Su nombre era Carlos, pero lo llamaban Morfeo desde los tiempos de la universidad. De profesión médico, vivía tranquilo y seguro con su profesión, no le faltaba clientela, la salud es una mercancía obligatoria; no era ambicioso, no tenía vicios diferentes a los que se desprenden de la testosterona, no era mujeriego, pero no le faltaba un amorío.
Representaba al ciudadano medio de su país: estudiaba, trabajaba, vivía razonablemente bien, podía tomar vacaciones, tener carro, educar a sus hijos, ir al cine, vestirse, tener un apartamento, seguro de salud y vida; ir a las elecciones cada cuatro años, votar por el candidato de su preferencia, tomar café y hablar de deportes en la panadería.
Tenía un hermano diputado, ese estaba más cómodo, ganaba bien, sus influencias le lubricaban cualquier diligencia, unas veces estaba con la oposición y otras en el gobierno, no importaba, se respetaban las leyes del juego, todos eran parte del sistema.
Despreocupado vivía, lo social no era su problema, las noticias del peligro ambiental le resbalaban, eso será para dentro de cien años, la política no le decía nada, todo era lo mismo, mientras lo dejaran trabajar todo se soportaba. Sabía del deterioro en las altas cúpulas, conocía las manipulaciones del estamento gobernante, que podía transformar a un traficante de alimentos en un diplomático y héroe nacional en horas, y destruir años de honestidad en minutos. Pero no era su problema, vivía despreocupado, hasta que un día…
Despertó en otro país: no había sueldos, no había empleos remunerados, las vacunas sólo eran una esperanza, no había moneda, nada funcionaba, la educación desapareció, igual que la salud, la gente caminaba triste por las calles, las peleas entre los habitantes eran la norma, todos tenían desconfianza de todos, no se confiaba en nadie. Era un país de los más pobres del mundo. No se podía explicar dónde estaba el país del día anterior. Creía vivir un sueño borgiano, aquello no podía ser otra cosa.
Buscó respuestas en la Presidencia de la República, pero no la encontró, ya no había tal cosa, su lugar lo ocupaba la desfachatez. Desconcertado, entre el sueño y la vigilia, buscó una salida: se iría al exterior. En Alemania tenía un amigo, hizo diligencias, pero todo fue en vano, no había pasaporte, no había avión para Alemania. Escudriñó un trabajo, nada; pretendió vender empanadas en una esquina, la matraca de la policía se comió las empanadas y las ganancias.
Regresó a su casa vacío, y comenzó a buscar culpables de aquella pesadilla kafkiana. Sin darse cuenta, se dejó llevar por la propaganda del gobierno; sin darse cuenta, acusaba de la tragedia a un portal de internet que devaluó, evaporó la moneda. Así, los reos fueron la guerra económica, un bloqueo raro que permitía importar lujos para los privilegiados, y era excusa para las vacunas. Cuando ya no les quedaban evasivas, entonces, culparon a los Ministros del gobierno anterior.
Esa noche se acostó Morfeo en un nuevo país, le robaron la Patria de la esperanza, y lo aceptó resignado. Pensó en el vecino ruidoso, mañana lo denunciaría, después vendería alguna pertenencia y tendrían para comer.
Así sobrevivía sus días… resignado, soportando. Una madrugada tocaron con grosera furia la puerta de su casa, lo venían a buscar, era la gestapo tropical, lo acusaban de cualquier cosa: traición a la patria, corrupción, incitación al odio, agente extranjero, cualquier cosa … Ahora rumia su vida en una mazmorra… aún no sabe si sueña o son realidad las cucarachas que en las noches lo visitan…
Escribió en la pared del calabozo: "Juro que, si despierto, lucharé por los dormidos".
Pero ya era tarde.