Una sociedad funciona sostenida en un pacto de gobernabilidad. Ese pacto se viste de legalidad, de naturalidad, de varias formas. Puede ser por la religión, por la tradición, por las elecciones burguesas, o puede ser simplemente por la fuerza, siendo ésta última, paradójicamente, la más débil. Siempre se procuran formas aceptadas espiritualmente, idealmente, haciendo honor al principio de que el primer agente de la dominación es el dominado.
Las elecciones burguesas son la forma más acabada de la dominación, ellas dan la sensación de poder a la masa, y remozan a la dominación de su agotamiento con su ciclo de renovación de personajes. Las elecciones burguesas tienen sus reglas, su filosofía. No son el pacto, son la certificación de un pacto preexistente; al contrario de lo que se ve a simple vista, de ellas no surge el pacto; ellas lo certifican, a lo sumo lo ajustan. Para funcionar exigen el cumplimiento estricto de sus reglas, así se conserva la imagen de legalidad, de naturalidad frente a la masa. Esa imagen es lo fundamental del juego. Cuando se rompen, el sistema de elección burguesa pierde credibilidad, deja de funcionar como sostén del pacto de legalidad y es señal de la grave crisis de éste.
En Venezuela el gobierno madurista convoca a unas elecciones, no para certificar un pacto, como sería lo normal, sino como desespero por ocultar la profunda crisis del pacto de gobernabilidad que estalla. Lo hace violando la tradición, la legalidad establecida, vulnerando la espiritualidad, la naturalidad. De esta manera las elecciones, más que una prueba de solidez del gobierno, son señal irrefutable de su debilidad dramática.
Las elecciones convocadas por el gobierno son oscurecidas, viciadas, por la presencia de una constituyente, un tsj, una fiscalía, un cne, unos cuerpos represivos que violan cualquier ley, cualquier derecho, todos instrumentos de la cúpula dirigente. Pero sobre todo, las elecciones suceden en un clima en el cual no hay ley. Aquí, en Venezuela, cada día crece la impresión de que la ley está sujeta a los caprichos de Miraflores. Desde allí se inhabilita, se secuestra, se persigue, se entregan riquezas, se exporta oro, se regala a PDVSA, se decretan prisiones, desaparecidos, se sustituye la moneda nacional, se cierran nocturnos contratos internacionales, se modifica el número de diputados, se legalizan partidos, se interviene a otros. Está presente la impresión de que al gobierno no le importan los resultados reales de las elecciones, su aparato legaloide arreglará cualquier falla. Estas elecciones son hijas del desespero, y no deben engañarnos del fondo del problema, la profunda crisis de gobernabilidad, eso es lo importante. Veamos.
El gobierno del quinteto ha fracasado como pocos en el mundo, es un fracaso total, completo, integral, no dejó piedra sobre piedra. Este mismo gobierno con ese fardo encima se resiste a entregar el poder, de esta manera la crisis se agrava, se precipita y se extiende.
Dentro del gobierno hay pugnas: la estampida de los más oportunistas que ven el final y saltan temprano se une a los que ven una oportunidad de escalar posiciones de poder; la posibilidad de entregar a maduro es su moneda de cambio. Fuera del gobierno emergen nuevos pactos, la pelea allí es cruenta, se desprestigia a guaidó, se le lanzan falsas noticias, se le jala la alfombra.
Mientras en la sombra, en las catacumbas, los que tienen la fuerza barajan sus posibilidades. Los guían diferentes razones, ellos, en definitiva, imprimirán el rumbo a este desenlace, todo dependerá cuál idea, de quién triunfe allí. El espíritu del Comandante tiene mucho qué decir y hacer en esta crisis, en los próximos días veremos si el madurismo consiguió relegarlo al olvido, si el camino quedó abierto para la dictadura fascista que estabilice al capitalismo.