El burócrata no llega ni a mala gente. Más bien considera que está en lo correcto. Siente que lo asiste la justicia y vive en estado de beatitud.
Una vez se me planteó uno de esos rollos burocráticos, que hasta recursivo era. Me iba a estudiar al extranjero, para lo cual necesitaba que la universidad me pagase el pasaje. Pero para eso necesitaba estar inscrito. Los dioses, que suelen protegerme, quisieron que el profesor con quien estudiaría estuviese de visita en Caracas, por puro azar. Como bastaba con la aceptación del profesor, porque ese es el Reglamento de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, donde yo pretendía estudiar, pues ya estaba inscrito y tenían que darme mi pasaje. No se me borra la cara de frustración de la burócrata que tuvo que darme el boleto.
La burocracia es una variante de fanatismo y fanatismo, según Jorge Santayana, consiste en redoblar los esfuerzos cuando se han olvidado los fines. El burócrata es un fanático paradójicamente sereno, que raras veces se enfogona, pero cómo jode.
Su mayor placer es entrabar un procedimiento, sin importarle si era para conseguir una quimioterapia, una beca que afianza el futuro de un sabio, una vivienda que asegura la felicidad de una pareja. El burócrata es inconmovible e inmune al sentimentalismo. Roland Barthes comparaba la burocracia con la estructura, inexorable: «si ocupas el lugar de H eres H, es inútil litigar con la burocracia», decía el sabio de la rue Tournon.
Pero los burócratas no son solo personas de oficinas, sellos y planillas imposibles de llenar sin un posdoctorado. Burócratas somos tú y yo cuando dejamos para otro el trabajo que podemos hacer. En nuestra comunidad hay un problema cualquiera, pasamos de largo maldiciendo al alcalde, al conserje, al diputado, al concejal, a la Junta Parroquial. Es comodísimo.
Los programas de radio, incluyendo ComoUstedesPuedenVer, se llenan de llamadas interminables en que todo el mundo se queja de todo. Lo mismo pasa con los sitios Web como Aporrea.org. Y esto sin contar con los que Manuel Brito llama revolucionarios de Pentium, que saben mejor que todos lo que hay que hacer en todo y que cualquiera que no haga las cosas como este d’Artagnan del Pentium es por lo menos agente de la CIA. Siempre aborto cualquier discusión con estos personajes preguntándoles cuántas revoluciones han hecho.
Desde la existencia de los Consejos Comunales no hay excusas. Recuerdo la IV República: cada vez que tratabas de resolver algo, sembrar una matica, poner una vacuna, te encontrabas con un adeco o un copeyano atravesado e intransitable. No siempre era un burócrata, pero igual jodía.
Ahora tenemos la oportunidad de armar un consejo comunal para resolver la basura, las aceras escabrosas, la calzada llena de cráteres y la clínica popular sin medicamentos.
De ti depende. Después no digamos que no tuvimos oportunidad, probablemente única en la historia humana.
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