Las flores de ixoras se conjugaban con las de trinitarias y formaban un ramillete colorido en el jardín del periodista Juancho Marcano, quien sentado cerca de unos helechos, compartía una cachapa con su perro Pipo, que no disimulaba el deleite que le producía aquel manjar. "La cachapa, Pipo, cuando es producto de tu sudor, sabe más sabrosa, al igual que los frutos que cultivas, pero muchos no piensan así y cometen el delito de robar los cultivos de quienes siembran", dijo el reportero.
El perro que se relamía por el sabor de la torta de maíz, observando un colibrí que se embriaga con el néctar de una flor, comentó: "Es así, Juancho, por eso nosotros los animales y hasta las plantas, no terminamos de entender a los hombres, pues unos trabajan sacrificadamente, mientras otros le gusta lo fácil y se aprovechan del esfuerzo ajeno y eso no debiera tener perdón de Dios".
Pipo, calló un momento y observó hacia la calle y vio que pasó uno de sus semejantes, y manifestó:
"Por otra parte, el hombre, y eso lo he hablado no sólo con mis demás hermanos, sino con los árboles, es de los seres más egoístas del planeta, pues son muchos los casos, que no nos prestan la necesaria ayuda que requerimos, y lo digo porque vi que acaba de pasar un perro callejero por ahí por la calle, al cual, tú muchas veces le das comida, pero otros humanos, apenas se llega por su frente, lo espantan a gritos y hasta le tiran palazos, y eso no es recomendable.
Por eso ya que hablo del tema y tú, como eres periodista, quiero que escribas mi inquietud y a través de tus escritos, pidas ayuda para todos aquellos hermanos que de una u otra manera están abandonados en la calle, para que la gente los ayude, pues si no los pueden adoptar por no contar con las condiciones económicas para ello, por lo menos que lo traten bien y cuando puedan que le brinden agua y comida, que todos somos seres creados por Dios y merecemos vivir dignamente".
Pipo terminó de hablar y convidó a Juancho Marcano para salir a la calle, y ahí llamaron al perro que había pasado y le dieron un pedazo de cachapa cada uno y el can movió la cola como agradecimiento y luego se devoró aquella exquisitez.
Juancho caminó un poco y sin decir palabras, abrazó a Pipo y éste respondió al gesto y ambos terminaron abrazados como satisfecho de lo que hicieron.