Estuve en estos días, en la biblioteca pública principal de Nueva Esparta. Al llegar, sentí una excelente atención y así fue, desde que entré hasta que salí. Desde el portero, hasta las personas que me recibieron en la sala donde acudí para solicitar los libros que requería, fue excelente. Aunque no pude tener los libros que necesitaba, me quedaron ganas de volver porque me sentí bien atendida aún con la falta de libros.
Ya de regreso y subiendo el portachuelo para luego bajar, comencé a recordar las veces que estuve en una de las salas de la biblioteca Temístocles Maza en Barcelona. Recordé que en ese momento, el ambiente no era propiamente el de una biblioteca. En un tiempo (no sea ahora) una parte del techo estaba en condiciones de riesgo y el calor era inmenso. Una biblioteca necesita libros y unas condiciones que estimulen quedarse. Si no están estás dos condiciones, no debería llamarse biblioteca. A la que fui en estos días, la incomodidad está en cada sala. La iluminación y la ventilación eran muy malas. Esta incomodidad, es hasta para los trabajadores.
Mientras pensaba en una y otra biblioteca, traté de recordar, si en mi vida, había oído a un candidato a gobernador o alcalde, prometer dotar de libros a una biblioteca o mejorarla. No logré recordar nada. Fue entonces, cuando ya en lo más alto del Portachuelo, se me atravesó la pregunta: ¿Cómo le entra en la cabeza una biblioteca a un alcalde o gobernador nuestro?. Ya bajando el portachuelo, comencé a imaginarme esa posibilidad.
Veía la biblioteca y me imaginé a un equipo de personas, intentando meterle de "ladito" la biblioteca al alcalde o al gobernador. La empujaban, la arriban y no le cabía en la cabeza ni al gobernador ni a un alcalde. Derechita (por la frente) no realizaron ningún esfuerzo, porque el equipo de hombres sabía que ese milagro no entraba de esa manera. Una biblioteca no da votos. Seguía bajando el portachuelo y me imaginé a los que animaban este milagro, intentando otra manera. Ahora los veía intentando meter la biblioteca como inclinada. De esta otra manera, ví que tampoco entraba.
Ya pasando por el túnel de robles que se observa cerca de Tacarigüita como un hermoso monumento natural, observé en mi imaginación, que el equipo de trabajadores que intentaban meterle la biblioteca al alcalde o al gobernador, evaluaban otra opción. Uno a veces, cuando intenta meter una mesa en espacio y ve que la puerta es muy pequeña, voltea la mesa. O sea, coloca la mesa patas pa' arriba, como buscando un mejor ángulo. Así me imaginaba a ese equipo de hombres. Se movían hacia la derecha y hacia la izquierda y tampoco lograron el milagro.
Pensé entonces, en las cabezas de nuestros alcaldes y gobernadores. Concluí que estás cabezas son tan incómodas (no pequeñas), que a pesar del esfuerzo de estos trabajadores, no pudieron.
Intenté salirme del tema y me acordé, que le debía una visita al amigo y periodista Juancho Marcano. Antes de tomar para el conuco de Ñango Marín, activé la luz de cruce indicando que iba a tomar hacia la derecha. Doble y me ví frente a la casa del periodista Juancho Marcano. Al bajarme para ver las ixoras y las orquídeas de mucha variedad que tiene y cuida con esmero el periodista Juancho, comprendí la condición de espacios inhóspitos de nuestras bibliotecas y donde faltan muchos libros. Una biblioteca o una sala de lectura, no cabe en la cabeza de un alcalde o gobernador.
En esta donde fui, faltan muchos libros de escritores margariteños. Fui por el libro, cuyo autor es margariteño y había un ejemplar.
Los huecos de la mente son tan importante tapar,como los huecos de las vías públicas. No entiendo una nueva sociedad, sin la compañía de los libros. Ni los huecos de las calles ni los huecos de la mente son fáciles de tapar.