Cuando un gobierno toma decisiones sobre la reestructuración de su equipo ministerial o de cualquier organismo o poder, lo hace sustentado en el análisis crítico y constructivo, previo diagnóstico de necesidades de reforma, cambio e innovación, sustentado en el marco contextual de la nación. En consecuencia, busca elevar la calidad del equipo, teniendo en cuenta, entre otras, las siguientes características determinantes: calidad, capacidad, actitud, responsabilidad, compromiso, sentido de pertenencia, confiabilidad, perfil profesional y especialidad de los seleccionados para asumir, con fortaleza, el cargo correspondiente. Aquellos que de alguna manera pudieron demostrar muchas de estas cualidades, durante el desempeño, serían ratificados en sus cargos. En cambio otros que manifestaron debilidades, serían severamente criticados y excluidos de sus cargos, funciones o asesorías especiales. De la evaluación de los resultados (mediatos e inmediatos) y del posterior seguimiento de los planes de desarrollo, se obtendría el grado de éxito de la renovación.
Muchos ciudadanos, incluso los entendidos en la materia, se preguntan ¿a qué lógica responde la rotación de cargo?, es decir, el traslado de un funcionario, directivo, jefe o coordinador, etc., de una institución, organismo, comisión u oficina a otra, que en muchos casos nada tiene que ver con el cargo, materia, especialidad, función u oficio anterior. Hemos visto, por ejemplo, como un ciudadano ministro de Información pasa a Relaciones Interiores, otro ejecutivo del Ministerio del Trabajo al de Industria y Comercio, de funcionario del Ministerio de Educación a funcionario del INTI, por ejemplo. Otros se preguntan si se exige currículo, vinculación de la formación o experiencia profesional con el cargo a asumir. Es notable, por otra parte, la versatilidad que posee un castrense para asumir cualquier cargo, desde concejal hasta ministro en cualquier cartera. De igual manera, observamos desempeñando cargos de alta responsabilidad a personas con estrechos vínculos familiares.
Todo tiene una explicación, comprensible para unos, pero inaceptable para otros. La razón tal vez sea muy sencilla. En un proceso de cambio radical, donde los riesgos son imprevisibles, en el que las estrategias juegan al éxito y se confrontan los más temibles obstáculos y resistencias, para no caer en la fosa del fracaso, el propósito es el de consolidar día a día un proyecto político, social y económico, por lo tanto habrá que prever, tanto en las personas, como en las instituciones, un alto grado de confiabilidad, de fidelidad, de credibilidad y compromiso, para crear seguridad en la estructura de poder, e ir abriendo senderos para avanzar en las políticas orientadas hacia la construcción de un nuevo sistema, más humano, más digno y más justo.
Es obvio, que en un proceso revolucionario, como el nuestro, se corren riesgos y se cometen errores y, en algunos casos, no se alcanza el éxito esperado.
Es pertinente que en la toma de decisiones para la reestructuración del poder, el jefe del Estado, sus asesores y demás actores del proceso revolucionario, debatirán, sobre la mesa de negociaciones múltiples alternativas de propuesta para definir, con el menor riesgo de equivocación, cual sería la más sabia y certera resolución. Esto no significa que se quiera imponer aquella sentencia maquiavélica de que “el fin justifica los medios”, sino que, en este caso, nada está consolidado todavía, hasta ahora se construye, sobre la práctica, un proceso originado como respuesta al fracaso de períodos de gobierno sin verdadero compromiso social y sin proyectos políticos reales, que solo condujeron al país al subdesarrollo y a la dependencia económica durante más de cien años.
Pero también es cierto que este hecho político, no debe excluir la posibilidad de participación de otros actores, de personas con un nuevo y verdadero liderazgo, un voluntariado capaz, comprometido profundamente con el proceso, hombres y mujeres que desde sus espacios de acción, ejerzan el verdadero poder, porque, por naturaleza y razón, radica en ellos y, como lo ha manifestado en diversas oportunidades nuestro líder, haciendo referencia al socialismo del siglo XXI, es este el momento histórico en el cual, por justicia social, a las bases, el poder, se empieza a transferir: El socialismo se construye “dando el poder al pueblo”.
Eliel@ula.ve