que al segundo lo idealizamos.

Más que docentes totalmente despreciables o absolutamente idolatrados, en la mayoría de los casos hemos entablado relación con educadores que en algunos momentos y con algunas decisiones nos han perjudicado o desilusionado, y que en otras circunstancias cumplieron acabadamente con su misión formativa. En la labor educativa, una actividad que trabaja sobre lo inmediato de todos los días, el equilibrio siempre es inestable.

En cualquier caso, todo educador deber ser consciente de su responsabilidad ética y profesional frente a sus alumnos, los representantes de los alumnos y la sociedad que los habilita para ejercer su profesión. Una de las cuestiones más interesantes a las que se enfrenta el docente es llegar a dar una respuesta, y además buena respuesta, a la pregunta que: ¿por qué debo obrar reflexivamente y responsablemente (moralmente)?

Responsabilidad significa dar respuesta y dar cuenta de nuestros actos. Lo que hacemos desde ser evaluado y nuestras acciones pueden satisfacer o indisponer a quienes debemos responder. Nada de lo que hacemos es neutral, nada cae en saco roto, todo influye en mayor o en menor medida. El educador no es un profesional aséptico e inmune al juicio de los demás. Pero el mejor ejercicio de la responsabilidad es ser evaluado, constantemente, por la propia conciencia, desde donde surgirá con bríos y naturalidad el deseo de responder satisfactoriamente a la confianza depositada en nosotros.

La responsabilidad docente es profesional, porque tenemos que dar respuesta a las demandas de humanización, fortalecimiento personal, conocimientos, elaboración de un proyecto de vida. Esto implica una buena capacitación inicial y una actualización seria y continua mientras ejercemos esta tarea. Pero la responsabilidad del educador tiene también una dimensión ética, porque para el ejercicio de la docencia contamos con mayores recursos que los alumnos. Los expertos definen esta constatación como "situación de asimetría": aunque iguales ontológicamente, el docente y los alumnos no lo son operativamente, ya que el educador tiene mayor responsabilidad frente a lo que sucede en un aula y en una institución escolar. Ser consciente y tener presente esta responsabilidad ética constituye el cimiento para cada una de nuestras respuestas y comportamientos como educadores (padres, madres, profesores, profesoras, docentes).

III. La experiencia reflexiva y la docencia

El diccionario define reflexionar como "considerar detenidamente algo". Al reflexionar, el ser humano realiza dos acciones simultáneas: se detiene y considera. Ambas suponen contar con la decisión y la capacidad para, por un lado, "salirse del camino y repostar", imponer una pausa a la propia vorágine. Por otro, considerar es sinónimo de pensar de una forma muy precisa, con atención y cuidado, de manera tal que podamos entender la realidad en forma más nítida.

La reflexión es una de las acciones que nos caracterizan como seres racionales. Es una cualidad privilegiada y resulta fundamental para el educador: detenerse, pensar con atención, considerar con detalle. No aparece de manera espontánea, sino que se desarrolla, se construye y se profundiza a lo largo de la vida, y, es más, en cada uno de los días de nuestra existencia. Para hacer presente la reflexión en la vida cotidiana, es necesario desplegar una actitud favorable, porque la reflexión no es una cuestión puntual, sino que conforma un estilo asumido para entender el mundo y orientar la vida. Incorporar la reflexión como práctica vital supone una conducta por la cual el ser humano no actúa solamente por reflejo, dando respuestas mecánicas frente a determinados estímulos, sino que puede procesar y analizar los datos de la realidad, viendo antes de actuar y pensando antes de responder.

La actitud pro-reflexiva necesita para desarrollarse de una personalidad no dogmática ni intransigente, sino abierta a los cuestionamientos, al cambio y a las modificaciones de sus esquemas originales. Una personalidad que manifieste y sostenga un espíritu de independencia frente a tendencias coyunturalmente mayoritarias, discursos fascinantes y acciones manipuladoras, que actúe de acuerdo a aquello que considere bueno, valioso y correcto.

La reflexión no es una simple cuestión de actitud. No basta con decir "me propongo reflexionar" o "quiero ser reflexivo" para hacerlo, y menos para hacerlo bien. Además de la voluntad, el cultivo de la reflexión necesita de elementos concretos, que la persona debe conocer, cultivar y utilizar:

• El primero de ellos es el coraje para asumir los caminos que surgen a partir del acto reflexivo. Quien reflexiona frecuentemente se encuentra con lo imprevisible, se asoma a caminos nuevos y muchas veces desconocidos, se enfrenta a algo o a alguien que lo desacomoda o lo interpela para cambiar. Para no quedar paralizado en ese umbral, la actitud reflexiva requiere del coraje personal: uno y otro se necesitan, se alimentan y se complementan.

• El segundo elemento para el desarrollo de la reflexión es hacerlo con fundamentos. No se puede reflexionar en el aire, sin contenidos. Para procesar los datos de la realidad, debemos tener elementos para aprovecharlos y orientar correctamente el acto de consideración. Por ello, la persona reflexiva necesita ampliar su base cultural, sus conocimientos. Es muy difícil reflexionar con acierto sin tener un bagaje cultural amplio. Aclaro que la base cultural no es sinónimo de enciclopedia o conocimiento científico, elementos valiosos que forman parte de un todo más amplio, el conocimiento y la sabiduría humanas. Pero en el caso de los educadores, junto el sentido común y la apertura a la sabiduría contenida en tantas expresiones a lo largo de la historia, no se puede reflexionar sin los contenidos de la cultura, esos mismos que, en muchos casos, deseamos acercar a nuestros alumnos. La cultura es el sustento, la base de la reflexión.

• El tercer elemento es la necesidad de concretar la reflexión en tiempos, espacios y momentos personales e indelegables. Una persona es reflexiva cuando reflexiona, no cuando dice "soy reflexivo", y para ello necesita darse espacios concretos. Cada uno sabrá cómo, dónde, y de qué manera, pero sin esos momentos personales la reflexión no se hace carne, sino que queda como un enunciado teórico absolutamente ineficaz.

La reflexión requiere de actitud y de una adecuada utilización de los elementos que la favorecen. Un buen educador necesita desarrollar su potencial reflexivo para poder cumplir con su tarea. No solamente por una cuestión genérica –aprovechar una facultad típica del ser humano- ni por "quedar bien" ya que ser reflexivo parece dar otro cartel profesional. Necesita desarrollar la reflexión para ser mejor educador y mejor persona. Este postulado, presente a lo largo de la historia de la educación, cobra especial relevancia en el siglo XXI cuando la función informativa de la escuela y de los docentes ha sido drásticamente relativizada por la revolución informática y cuando el modelo didáctico estandarizado no resiste el pluralismo y el afán de personalización.

»».El educador debe desarrollar dos grandes planos de reflexión. En primer lugar, la reflexión pedagógica, con dos contenidos fundamentales:

• Lo que hace, su tarea: si es pertinente, si es adecuada, si responde a las necesidades de los alumnos, si está bien hecha, si facilita el aprendizaje… Un permanente ejercicio de autocontrol, ratificación, rectificación y corrección. Pero la reflexión pedagógica no solamente puede quedar circunscripta a un objeto aparentemente externo –el fruto de un quehacer-, sino que debe llegar a

• Lo que el educador siente y vive al llevar adelante su tarea. Por ejemplo, poder reflexionar sobre el placer o el disgusto que siente al dar una clase o compartir con un grupo; la sensación de crecimiento o de estancamiento que su trabajo le produce; la felicidad o el hastío que le provoca la labor cotidiana. En definitiva, la reflexión pedagógica llega a su culminación cuando analizo si aquello que hace como educador lo gratifica y gratifica a los demás.

En segundo término, el educador debe fomentar la reflexión personal. Comenzar por preguntarse y analizar el estado de su vocación: ¿mantiene la ilusión por dar clase?, ¿siente que tiene algo o mucho que dar a los demás?, ¿tiene ganas de continuar y perseverar?, ¿busca nuevos caminos que remueven su tarea?, ¿sigue convencido o porque no tiene más remedio?

La vocación no es un hito momentáneo, una simple decisión para la vida profesional, sino que es una orientación permanente para el trabajo, una luz que puede mantenerse encendida, debilitarse o desaparecer. A partir del análisis de su vocación, la reflexión personal conduce al educador a discernir, en algún momento y de diversas maneras, su propia vida: luces, sombras, éxitos, fracasos, logros, deseos no cumplidos, estado general, perspectiva… Un hombre reflexivo se hace estas preguntas y necesita coraje para responderlas. En suma, dos planos (el pedagógico y el personal) que se complementan y potencian, en un circuito integrado.

Aun costoso y en ocasiones dolorosa, la reflexión le brinda al educador muchos frutos, tanto en su vida profesional como para desarrollar su vida personal. Entre esos frutos, son especialmente relevantes:

• La asunción y comprensión de la realidad: la reflexión nos ayuda a comprender mejor la realidad, distinguir las ilusiones de los hechos concretos, asumir lo positivo y lo negativo de la existencia. Tomás Moro, llamaba dichosos a quienes "sepan mirar seriamente las cosas pequeñas y tranquilamente las cosas importantes". Al reflexionar con seriedad, nos bañamos en un sano realismo, aquel que no clausura la esperanza, sino que la afirma en bases sólidas.

• La mejora en la atención: nos hacemos más perspicaces, sabemos encontrar y valorar en su justo punto a los detalles y a los matices. Al ganar en atención, comprendemos mejor a los demás y evitamos juicios apresurados y tajantes.

• El estímulo para los procesos de mejora: sin reflexión es difícil analizar el propio comportamiento y sin esta dinámica del autoanálisis es imposible la rectificación o mejora. Un ser humano reflexivo gana en humanidad para conocerse y valorarse, además de contar con los recursos necesarios para llevar adelante sus propias correcciones.

• La profundización y hondura de la personalidad: al reflexionar, ahondamos en nosotros mismos, en nuestras relaciones y en la comprensión del mundo. Nuestra vida se desplaza desde la superficialidad y la instantaneidad hacia las profundidades del análisis y los comportamientos meditados.

• El enriquecimiento personal: La reflexión nos enriquece porque nos ayuda a desarrollar nuestras potencialidades. Esto es particularmente importante para los educadores, porque les permite disponer de mayor riqueza para brindar y compartir con sus alumnos y colegas.



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Luis Antonio Azócar Bates

Matemático y filósofo

 medida713@gmail.com

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