Aquello se veía venir y llegó!

La verja que cruje, el tanque de guerra con su barriga de fiera rompiendo los flancos del pillaje: horizonte de relámpagos, fuego y humo esparcidos en el abismo delirante.

Remonta la fiera la desmoronada fortaleza. Los pálidos cortesanos en azarosa estampida huyen hacia el confín de la noche.

A la cima, a la cima; despejar el sendero luminoso, al fondo los infinitos caminos de perspectiva gloriosa: la América con rostro del Libertador.

El tanque que golpea y espanta. Rota la espesa ubre, triturados los henchidos vientres: pus desparramado, los gritos salvajes que imploran a Washington.

La escoria que retumba en mil batallas, la espesa máscara de la paz y la concordia. El aullido de los pajes, de los retozos de los míster y lores, yes, we can; perreras y mercaderes; cuernos finos, las brujas de grasos pechos o tersos cuernos; genios cuchis; los chanchos purpurados; los fashion, los ortos, los chuecos: la ancha porqueriza en el fétido pantano de los pactos. Demudado el blanco sepulcro entre jaranas de huesos y risas: códigos para ostrogodos, constituciones para manumisos, decretos que excretan, la flema que caga.

Ahora, a oscuras los salones de la corte sin la cháchara de cada día. Pausa en el escándalo, pausa en la compra al por mayor, en la paga de comisiones entre encajes y cortinajes. Todo bajo fuego, retumbando los rancios nichos. El trueno que quema, la luz que espanta, la pólvora que calcina, que estruja: espantos, bramidos escarlata y celeste. La ráfaga en el chirriar de las orugas; el calor de los asesinados que ahora se yerguen: la bandera que flamea arriba en La Planicie, tras el tanque luminoso los rojos corazones. El boquete definitivo. Venezuela y América en un puño, es el padre Bolívar de nuevo con sus huestes.

El Acabose

Aquí se llegó a creer que nunca pasaría nada; que eso de revolución era un pasatiempo de cafetines, entretenimiento para los borrachitos en los bares de Sabana Grande, un espejismo que tuvo efectos desastrosos hacía muchísimos años. Un jueguito de malabarismos mentales. Que a todos nos había ya pasado el tiempo de arrecharnos, de salir a cambiar el mundo, y que lo de una acción revolucionaria era de lo más absurdo, cuando no de lo más ridículo en este mundo. Ya parecía que no nos interesara nada, ni Bolívar, ni la revolución cubana o sandinista, ni la manera como habían muerto el Che o Allende, ni los que sufrían en Bolivia o los que luchaban en tantos pueblos de África. Y entonces comenzó a producirse en tanta gente un envilecimiento generalizado en el que lo único que importaba era ahorrar para irse de paseo en un crucero, hacer fiestas en McDonald’s, irse de compras a Miami, olvidarse de todos los males sociales y ocuparse únicamente de uno, de nuestros goces, de nuestras necesidades y problemas. El descreimiento en todo era pavoroso, y pasaban por locos los que todavía soñaban, los que se hundían en la gloriosa gesta de Independencia y andaban solitarios con la cabeza en llamas pensando en los dolores de Bolívar.

Lo cierto era que no teníamos país, mucho menos patria, sin capacidad para amar lo que valía la pena. El dinero había que conseguirlo de la manera que fuese: robando, mintiendo, estafando, y la viveza se convirtió en un arte, en una necesidad, en un artilugio fundamental para sobrevivir. Ante toda esta degradación que avanzaba brutalmente, con tanta gente regodeada en la charca, sobrevino un holocausto moral que nos dejó sin luces ni siquiera para concebir medianamente el horror en el que nos consumíamos. En cierto modo estábamos peor que en 1810 porque aunque entonces se sufría una esclavitud de tres siglos, aquellos hombres ansiaban salir al campo y luchar, dar la vida por romper con aquel estado encanallado (aunque de momento no conociesen qué rumbo tomar); pero ahora, a finales del siglo XX, los de nuestra generación se acoplaban gustosos y resignados a sus plagas y perdiciones. El imperio con su capitalismo nos había degenerado sutilmente hasta niveles en los que la condición humana y nuestros más sagrados valores casi habían desaparecido.

Pero no era Venezuela únicamente la desquiciada, era toda América Latina, a excepción de Cuba.

Y fue en aquel Estado de pavorosa desintegración moral cuando estalló la insurrección dirigida por un valiente grupo de soldados bolivarianos: el 4 de febrero de 1992.

El 2 de febrero de 1998 el pueblo sufría aherrojado en su silencio. El país todo vivía envuelto en un espeso y viscoso culebrón: se plantaba la gente ante un televisor y allí estaba toda la patria que conocía, y de él solo recibía datos sobre una Venezuela editada por agentes al servicio de las compañías transnacionales. En ese culebrón el pueblo esclavizado vio la bacanal de la coronación de Carlos Andrés Pérez y los episodios de su política económica en la que había prometido que se volvería a la época de las vacas gordas.

En aquel bacanal montado en la sala Ríos Reyna del Teresa Carreño había de todo menos pueblo. Se coronaba al séptimo Presidente de la era puntofijista, y aquello estaba a reventar de magnates, de neoliberales, de felices demócratas. Allí corrieron toneles de buen vino y más de mil trescientas botellas de excelente whisky, se despedazaron más de doscientos corderos y veinticuatro piernas de res. Todos estaban felices… por lo que también comieron perdices… Con mucha alegría y orgullo, el copeyano Eduardo Fernández comentó a la prensa, a la salida del Ríos Reyna, que desde la coronación de la reina de Inglaterra nunca antes se había visto un acto tan espectacular. Todo esto lo apreciaba el pueblo en cadena de radio y televisión, en medio de una inmensa desolación.

CAP había sido el hijo ideológico, díscolo y mimado de Rómulo Betancourt, el fundador de la llamada democracia representativa. En la dura época de la represión en la que se produjeron cientos de muertos en toda Venezuela, en la década de los sesenta, Carlos Andrés Pérez fue ministro de Relaciones Interiores del gobierno de Betancourt. El 20 de febrero de 1975, The New York Times publicó un informe de la Central Intelligence Agency (CIA) según el cual esta Agencia le había hecho pagos al señor Carlos Andrés Pérez (CAP) cuando se desempeñó como ministro de Relaciones Interiores. Más tarde el mismo The New York Times, el 1º de marzo de 1977, recoge declaraciones del señor David Phillips, Comisionado de la CIA para la vigilancia y control en el Caribe y Venezuela, en las que confiesa ante el Congreso de EE UU, que efectivamente sí le habían hecho pagos a CAP. La CIA le daba a este ministerio 500 mil dólares mensuales para el sostenimiento de la lucha antiguerrillera. Esta nota del Times estaba firmada por el jefe de redacción de dicho periódico.

Al tiempo que escribo esto, el Presidente se está dirigiendo nuevamente a la nación. Ha dado alrededor de veinte discursos desde que se produjera la sublevación en su contra. Pero ahora sobre el uso de las armas de la República para atentar contra las instituciones, sobre el fascismo que querían implantar los insurrectos.

No aprende, no puede aprender el señor presidente. No tiene capacidad de comprensión.

Por otro lado, el CEN de AD ha declarado que sus altos dirigentes se dedicarán ahora a recorrer el país. Al mismo tiempo, la prensa confirma que quienes el 4 –F por la madrugada corrieron a embajadas "amigas" para asilarse fueron Octavio Lepage, Carlos Canache Mata y David Morales Bello.

Qué cosa más triste, con qué verborrea tan implacable nos pretenden bombardear ahora: prefiero mil veces más sufrir la metralla de los insurrectos, que resignarme a sufrir el vaho de vulgaridades que se avecina sobre el pueblo por la radio, por la prensa, por la televisión. Es más sano, más decente, más humano. ¿Qué tratarán de explicarnos que no sean las bastardas palabritas de reactivación, concertación, reflexión, problemas coyunturales y causales estructurales?

Pero el aperitivo mortal que se preparaba contra el azaroso gobierno democrático lo cocinaban los mismos dementes que rodean y han rodeado a la gente que gobierna desde Miraflores. CAP, aficionado al lujo, teniendo poco tono, hombre insensible e inculto, gusta rodearse de una nube de pajes de muchísimo menos talento que él. Entre sus más eminentes amigos están los Cisneros, quienes tienen gran culpa de los males que nos abruman; quienes han tomado parte de la gran tajada que ha dejado el actual desastre económico. Amigo de CAP es Alán García, uno de sus mejores pupilos y con quien se dice hizo extraños y oscuros negocios. Amigo de CAP es Lusinchi, Ciliberto, Orlando García, Pastor Heydra. Esa es la gente que lucha por la justicia de las causas populares y que llega a tener tan buenos amigos como el súper borracho de Pastor Heydra.

Llama la atención que a CAP le guste rodearse de tránsfugas y casandras como Gumersindo Rodríguez, Teodoro Petkoff, Pompeyo Márquez, Pedro León Zapata, Manuel Caballero, Pastor Heydra, Américo Martín, Germán Lairet, Carlos Blanco...

Por otro lado, venimos a descubrir que estos seres que ansían tanto reflexionar ahora, incumplieron el pacto que se habían propuesto para reformar nuestra sociedad. Se había creado hasta un ministerio dirigido por el suma cum laude Carlos Blanco, exrevolucionario comecandela que, al lado de Rigoberto Lanz, dirigía la revista Causa Rebelde en la Universidad Central de Venezuela (1966-1968). El país ha descendido por la cuesta impresionante de la improvisación, cuando los gobernadores y alcaldes elegidos directamente no hacen sino viajar y hacerse invitar a mil encuentros frívolos en los más apartados rincones del mundo. El asunto del voto uninominal se ha visto enfrentado por los grupos mafiosos hasta el punto que se ha hecho un sórdido ensamblaje para permitir que los elementos de poder –que han pervertido las endémicas instituciones de esta digna "democracia"– jamás dejen de desaparecer. Se había violado el Pacto que con tanto clamor y solemnidad suscribieron los partidos el 4 de diciembre de 1990. Ese Pacto establecía el mes de marzo del 1991 para resolver muchas cosas atinentes al asunto electoral; y existe el sentimiento generalizado de que estas discusiones se prolongarán ad infinitum y solo para que cuando se aprueben las reformas, estas muy pronto sean desconocidas y burladas.

El país era espectador del bochorno, esos bochornos que nunca llegan a los nervios de CAP, por ejemplo, el de los diputados al Congreso, el de los alcaldes y ediles que se autoaumentan los sueldos cada vez que les viene en gana. Así, el día 3 de enero de 1992 se anuncia el IV Congreso de Parques del Mundo en el cual Venezuela será representada por BIOMA (la organización montada y dirigida por los Cisneros y la CIA, que controlan extensas y riquísimas zonas naturales del país). Lo bueno se lo cogen los poderosos trusts y al pueblo le dejan las ratas y las basuras. Estas noticias van al tiempo que se reseña que la corporación Venezolana de Guayana (CVG) destruyó grandes extensiones de bosques, y algunos italianos inescrupulosos, dueños de constructoras, depredan cauces de muchos ríos en el afán de sacar arena y piedra.



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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