Durante los años 2006 y 2007 pude regentar un pequeño restaurante en la isla de Margarita, asistido por las dotes de chef de mi ex esposa Juana Ostos, atendiendo por igual a grupos de más de cien poetas de todo el país —que de menudo asistían a la isla a reuniones de trabajo—, igual que jóvenes liceístas y creadores orientados desde la Casa de la Poesía Andrés Bello, bajo la égida de los poetas Luis Alberto Crespo y Benito Mieses; o docentes latinoamericanos en tareas de estudios y seminarios, deportistas de distintas disciplinas, encuentros políticos, encuentros de ex graduados de la Universidad de Oriente, juegos internúcleos de esta casa de estudios, intercambios académicos interuniversitarios y otra larga lista de grupos, personalidades, vacacionistas nacionales y extranjeros (principalmente brasileros); que me permitieron no sólo una rica y fructífera interrelación humana y cultural, sino un aprendizaje de ese mundo fantástico y ciertamente apasionante de la cocina, de la gastronomía, del arte culinario.
Mis modestas facultades intelectuales han estado signadas por la literatura y la lingüística, por la academia y el idioma, y no por las hornillas y los hornos a gas, los fogones y topias, las ollas y las sartenes. Sin embargo, asumí esta tarea estoicamente, y debo añadir, en honor a la verdad, que sumido en el agotamiento y el profundo estrés que supone elaborar en promedio 100 desayunos, 100 almuerzos y 100 cenas diarias, durante cinco, seis o siete días consecutivos, con apenas una hora de sueño al día.
La misión de lavar tantos platos y cubiertos al día y la noche, cuchillos, vasos y tasas, es penuria adicional. Tal fue el fragor de esa jornada. Adicionalmente, tenía que "escaparme" para ir hasta Guatamare a dar clases, realizar exámenes, evaluar pruebas y preparar material didáctico; y recorrer casi todo el estado Nueva Esparta en poco tiempo para "parir", contrarreloj, 80, 100, 120 catalanas, pargos o carites acordes al plato exigido.
Gracias a mis amigos pescadores por brindarme solidaridad y amorosa colaboración cada vez que acudí a ellos para sacar a tiempo la encomienda. Eso no fue nada fácil. Pequeñas batallas del alma, diría en algún somari nuestro fraterno poeta Gustavo Pereira, ganadas con los impulsos del amor, la buena fe y la solidaridad compartidos.
Los poetas Ramón Palomares, Luis Alberto Crespo, Gustavo Pereira, Willian Osuna, Antonio Trujillo, Cósimo Mandrillo, Pedro Ruiz, Gabriel Jiménez Emán, Enrique Hernández D’Jesús, Leonardo Ruiz, Alejandro Silva, Fidel Flores, Celso Medina, Laura Antillano, entre muchos más, pueden dar cuenta de mi entrega y servicio amoroso a esta tarea, con lo que me gané en su momento el gentil mote de buen anfitrión margariteño.
Hoy, ausente de aquella paradisíaca isla de Margarita de otrora, donde viví 26 años, rememoro toda esa poesía y sacrificio desde las páginas de una lectura ineludible; la del libro "Culinaria sentimental" de Rafael Michelena Fortoul, editado en 2013 por el Fondo Editorial del Caribe, que coordina con inusitado empeño en la ciudad de Barcelona, Anzoátegui, el poeta Fidel Flores; cuyo prólogo, selección e introducción firma Juan Alonso Molina Morales.
El contenido de esta obra tiene la particularidad de presentarse en versos, en poemas, aunque su argumento temático sea precisamente la crónica (lírica, sin dudas) culinaria de la Venezuela que va de 1919 a 1933, signada y estremecida hasta la médula por la dictadura atroz del general Juan Vicente Gómez.
Una primera reflexión asalta mis neuronas cerebrales; ¿En qué ha variado el gusto culinario venezolano en cien años? ¿Hay diferencias significativas entre nuestro modo de comer y degustar platos criollos, digamos, desde 1919-1921, hasta 2019-2021; sólo para señalar un paréntesis preciso?
Pues bien, vayamos del presente al pasado.
La Venezuela de 2015 a 2018, vivió una profunda escasez de alimentos que devino en mafias de acaparamiento, encarecimiento, especulación y contrabando de todo tipo de insumos alimenticios debido, principalmente, a la caída de la producción nacional. El programa gubernamental denominado Seguridad Alimentaria, con sus programas banderas Mercal y Pdval, devino en una profunda e incorregible corrupción administrativa que dejó boyantes y enriquecidos a no pocos militares y civiles "enchufados" con el alto gobierno.
Las famosas colas en supermercados, abastos y bodegas de barrios propició peleas, heridos y muertos acogidos por el hambre, la frustración, la rabia y la impotencia ante el crimen organizado. Las bandas de revendedores denominados "bachaqueros", los acaparadores y demás delincuentes de alimentos de la dieta básica, incluidos artículos de aseo personal (era imposible adquirir un rollo de papel higiénico), pusieron de manifiesto la fácil permeabilidad de nuestro sistema económico.
El hambre se utilizó como bandera política, para atacar al pueblo desde un banco, y para someterlo desde el otro. Una bisagra perversa que no tuvo opciones inmediatas hasta que se autorizó la libre importación de alimentos elaborados e insumos.
La mala idea del Presidente Nicolás Maduros de eliminar el billete de 100 bolívares, en diciembre de 2016, para contener la paridad cambiaria paralela especulativa propició la compra-venta del papel moneda nacional, y hasta un camión cargado con varias toneladas de billetes venezolanos fue retenido, de manera absurda e inexplicable, en Ecuador.
El venezolano se vio obligado a comprar su propia moneda para adquirir alimentos a menor costo, por cuanto la banca pública y privada carecía de monedas que ofrecer al público; y la política de racionamiento de efectivo a los cuentahabientes significó más atropello para el pueblo, más abuso de poder, más enriquecimiento ilícito y más trácalas.
Varios aviones rusos rompían el paz del crepúsculo en el aeropuerto de Maiquetía para descargar miles de toneladas de billetes nuevos impresos supuestamente el Alemania, pero que antes del año ya andaban rodando por las calles como basura, o los utilizaron los artesanos para hacer bolsos y carteras de papel.
Varias alcabalas policiales decomisaron toneladas de billetes que iban rumbo a las minas del oro de Guayana, pasando no menos de cincuenta alcabalas militares desde Caracas hasta las intrincadas selvas guayanesas de El Callao, Tumeremo, El 88, Las Claritas, La Paragua, etcétera. Ese dinero salía de las arcas del Banco Central de Venezuela, y no hubo mano ni brazo de justicia en el gobierno que lo descubriera. ¡Mayor descaro, Dios mío!
Vergüenza nacional y derroche de millones de dólares por parte del gobierno para vindicar aún más la pobreza extrema en la nación de Simón Bolívar. El dólar empezó a sustituir al bolívar muerto, y se consolidó como la única moneda segura del país. El gobierno se inventó al Petro en 2018, como criptomoneda salvadora de la Humanidad, respaldada supuestamente por activos petroleros; y hasta le regaló medio Petro al pueblo en la navidad de 2018 para que compraran algo de papel higiénico y se limpiaran ese c…o.
Sólo para eso sirvió ese medio Petro. Con eso no pudo comer nadie.
Tampoco sirvió de nada anclar el salario mínimo al medio Petro, ni regalarle una mina de oro a todo gobernador de provincia para que levantara su economía local. Hasta donde se sabe, sólo un ex presidente español le sacó buena ganancia a una de esas minas de oro que le regalaron, según denuncian desde España.
Los venezolanos somos un pueblo de puro pendejos.
Por eso comimos cables todos esos años. La llamada clase media, conformada por profesionales reducidos a miserables y pobres casi indigentes, se vio obligada a comer sardinas, y el gobierno socialista y revolucionario encontró una solución piadosa al caso: creó el programa de los camiones sardineros que daban la vuelta al país llevándole sardinas "económicas" a todos los miserables del país. Así que tomemos nota de esto: en la cultura culinaria criolla venezolana la revolución bonita le metió sardinas por ese culo a ricos y pobres, por las buenas o por las malas.
El hambre de la IV República que va desde el Viernes Negro de febrero de 1983 a diciembre de 1998, pasando por la revuelta social de 1989, se quedó pequeña ante este panorama nacional.
Ni cuando la dictadura de Juan Vicente Gómez se vio tal desparpajo humanitario.
Todavía me quejo y me quejaré hasta el cansancio porque mi salario de profesor universitario haya sido reducido por el gobierno venezolano de mil dólares promedio devengados en 2013 a ocho dólares en 2020, gracias a un ideólogo revolucionario, ya convertido el prócer y figura histórica nacional, llamado Aristóbulo Istúris; quien fue el que explicó hasta el cansancio durante 2018 que había que "aplanar" las tablas salariales de las universidades para que todos, obreros, empleados y docentes, ganáramos igual sueldo; conforme al dictado socialista de su partido PSUV, conforme al libro clásico de Carlos Marx, y más conforme aún con los consejos de Estados señalados por Fidel Castro para superar las diferencias entre clases sociales. Bodrio de ideologías miserables.
Con las tablas salariales planas nos jodieron los sueldos y nos jodieron la mesa, la alimentación, la salud y la paciencia, que también es arte de la vida.
A este descalabro gubernamental se le endilgó una lenguarada presidencial —una y mil veces repetida— de que todos los males alimenticios de Venezuela eran consecuencia de la "Guerra Económica" facturada por la CIA gringa, pero los millones que se robaron de PDVSA, tantos ministros como gobernadores, alcaldes y empresarios de maletín, militares y jefes de gobierno, socios testaferros y demás basuras políticas cómplices de la corruptela, no fueron a parar precisamente a las cuentas de la CIA, del FBI, de la NSA o al Banco del Tesoro de los Estados Unidos.
Nuestra hambre y miseria continuó, y continúa sin plato que la consuele. Somos un país de hambre y, paradójicamente, tenemos de todo para comer como nos venga en gana (si el camarada bolsillo lo permite).
Hoy somos una cuerda de pobres diablos empobrecidos y reducidos a miserables. Los ancianos corren los 20 de cada vez a buscar la limosna llamada Pensión de Amor Mayor o del Seguro Social, para que con 25 dólares coman durante un mes, se aseen, compren medicinas, paguen pasajes, paguen luz, agua y gas, y salgan felices a la calle a disfrutar un buen pastel.
Venezuela, es un país reducido a miserables, a mendigos del gobierno. Un país de gente desnutrida, hambreada y pela bolas. Que lo sepa el mundo.
Por eso leo con la boca echa agua que en 1920, 1925, 1930… los caraqueños, y en general los venezolanos que no tenían acceso a la cocina francesa que tanto caché daba a los aristócratas, ni a la incipiente cocina gringa avenida con la explotación del petróleo cuyo inicio se marca en el país a partir de 1914, tenían entre sus menues más populares chorizos, morcillas, longanizas, pavos, carnes de res, de venado, de ovejos, gallinas, huevos, quesos diversos, pescados de mar y tierra; piñas, lechosas, dátiles, chayota, coliflor, apio, ocumo, aguacates, batata, maíz, manzanas, peras, nabo, repollo, papelones, jamones; sancochos, picadillos, frijolitos, caraotas, menestrones, hallacas, bollos picantes, chuletas, "bisteques", "robifes", "regorgallas", perniles, chicharrones, chanfaina, gazpacho, bacalao, callos y paellas, entre tantos otros manjares criollos o foráneos.
Pero, ¿qué hemos comido los venezolanos los últimos cinco años?
Gracias a ese sueldo de profesor universitario que el gobierno revolucionario y socialista de Nicolás Maduro tuvo a bien pagarme a razón de 8 dólares/mes, yo no pude comer prácticamente nada durante muchos díaS y meses. Profesores universitarios de Mérida y Margarita han muerto de hambre en sus habitaciones. Una pérdida irreparable e injusta.
De hecho, pasé hasta cinco días sin probar alimentos durante 2019-2020. Estos dos años fueron los peores de toda mi vida, si el que habla es mi estómago o el de mi madre desnutrida; y aún así, el Presidente Constitucional de la República Bolivariana de Venezuela (si esto parece muy largo para decir simplemente Venezuela, excúsenme), aún no se digna pagarme mis prestaciones sociales de jubilado universitario después de seis (6) años de espera.
Así que vale leer este hermoso libro de Rafael Michelena Fourtoul titulado CULINARIA SENTIMENTAL, en edición del Fondo Editorial del Caribe, 2013, 155 págs., que de seguro pueden adquirir en las Librerías del Sur, para recordar que Venezuela es un país rico en insumos alimenticios, desde pescados, carnes bovinas y porcinas, frutas y aliños de diversas especies, dignas del mejor comensal; hasta jaibas y calamares, pámpanos y cangrejos, animales de monte, de cría y aves de corral; café, leche o dulcería tradicional, todo, absolutamente todo, persiste en este grande y amado país, pero nos está prohibido adquirirlo porque nuestra salud culinaria se redujo, por decreto presidencial, por estatuto gubernamental, a una humilde sardina revolucionaria o a un huevo pelado, sancochado o frito, que sabrá Dios cómo y con qué va a caer a nuestro buche maltrecho.
Solo los jerarcas del gobierno, desde alcaldes y gobernadores hasta ministros y vicepresidentes ejecutivos se dan verdaderos banquetes al lado de sus testaferros militares, civiles y malandrines llamados pranes, quienes son los más afortunados de esta Tierra de Gracia.
Los profesores universitarios, médicos, enfermeras, maestras, policías, bomberos (entre otros empleados públicos), obreros de todo orden, amas de casas pobres y niños desnutridos, que coman sardinas.
El bono denominado Hogares de la Patria es la más notable política social del Estado socialista venezolano, porque con 9,20 bolívares un hogar de dos miembros, de dos venezolanos, puede comer todo un mes.
Este es un país bendito.
La gente puede vivir sin comer.
No nos morimos por efecto de la pandemia del Covid.19 ni del hambre contumaz. Seguro Nicolás Maduro se lo explicó muy bien a los jefes de gobierno que visitó, durante su reciente gira de 11 días por Europa, Asía y África. Puro milagros es lo que se vive aquí durante cien, doscientos o trescientos años de revolución bonita. Este país es feliz así, y gobernarlo así en nombre de Simón Bolívar y el árbol de las tres raíces es, sin duda, una acción de pura revolución. ¿Quién lo pone en duda?
Eso, sí, camaradas; ¡rodilla en tierra todo el mundo!