Un país tiene un ciclo como cualquier ser vivo: nace, crece, desaparece. No es eterno. Su existencia, su destino, depende de la diligencia de sus hijos. Puede morir de forma abrupta, o puede tener un tránsito amable hacia transformaciones elevadas. El vigor de un país, su destino, se puede apreciar de varias maneras, una de ellas la contienda política, la calidad de los argumentos en pugna, las corrientes que disputan la dirección social, la pasión que la política incita. En resumen, de qué y cómo se ocupa su población.
En la Venezuela del madurismo estos indicativos son alarmantes: el gobierno, sus instituciones se ocupan de nimiedades, mienten con descaro, ocultan los asuntos principales; sus informaciones, frívolas, son propias de una prefectura de tercer nivel, las mentiras y exageraciones se notan a simple vista: las vacunas son un misterio, la inflación es negada, el hambre disfrazado, los soldados desaparecen y nadie da razón, la subasta del país se hace por debajo de la mesa. La oposición gringa tiene la misma baja calidad, carece de personalidad propia, su fuerza está en el corazón del imperio gringo, son unos administradores coloniales. Las dos opciones se guían por el bienestar de sus individualidades, el egoísmo es su divisa, son variantes del capitalismo. En el medio de esta mediocridad existe el gran vacío de la ausencia de una opción humanista que permita la existencia, la evolución sana del país.
El madurismo y su oposición, insustanciales los dos, han suprimido de la disputa política toda profundidad, la han reducido a la frivolidad de la lucha en un condominio, a las discusiones de dos ebrios en la esquina de un barrio. No hay pensamiento universal, la estrategia es un cadáver, lo personal priva sobre cualquier otra consideración, el chisme es rey, la mentira campea, el razonamiento es ausencia, la fuerza represiva sustituye cualquier argumento.
En estas circunstancias el país ha perdido la esperanza, se convirtió en una tristeza, un aburrimiento, se desvanece, lo abandonan sus hijos. Si sumamos el holocausto económico que arrasó con todo, no dejó piedra sobre piedra, debemos concluir que asistimos a la disolución borrascosa de un país.
Vivimos hora definitoria, de lo que hagamos hoy, de nuestra conducta, dependerá el destino de la Patria. Decidimos si seremos un país viable, una sociedad con la mayor suma de felicidad posible, o si nos disolveremos en fragmentos caóticos. Para encontrar el rumbo certero es prioritario consolidar la teoría, perfilar la ideología que guíe las acciones, entendiendo que el triunfo revolucionario primero es un triunfo en la teoría, en la ideología. Alrededor de esa teoría se debe consolidar una vanguardia que nacerá en las acciones que sinteticen esa ideología. Sabemos que en el substrato de la teoría conocida, a la luz de la experiencia histórica debe nacer, crearse, la teoría propia de nuestra realidad. En ese camino hemos avanzado, Chávez con su conducta y su creación teórica nos señaló el rumbo, allí está el Plan de la Patria, el discurso de presentación en el CNE, su evolución desde el 4 de febrero, desde los días del Libro Azul, hasta los discursos del Chávez Socialista y cristiano.
¡SALVEMOS LA PATRIA, POR EL CAMINO DE CHÁVEZ!