Como referencia del joropo y el pasaje llanero, del campesino criollo y el indio kariña, del petróleo merey y la Faja Petrolífera del Orinoco; la pequeña población de Pariaguán es también la esquina suroeste de esa gran meseta abierta a la vegetación rala del chaparro y el manteco, la palma moriche y el mastranto, del búho mochuelo y la avispa voladora, conocida como la Mesa de Guanipa.
Como todo pueblo fundado —o con algún registro histórico acerca de sus orígenes al estilo occidental devenido de la impostura colonial—, se apresta a celebrar un nuevo aniversario en medio de incertezas y pesares, que alguna costumbre tradicional prefiere disfrazar de alegría, con jolgorio de toros coleados, rumbas de pobres, amaneceres de jaurías sedientas de licor, sexo y vicios diversos; para darnos la idea de una vida feliz —al menos con algún sentido de felicidad momentánea—; cuando en realidad Pariaguán es hoy día una ciudad abatida por el abandono, la fealdad urbanística, el descuido y la desmemoria.
Y sumemos muchas tristezas de almas en penuria material, soledad, enfermedad y abandono. También mucha niñez y adolescencia a la deriva.
Resido en Pariaguán desde agosto de 2018; en primer lugar, por motivación de espíritu, al estar ligado el pueblo a mi madre, por ser su tierra natal, y estadio de mi infancia desde los 8 años de edad hasta los 13; y en segundo lugar, porque la pobreza extrema a la que nos ha forzado el presidente Nicolás Maduro desde 2013, al someter a los trabajadores universitarios a las peores carencias socio-materiales, de salud y alimentación (agravado todo esto por la falta de cancelación de nuestras prestaciones sociales, a quienes esperamos pago por jubilación, desde 2015); me impide, en lo personal, residir en la isla de Margarita, donde tengo mi casa de familia.
Durante estos cinco años he sido testigo de esa fealdad de las casas y viviendas de Pariaguán. Nadie pinta sus hogares. Ni siquiera la excusa de la navidad motiva un poco de decoro en las fachadas de puertas y ventanas, que representan el rostro del hábitat familiar. Por el contrario, las casas de los barrios o sectores, de las avenidas y poquísimas urbanizaciones se muestran desconchadas, sucias y mohosas. Esto a pesar de que una lata de pintura para exteriores tiene un valor de 8 a 10 dólares.
Como paradoja ante esta situación, las madres y padres de esas casas tan descuidadas, así como sus hijos e hijas, incluyendo abuelas y menores de edad, lucen sendos teléfonos celulares, cuyo promedio por unidad, es decir, el precio estimado de cada teléfono, oscila entre los 70 y 200 dólares. Con el dinero de uno solo de esos celulares se podría "embellecer" la casa, y mostrar otra cara.
Sería la cara de al menos una ciudad pulcra, con apariencia de urbanidad, y no de pueblo abandonado, con el estigma de pesar de aquel Parapara de Ortís del estado Guárico que fue escenario de la novela "Casas muertas" de Miguel Otero Silva.
La plaza Bolívar de Pariaguán dispone del servicio de Wifi gratuito. Ahí se puede percibir la apariencia tecnológica del consumismo desmedido, señalado, en el párrafo anterior. De manera aislada y ciertamente casual, algunos comercios han logrado pintar las santamarías, así como algunas paredes. Pero la mayoría es fiel reflejo del sucio, el óxido, la falta de aseo y hasta de poca salubridad.
¿Qué pueblo puede ser feliz así?
La alcaldía del municipio Francisco de Miranda, que es la que regenta impuestos y los menesteres políticos en esta jurisdicción, tuvo a bien —hace ocho meses—, pintar las canchas deportivas de la ciudad, y alguna escuela y liceo; pero en absoluto se ha ocupado de la recuperación del casco histórico central, como sí lo hizo en su momento en El Tigre el alcalde David Figueroa, a finales de los años '90; o cómo lo hizo en Nueva Esparta, la alcaldesa chavista Yannelys Patiño (muerta por Covid en 2021) hace una década, en la población de Santa Ana del Norte, para regocijo de turistas y margariteños.
Un simple pespunteo sobre los gastos programados por la alcaldía Francisco de Miranda para celebrar "las fiestas de Pariaguan", entre el 14 y el 18 de septiembre de 2022, contempla gastos superiores a los 15.000 dólares; incluidos honorarios de artistas folclóricos, la orquesta Dimensión Latina, sonido vanguardista y minitecas con Dijeis, para atender el llamado público, hecho por radio, del alcalde psuvista Ángel Vásquez, de prepararse para "salir a rumbear".
Propuesta que lejos de parecer motivacional, luce destemplada, por dos razones: la circunstancia de la pandemia del Covid-19, aún en ciernes; y por otra parte, por la actual crisis económica insostenible, ante el alto costo de la cesta alimenticia y las mil carencias presentes en los hogares de Pariaguán; donde a diario los ancianos y niños, principalmente, pasan el hambre hereje. De menudo la gente pide en la calle recursos monetarios para llevar al hospital desde jeringas hasta agua potable para sus enfermos, y mal se puede instar a "rumbear" ante este cuadro de miseria y penuria colectivas. Vaya paradoja que el populismo blasona como fanfarria política engaña bobos.
El verso de otrora de Reynaldo Armas, "Pariaguán, tierra soñada, no quiero mirarte triste, tampoco en la soledad, yo quiero verte feliz"… parece haber quedado como estigma de un sino que se hace dolor, indolencia y dolencia; en una comunidad de gentes generosas, amorosas y tolerantes, que se conforman con la fealdad de sus hogares, de sus calles y de sus hábitats, como si hubiesen perdido para siempre el sentido de los horizontes. Su propia fe de pueblo castrada, señor gobernador Luis José Marcano.
Se lo digo como poeta de estas tierras que tanto conozco y valoro.
Pero Pariaguán merece un cambio total, más allá del ocio de las loterías de moda, (que recogen fortunas de más de 6.000 dólares por semana, con la incauta oferta de "premios" golosos de 20, 30, 50, 100, 200, 500 y 1.000 dólares más alguna moto nueva), de la pantalla de las fiestas y rumbas "modernas", de los guachi-guachi de postín, de la verborrea política vacua y absurda, sin propuestas creíbles de orden social ni urbano; y más allá de esa modorra que carcome el sentido de la voluntad de acción que tanto ha caracterizado al venezolano de a pie.
Pariaguán se merece su belleza del pasado. Su destino de pueblo debe refundarse sobre el bien social, colectivo y comunitario. La gran mano de todos debe ayudar a rescatar su sentido de pertenencia y su voluntad de trascendencia. Es cuanto desea su gente humilde y trabajadora, y es lo mínimo que merece este singular rincón del llano y del oriente de la patria.
Sólo un programa integral de inversiones y trabajo social contribuiría a consolidar el eje de desarrollo de este municipio. La existencia de más de 500 conucos sin asistencia técnica ni apoyo crediticio para la siembra y cultivo a pequeña escala, demuestra que no hay ningún plan gubernamental al respecto. Como una metralla punitiva sólo se oye el gorgoreo de las multas municipales a los pequeños y medianos comerciantes, expresadas en Petros, como mecanismo de recaudación de ingresos propios, pero eso no se traduce en ninguna solución de tipo social real.
Pariaguán es ciudad y campo, llano y petróleo en el subsuelo; juventud y vejez en abandono, en ausencia, en tristeza; y a eso hay que meterle el ojo de manera humanitaria. Vamos a pintar a Pariaguán, calle por calle, con la participación de grandes y chicos, con ánimos de superación; y seguro tendemos la cara de una nueva esperanza. Que no se malgaste más presupuesto en ocio y "rumbas", sino en el bien del pueblo. Activados todos como un gran equipo. Trabajo, salud, alimentación y paz social son las demandas primarias de nuestra tierra "soñada". ¿De cuál no?
Que los niños y niñas de Pariaguán, así como sus adolescentes no anden mendigando plata para costearse los pasajes para competir en El Tigre, Anaco o Barcelona en beisbol, volibol, boxeo, danza, festivales musicales, de pintura, de teatro y demás expresiones deportivas y artísticas. Estas semillas merecen una mano tendida, solidaria y trascendente, no la indiferencia. El destino del pueblo tampoco la merece.
Es cuestión de cordura. No es cuestión de tristezas.