No existe un verdadero hito que nos separe, ni un rasgo realmente importante que nos diferencie. Estamos hechos de la misma materia, con el mismo cabello, los mismos ojos, el mismo humor, las mismas mañas. Gemelos siameses unidos a lo largo de una costura de dos mil doscientos diecinueve kilómetros, compartimos un solo corazón segmentado… desgarrado.
La geografía nos parió como un solo individuo, la prehispania nos amamantó abrevando de un verdadero árbol de tres raíces fusionadas por una genética exclusiva, nómada y belicosa. Arawacos por el sur deambulando entre las extensas llanuras compartidas y las intrincadas selvas de la amazonia. Caribes por el norte recorriendo las costas bañadas por un mar tan suyo que lleva su nombre, desde las desembocaduras del Barima y el Bururuma en los márgenes de la Boca Grande del Orinoco, hasta el Cabo Tiburón montado sobre las impenetrables selvas del Darién, dejaron sólo unas pocas manchas heladas de territorio para que los Chibchas se establecieran entre la niebla y las estribaciones de la Sierra Nevada -tanto de allá como de acá-, aplacando un poco los ímpetus tropicales.
Muiscas y Taironas allá, nuestros Timoto-cuicas acá, inyectaron con su sangre y sus creencias un tilín de sumisión a los impulsivos aborígenes que le dieron la bienvenida a los recién llegados a un "Nuevo Mundo" tan novedoso para ellos como su propia presencia para nuestros autóctonos antepasados.
El mismísimo Almirante de la Mar Océana anduvo por aquí (1498) poniéndole nombres a cosas nuevas exclusivamente para ellos. Pero fue su compinche de tropelías Alonso de Ojeda, quien con ese mismo empeño bautismal por allá por 1499 dijo que allende era la Nueva Granada y aquende la Nueva Andalucía.
No se trata entonces de gemelos fraternos de quienes hablamos, de óvulos independientes que compartieron exclusivamente y sólo por nueve meses el vientre de la Pachamama. Somos mellizos idénticos, monocigóticos, separados al nacer y criados de manera diferente por unos padres castrantes.
El par de carajitas aleccionadas de manera distinta, pese a ser una misma, se desarrollaron de modo desigual. Una asumió el nombre castizo que le impusieron y se convirtió en Virreina: la Nueva Granada, muy cercana a las efusiones de la Corona. La otra, irreverente y respondona sólo llegó a Capitana general en los afectos de sus majestades. A aquella le encantó el título nobiliario, esta prefirió el apelativo de Caracas indiano y montaraz, permitiéndose sólo cambiarlo al de Venezuela.
La mitad de allá se convirtió en seminario, la fracción nuestra devino en cuartel. Aquella engendró curas y leguleyos defensores de las clases dominantes, ésta parió guerreros erigiéndose en libertadora de los oprimidos.
Aunque la distancia impuesta por las ideologías sirvió de cuña, aún sentimos las mismas cosas y padecemos las mismas angustias y sobresaltos. Experimentamos las influencias de entornos diferentes que no han podido afectar la genética, la heredabilidad de nuestros rasgos.
Después de una guerra que nos unió para echar adelante una misma causa, la de la liberación de un continente del yugo español, las imposturas del pensamiento, las intrigas palaciegas, las traiciones y emboscadas volvieron a separar la sangre que se había juntado para pelear por la independencia.
Y del café, el azúcar, el añil y las plumas de garza, abatidos por tantas montoneras, nos despedimos tan pobres como cuando andábamos verdaderamente libres y en taparrabos. Nature vs. nurture, ambiente vs. entorno, la Nueva Andalucía y Urabá de lado allá del río Táchira y la Nueva Andalucía y Paria de éste, comenzaron a odiarse sin razón gracias al casquillo inoculado.
No más llegado el siglo XX, una comienza a padecer la borrachera de los petrodólares, mientras la otra sufre el "down" de la coca y el "pazón" de la marihuana. La conflagración fratricida de la vecina lleva ya más de 70 años. A la nuestra la lucha armada le duró un poco más de quince años, pero condicionó el nacimiento de una nueva figura, la del "desaparecido" como sujeto político, engendro de regímenes de terror cubiertos con la vestimenta democrática.
Conservadores y Liberales provocaron la guerra entre los hermanos colombianos, adecos y copeyanos arrastraron a miles de jóvenes hacia la insurgencia guerrillera, unos y otros viven azuzando una conflagración armada entre ambas naciones cada vez que sus privilegios o sus intereses se han visto amenazados.
FARC, ELN, FALN son -han sido- siglas con resonancias similares, anhelos de justicia encaminados hacia la barbarie de las armas.
Ayer la prensa colombiana armaba alharaca por los altercados callejeros que ocurrían en Venezuela y a los manifestantes los catalogaban de héroes que luchaban contra un régimen oprobioso. Hoy los genes caribes mezclados con los cromosomas que aportaron nuestros ancestros africanos a ese mosaico hereditario, hacen arder las calles de las principales ciudades neogranadinas y para la prensa de ese país ya los manifestantes no son héroes luchando contra las injusticias de un régimen, sino vándalos drogadictos que quieren que todo se los regale el Estado.
"Cuando veas las bardas de tu vecino arder pon las tuyas en remojo", aconseja el proverbio. Pero resulta que esa cerca tendida entre Colombia y Venezuela es tan permeable que deja escurrir conflictos y preocupaciones. Lo que comienza en Caracas finalmente subirá montañas para calentar a Santa Fe de Bogotá. No porque haya un plan perverso concebido por el Kremlin y ejecutado por el G2 cubano, sino porque esos vasos comunicantes que se tienden entre los gemelos, hacen que las dolencias de uno las experimente el otro y que las arrecheras de éste se vean reflejadas en la gestualidad de aquél.
El narcoestado colombiano pensó torpemente que asesinando a cuanto líder campesino u obrero se levantara a protestar acabaría con los alzamientos y ahora que cada muerto luego de sepultado se ha convertido en semilla, que cada fosa común se ha tornado en almacigo, pretenden exterminar por la fuerza el clamor de un pueblo que igual que el venezolano intenta quitarse de encima el yugo de otro imperio -de uno descomunal-, que para sobrevivir necesita seguir apropiándose de nuestros recursos naturales, de nuestras tierras, de nuestras mentes y hasta de nuestras almas.
En los años 60 la denominada "Guerra Fría" dio origen a una oleada de conflictos armados por todo el continente sudamericano, esta nueva guerra, la de "Cuarta Generación", en medio de su baja intensidad está logrando algo similar, el alzamiento soterrado de todo un continente que se siente asfixiado.
Las nuevas dimensiones del campo de batalla, incluyen ahora el tener que enfrentar a una amenaza no convencional. El terror a la muerte más allá de la infusión del miedo como forma de controlar a una sociedad levantisca, ahora va más allá de la simple utilización de las armas, ahora la amenaza circula por las redes sociales, las denominadas fake news han sustituido a los pertrechos bélicos como influencia sobre los individuos. Regar la bola en vez de la pólvora es la consigna.
La dominación absoluta por parte del hegemon norteño representa el verdadero Totalitarismo, un principio de acción política que pone en relieve la crueldad que supone el despliegue del terror, de sus mecanismos y de su capacidad de destrucción, que no se explica por el puro anhelo de poder. Representa los deseos de expansión imperialista de un Estado, de una casta dominante que no se detiene ante ningún sufrimiento ajeno, por más grande que sea la población involucrada.
Desde su impúdica perspectiva, el terror no tiene necesariamente que responder a causas utilitarias, sino que debe ser expuesto como un nivel de agresividad latente, amenazante, que no responde a causas racionales, por lo que entonces todo puede ser destruido sin remordimientos, pero a favor de una causa, la acumulación de la riqueza.
Para Colombia parece haber llegado la hora definitiva de la ruptura, las desavenencias entre las clases dominantes y la población en general hacen que la disconformidad se torne en violencia y dicen que esta es la partera de todos los cambios.
Cualquier parecido con la realidad venezolana es pura y simple coincidencia.