Lo recuerdo claramente porque me marcó como ciudadana y periodista. Era una pichona que empezaba su primer día de trabajo en el diario El Aragüeño. Por haber pasado la noche en una zona semi-rural, cercana a Maracay, no escuché ni el ruido de una mosca y menos los sables de los cuarteles.
En casa de mi hermana estábamos confundidos porque su esposo, que salía temprano a trabajar, nos informó que había alguna gente varada en la intercomunal de Turmero y que no había transporte. Allí tuvimos la primera noticia. Me espabilé y mientras todos se iban a sus casas, me fui volando al trabajo. Mi madre me preguntó que por qué iba a salir y le respondí, sin pensarlo dos veces, porque soy periodista.
Así me bauticé en este oficio, carrera o profesión que me apasiona. Aquel día la mayoría no sabía a ciencia cierta lo que pasaba, pero por allá anduvimos, sobre todo por el cuartel Páez, ubicado en pleno centro de Maracay.
Todo 1992 fue de incertidumbre y de cuestionamiento. No aplaudí la intentona, pero al igual que muchos jóvenes venezolanos cuestionaba la ceguera de los partidos tradicionales y los vicios que habían vaciado de contenido otra fecha, el 23 de enero.
Cuando se intentó poner en agenda la discusión de lo que había sucedido el 4F vinieron las avestruces que dominaban AD y Copei a enterrar sus cabezas en la tierra.
Mientras tanto se alzaron las voces de Rafael Caldera y de Aristóbulo Istúriz en sendos discursos que los catapultaron, uno a la presidencia de la República, y al otro a la Alcaldía de Caracas.
En la distancia supongo que muchos no descifraron aquel "por ahora" del que fuimos testigos a través de las pantallas de televisión.
También recuerdo cómo los afiliados al Colegio Nacional de Periodistas, seccional Aragua, organizaron un video foro para difundir la censurada entrevista que le hizo José Vicente Rangel al entonces teniente coronel Hugo Chávez Frías ya preso. Aquella que no transmitieron por Televen.
Por cierto, en ese CNP había copeyanos y adecos que se sumaron a la defensa de la libertad de expresión de Chávez y de Rangel, y al derecho que tenía la ciudadanía venezolana de conocer el pensamiento de un oficial que encabezó una insurrección, la primera de la que tuvimos noticias los nacidos en una etapa que luego, con desprecio, han llamado la cuarta república, período en el que nos ideologizaron, educaron y adoctrinaron no necesariamente en el capitalismo sino en la vida democrática, con todas sus carencias, pero con todos sus innegables aportes.
¿Por qué les echo todo este cuento? Tal vez por la necesidad de seguir insistiendo en lo imprescindible que es mantener el principio de respetar la libertad de expresión del otro, aunque no compartamos lo que diga. Y para que esa libertad sea efectiva es fundamental que haya pluralidad de medios; que los que hoy están en el poder terminen de comprender que los periodistas no son sus enemigos, aunque algunos actúen como tales, y que tienen que garantizar el libre flujo de la información. Esto implica incluso que el Presidente evite "dar clases de periodismo", no porque sea mal maestro, sino porque lo hace desde la lógica de quien detenta el poder; y esa lógica entra en contradicción con el deber fundamental de un periodista que es informar y no ser propagandista de ninguna tendencia. Bueno, así fue como me lo enseñaron en la escuela de Comunicación Social de la UCV, y así lo hemos practicado desde aquel 4F.