Una tarea urgente del pueblo añú -y otros originarios- es rehacer la historia desde nuestra piel y nuestra alma: quitarnos de una vez por todas ser sólo el reflejo de lo que contaron los invasores.
Mirarnos con nuestra propia mirada. Vernos soberanos en ese país lacustre que nos da la vida. Revisar los documentos con actitud combativa, porque es una batalla contra el colonialismo espiritual que dejaron como cadenas invisibles sobre el destino de los vencidos. Enfocarnos en la existencia que fuimos capaces de conservar a pesar de las derrotas militares y el genocidio continuado desde las postrimerías de aquél fatídico siglo XV.
No somos "prehispánicos", ni "precolombinos"; no se nos puede encerrar como vainas en un saco, ni reducirnos a un amasijo anónimo, realengo, un abalorio que sólo existe porque el extraño lo ve y lo nombra a su antojo. ¡No, definitivamente no!
Somos la humanidad que nació catorce mil años atrás en esta dulce tinaja asoleada que recoge las aguas de ciento treinta ríos y riachuelos. Güíintoin schoiñi güé: somos la descendencia de la Madre Agua. Añún güé. Somos humanidad.
El año de 1606 las comunidades originarias del estuario de Maracaibo lograron establecer cierto control sobre sus territorios acuáticos que seguían acechados por varios flancos, principalmente por la avanzada de españoles que pretendían permanecer en el puerto occidental bautizado Nueva Zamora. También por la barra del lago por donde entraban y salían embarcaciones de los extranjeros, pero esta zona habían logrado recuperarla con la táctica de guerrillas, aprovechando la estrechez y poca profundidad del paso, con livianas canoas desde las que flechaban a la tripulación.
Deben saber las nuevas generaciones maracaiberas y zulianas, que el pueblo añú nunca se rindió. La lucha contra el invasor tuvo diversas etapas, distintas tácticas, niveles más o menos agresivos o de repliegue, pero nunca cesó esa guerra desigual contra un enemigo ladino, bélicamente superior, con una visión geopolítica y económica que no tuvieron los nuestros.
Desde 1598 aproximadamente las comunidades autóctonas del lago Maracaibo escogieron a Nigale y Tolenigaste como jefes de sus operaciones guerreras. En las crónicas se refieren a los onotos, aliles, zaparas, eneales, parautes, sinamaicos, arubaes, y otras denominaciones caprichosas de los europeos, como todavía en el siglo XX se le decía "paraujanos" al grupo nativo que hoy se sabe es el añú.
Dicha resistencia espontánea había tenido un éxito importante en noviembre de 1573 al vencer y poner en huida a los españoles mandados por Alonso Pacheco que se habían instalado en el lugar donde estuvo la base militar de Ambrosio Alfinger en 1529; lugar al que llegaron en 1569 y bautizaron Ciudad Rodrigo.
Un grupo de españoles sobrevivientes de esa Primera Batalla Naval del Lago, volvieron en 1574 reforzados por los intereses de esclavistas, mineros y terratenientes de los cercanos Andes y del Nuevo Reino de Granada, quienes deseaban a toda costa adueñarse de la pista lacustre para sacar sus mercaderías hacia el Mar Caribe de Venezuela y el Atlántico rumbo a España.
Los añú con sus pequeñas canoas, sus arcos y flechas de curarire, su curare, su mene, sus macanas de vera, sus piedras, su valentía, su dignidad, su arrojo, siguieron defendiendo la soberanía de su linfática Tinaja del Sol (amada). Propinaron golpes moralizantes, dando de baja a soldados y algunas autoridades españolas.
Pero no eran esas bajas las que preocupaban a la Corona: las pérdidas económicas dolían más al parasitario colonialismo insaciable.
El invasor con sus grandes barcos, cañones, arcabuces, mosquetes, espadas y flechas de hierro, ballestas, armaduras, caballos, perros, sacerdotes y enfermedades, experiencia militarista y expansionista del Imperio Hispano que controlaba medio mundo, se sentían humillados por el asedio constante de estas modestas personas a las que consideraban seres inferiores, si acaso no bestias sin alma, como algunos pregonaban.
La venganza debía ser destructora. Apenas perdonarían la vida de aquellos a quienes necesitaban como mano de obra esclava o servil. Porque el invasor no vino a estas tierras a trabajar. Vino a saquear, esclavizar, robar, asesinar, ultrajar. Y rezar.
En fecha 2 de enero de 1607 el gobernador español Sancho de Alquiza expidió la orden para que el Capitán Juan Pacheco Maldonado organizara una incursión armada contra el pueblo añú originario del Lago Maracaibo, sus ríos, deltas e islas.
Este Capitán era hijo del Alonso Pacheco que salió huyendo a finales de noviembre de 1573 y se estableció en Trujillo. Tenían "razones" y sinrazones para ser crueles. El emisario del cabildo hispano de Nueva Zamora, Fernández Carrasquero, estaba desde septiembre de 1606 en Santiago de León de Caracas como Procurador de los temores de los colonos. El 4 de octubre lo recibió el Gobernador Sancho de Alquiza. Allí se tomó la decisión de mandar a Juan Pacheco Maldonado.
El 23 de enero de 1607 ya Fernández Carrasquero había pasado por Trujillo a contactar al seleccionado para comandar la guerra, y estaba en Nueva Zamora participándole al cabildo las instrucciones del Gobernador Alquiza. Todos debían aportar recursos a riesgo de perder sus encomiendas y propiedades, si en cuatro meses no habían cumplido con la cuota fijada. Tal era la exigencia que se les hacía en función de derrotar a los patriotas añú y apoderarse del Lago.
El nombramiento oficial de Pacheco como Teniente de Gobernador de Nueva Zamora llegó a Trujillo los primeros días de marzo. Estando en preaviso por la sorpresiva visita de Fernández Carrasquero, ya el militar había tomado algunas precauciones que le permitieron organizar pronto su expedición. Salió en varias embarcaciones desde Moporo, iban armados "hasta los dientes".
Esa primera semana de abril de 1607 comenzó la guerra a muerte contra el pueblo añú. La inauguró atacando por sorpresa a la comunidad añú más grande y valerosa de la costa oriental del lago: Paraute. Masacraron a la gente indefensa y capturaron a los caciques para llevarlos a la horca días después. Antes de seguir rumbo a Nueva Zamora prendieron fuego al poblado.
Ese fue el primer incendio de Paraute que luego López Contreras y las transnacionales gringas del petróleo replicaron el 13 de noviembre de 1939.
La actual descendencia de aquél pueblo añú originario tiene el deber de hacer justicia a nuestros héroes y mártires, rescatando esta historia negada, y convenciendo al Estado de sus obligaciones morales y constitucionales.