Mi palabra

Tres hermanos un cigarro

"De los fumadores podemos aprender la tolerancia.

Todavía no conozco uno sólo que se haya quejado

de los no fumadores"

Sandro Pertini

El lunes muy temprano, poco tráfico y transeúntes en las calles de Acarigua; parecía que la resaca por el día del padre, todavía estaba haciendo efectos. Me tocó hacer una diligencia en un barrio del centro en busca de una venta de repuestos, y en frente donde funcionaba, me encuentro tres jóvenes muy parecidos en el rostro, no así, en la estatura, quienes "saboreaban" y compartían un cigarrillo, como tres niños con una barra de chocolate. Utilicé la misma estrategia de hace muchos años para acercarme a estas personas, dirigiéndome con la mirada al que tenía en el momento lo que quedaba del cigarrillo ¡Mi amigo, no me vaya a mentar la madre, pero se está haciendo un daño tremendo! La colilla pasó a las manos de los otros dos. ¿Cuál es mi sorpresa? ¡Hermanos los tres! En eso momento se acercó el progenitor, quien, con una sonrisa me sirvió de apoyo.

El rato que estuve en el sitio sentado en el vehículo, no pasó de veinte minutos, pero en el corto tiempo pude comprobar lo fuerte de la adicción a estos chicotes, como dicen en México. A ninguno le pregunté por el nombre, pero sí, por el número del celular para hacerle llegar vía WhatsApp un artículo de un amigo: Oscar Henrrique Fuenmayor Quintero (Método para dejar de fumar)* el cual me ha servido para estrechar lazos de amistad con muchas personas, pero lo más importante los ha ayudado a enfrentar este terrible vicio, convertido en una verdadera guillotina en el mundo, y no de manera tan silenciosa, como dicen por ahí, porque es raro, no ver a un fumador con la tosecita delatándolo, como un agente contaminante.

En los años, que tengo –73– he visto fumadores tan desesperados, como si les faltará el desayuno e incluso, muchos de estos, tocados por el vicio, antes cualquier recomendación o consejo la respuesta es de rabia. Sin embargo, un solo momento desagradable he pasado con una persona; ocurrió en una clínica de la ciudad, me tomé la arbitrariedad aprovechando la amistad con uno de los dueños de mandar a sacar a una señora; con el vigilante de turno, un señor, quien después me confeso, que odiaba al cigarrillo, como si tuviera en frente a un enemigo. La mujer muy contrariada se salió para terminar de fumarse casi la colilla, tan rápido, como si estaba aspirando el propio oxígeno: la desesperación del fumador. Al regreso me lanzó peste. La ignoré. Luego de algunos meses, me la conseguí muy cordial y amable pidiéndome perdón y con la buena noticia ¡Dejé ese maldito cigarro! Lo único que le dije en el momento "Menos mal, porque todavía esta joven, después de los 70, ya para qué"

El caso de estos tres jóvenes solamente lo había visto, en los drogadictos, cuando comparten el pitillo tan equitativamente, como hubiesen firmado un convenio. Lamentable que ninguno reaccione en contra. La actitud del padre, quien me confeso no fumar, dejaba muy claro lo difícil de luchar contra este terrible, libre y permitido vicio, enriqueciendo a poderosos empresarios al obtener fabulosas ganancias sin hacer mucho ruido. Ahora, cuando los fabricantes gastan poco o nada en publicidad el consumo es mayor y todo comienza por una moda. Muchas veces conseguimos personas presumiendo, cuando aspiran bocanadas de humo, para después dejar impregnado el ambiente de ese olor por demás repugnante. Por eso recomiendo el artículo del amigo Fuenmayor Quintero, porque es una manera muy particular de dar una lección o enseñar, a quienes no entienden el daño que hacen y se hacen. Por cierto, nunca falta el humor del venezolano, ya que le eché el cuento a un amigo, y salió con una de las de él. ¡Económicos los muchachos!

Narciso Torrealba narciso_t_29@hotmail.com

* https://www.aporrea.org/actualidad/a264191.html

 



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Narciso Torrealba


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